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Postales del Magdalena Medio

Puerto Nare

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La tentación verde

Aunque no es un invento propio del Magdalena Medio, el motorriel se ha convertido en la más ingeniosa forma de transporte entre veredas, corregimientos y municipios de la región. Se trata de un tablón grueso con cuatro rodillos y tres sillones delgados arrastrado por una moto de dos tiempos sobre los rieles del antiguo ferrocarril. En Puerto Berrío recomiendan tomar motorriel para llegar hasta La Sierra, en Puerto Nare. Son dos horas por un camino llano con vegetación frondosa en el que se alcanzan a ver las ruinas de algunas estaciones y las haciendas ganaderas en las que los conductores de las motos frenan para recoger pasajeros y encomiendas. Como si se tratara de un tren ligero del primer mundo, quien conduce la moto anuncia las paradas antes de frenar: «Grecia», «Nápoles», «La Suiza»…

La Sierra es más grande que Puerto Nare y sus habitantes suelen referirse a ella como «la verdadera capital». El corregimiento es la principal ancla económica y cultural de la zona. Argos, EPM, Caldesa y Termosierra tienen sendas sedes alrededor y, contrario a lo que ocurre en la cabecera municipal donde las calles son tranquilas y silenciosas, La Sierra es un bastión de motos y muchedumbre. Su fama empezó a mediados del siglo pasado, cuando a la estación del tren llegaban pasajeros de diferentes partes del país que querían cruzar hacia Medellín. Algunos de esos pasajeros decidieron afincarse allí y construir futuro, casi como un deseo innato. La zona posee sus atributos: cinco ríos, cascadas vírgenes, árboles frutales, guayacanes y oro.

No es casualidad, entonces, que la corporación más importante de la región en temas ecológicos tenga en La Sierra su centro de operaciones. Sangre Verde es la primera referencia cultural de todo Puerto Nare. Su director se llama Cristian Albanes y es quien da los detalles de todo lo que hacen: bañan perros callejeros, limpian las riberas de los ríos, hacen carreras de observación en los colegios, campañas de reforestación, visitan las casas para convencer a los dueños de pájaros enjaulados que —por favor— los liberen, pintan parques y murales, y desde hace años tocan las puertas de la Alcaldía para que los apoyen con iniciativas de cine y teatro callejero.

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Y para que apoyen a otros líderes culturales del pueblo como Luz Elena Mosquera. Ella vive en La Pesca, un corregimiento de pescadores a diez minutos en moto desde La Sierra. En ningún otro sitio del Magdalena Medio antioqueño se siente tanta tristeza por río Grande como allí. La zona de restaurantes, que en algún momento fue la más prestigiosa de la región, hoy parece un terreno devastado por huracanes. La situación viene mal desde hace años, dijo Luz Elena, pues se cogen pocos peces y casi todos de tallas bajas. Ser pescador en el Magdalena es casi un oficio de osados. «Como el de Cristian. Si no fuera por Sangre Verde las opciones culturales serían casi inexistentes», dijo con una sonrisa condescendiente hacia él.

Aunque ese tipo de testimonios fueron recurrentes en el puerto, Cristian siempre evitó los lamentos. En cambio, insistía en los proyectos de artes plásticas que habían hecho en 2016 o en mostrar la última pared pintada por los muchachos de la corporación. Una tarde, mientras paseaba en su moto por La Sierra, dijo: «Puede que lo que yo hago sea una hazaña o no alcance a cubrir todo lo que acá se necesita, pero es lo que más me gusta […] no me imagino tirando la toalla». Es como si Sangre Verde, más que una obsesión ecológica de Cristián, fuera su único destino.

Bársenas, el memorioso

«Es como si le pagáramos con basura y desidia todo lo que nos dio el Magdalena», dijo Óscar Bársenas mientras señalaba el malecón a cien metros desde donde estaba sentado, en la plaza central de Puerto Nare. No hay modo de entender ese abandono sin comprender el amor al río del profesor más popular del pueblo.

En los ochenta compuso el himno del municipio inspirado en el río Grande:

Enclavado en un valle muy fértil.

De Colombia eres la azucena,

majestuoso te baña y te riega

con sus aguas el río Magdalena.

En los noventa, le escribió poemas:

"Oh, río de la Patria

Igual que Colombia,

Tú falleces…”

Para ese momento era fácil vaticinar el destino triste del río. Su muerte empezó en el momento en el que dejó de ser fuente de riqueza para convertirse en un afluente de muertos y desechos. Hoy, a duras penas sirve a dos puñados de pescadores y lancheros que transportan pasajeros entre Puerto Nare y La Sierra. Y, al parecer, ese abandono se irradió al resto de la vida cultural. «Salvo las fiestas municipales en enero, aquí nos olvidamos de todo», dijo, y por eso, desde hace un tiempo, escribe pequeñas semblanzas en Facebook de personajes del pueblo que, según él, nadie debería olvidar: Darío Gómez, el vendedor de buñuelos; Manuel Patiño, el carretillero; Jaime Barrientos, el vendedor de yuca; Jaime Restrepo, el dueño de los billares. En su perfil se puede leer casi un centenar de ellas y ninguna supera una página en extensión. Cuando se le pregunta si ha pensado en publicar un libro con las semblanzas, dice que no. A pesar de que ninguna supera los sesenta «me gusta», el exprofesor de primaria piensa que son más efectivas en la red social que en un libro impreso que terminaría en las bodegas húmedas de la Alcaldía.

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Bársenas es un hombre con manos gruesas y pelo cano. Habla despacio y siempre mira a los ojos. No se dispersa. Le hice preguntas durante dos horas mientras caía la tarde de un jueves de diciembre. En ese tiempo fue interrumpido siete veces por hombres y mujeres que lo querían saludar. A todos les sonrío y los llamó por su nombre y apellido. Y luego retomaba las respuestas en el punto exacto donde había sido interrumpido. «Durante 35 años mi función fue enseñar a leer y a escribir en la escuela». Tal vez eso explique por qué hoy asume su trabajo de jubilado con resignación y paciencia. Bársenas interrumpe con frenesí virtual la amnesia colectiva del puerto.

Por: Mauricio Builes