Pedro y la biblioteca salvavidas
Los encuentros con Pedro Cataño fueron casi un producto del esoterismo o de las casualidades divinas. Un amigo en común de Medellín dijo que él era la persona indicada para comenzar esta travesía por la cultura del Magdalena Medio. A través de él tendría acceso a los teatreros, los músicos, los bailarines y, si quería, hasta el propio Alcalde. Pero, más que eso, Pedro, el bibliotecario desde hace diecisiete años de la sede de la Universidad de Antioquia en Puerto Berrío, es un promotor de causas perdidas.
Nunca nos pusimos de acuerdo en hora o lugares para los encuentros, pero siempre coincidíamos en las noches en un restaurante o montando bicicleta por el parque central. La primera vez habló largo y con un dejo de nostalgia sobre dos proyectos culturales que ya no existen: una tertulia literaria organizada dentro de un vagón del antiguo ferrocarril y un cineclub con películas que traía desde Medellín. Ambos dependían, en parte, del apoyo institucional, pero la inestabilidad de los recursos provocó el cierre.

En otro de los encuentos, y mientras él caminaba por el sector conocido como Paso Nivel, habló largo de su trabajo en la biblioteca. Y más que hacer un recuento estadístico del número de libros consultados o la cantidad de visitas a la semana, Pedro se refirió a la importancia que tiene ese lugar para los niños y las niñas de los dos barrios que rodean la sede: El Oasis y Nuevo Milenio. «Esos barrios son marginales y peligrosos, y a veces los niños llegan a la biblioteca universitaria porque no tienen otro lugar adonde ir», dijo. Pedro los recibe con abrazos y se sabe el nombre de cada uno. Les inventa juegos literarios o programa festivales de origami, a veces les manda tareas como si se tratara de un profesor de escuela y les lee libros de poesía.
Al comienzo, las directivas de la universidad alertaron preocupadas la situación porque la biblioteca se estaba convirtiendo casi en una escuela o guardería y dejando de ser un templo para universitarios eruditos. Incluso, cuestionaron el trabajo de Pedro y, entrelíneas, sugirieron algo de incompetencia en sus labores. «No era un parecer. Un poco más de la mitad de los visitantes de la biblioteca eran los pequeños de los barrios aledaños, pero, la verdad, yo no veo eso como un problema» contó Pedro, quien defendió su trabajo ante sus superiores y les dijo que debían estar agradecidos porque por primera vez, en la historia de Puerto Berrío, los libros se habían convertido, literalmente, en un salvavidas.
Una visita casual a la biblioteca de la Universidad de Antioquia basta para comprobar las palabras de Pedro: de las 16 personas que estaban allí, 10 eran niños y niñas que hacían manualidades con papeles de colores y preguntaban: «Pedrito, ¿doblo por acá?», «Pedrito, ¿qué me gano si lo hago de primero?», «Pedrito, ¿puedo venir mañana?». Es fácil notar la felicidad.
Al terminar la jornada, Pedro recordó su primer trabajo como bibliotecario hace dos décadas. Fue en San Rafael, Antioquia, entre 1999 y 2001. Era la época de las tomas a pueblos por parte de grupos subversivos. «Una noche llegó la guerrilla a acabar con todo y lo primero que hice fue meter a los niños a la biblioteca y leerles libros mientras bombardeaban el pueblo». Seguramente, ese día Pedro entendió que las bibliotecas también son una oportunidad de salvación.

El ensayadero
Expedito Barón, guarda de seguridad en Puerto Berrío, llegó en una moto a la panadería El Ganadero, en una esquina del parque central. Ese era el lugar de encuentro para luego ir al barrio San Martín Los Pozos, donde vive Juan Rosero, un carpintero famoso porque canta y toca la guitarra en dueto con Andrea, su hija. La casa, o mejor, el comedor y la cocina de su casa es el ensayadero de los principales artistas de música popular del municipio.
Al entrar, Juan Rosero ensayaba canciones carrileras con un exmilitar que había pertenecido a la orquesta del Ejército Nacional y que ahora estaba dedicado solo a la música. Los temas que sonaron esa noche, explicaron luego, los suben a Facebook y quedan a la espera de que algún seguidor los contacte para una presentación en eventos públicos o privados. Expedito tiene un video en YouTube de una canción que se llama No lloren mi muerte: «Tiene que ver con la tristeza que yo mantengo porque no pude despedirme de mi mamá antes de su muerte […]. Eso hizo que un día, en mi trabajo como guarda, me saliera la letra de la canción», dijo y apretó los ojos para cantarla esa noche delante de todos.
Al rato apareció Andrea, la hija de Juan, con ropa deportiva y el sudor del gimnasio aún en la frente. Parecía afanada. Tomó un vaso de agua de la cocina y se unió a todos en el comedor: «¿Qué canto, papá?», y Juan le propuso Amor eterno, de Alberto Aguilera. Su voz opacó al resto de los músicos. Mientras cantaba, fue fácil imaginarla en una tarima a orillas del río Magdalena, cerca del puente más grande de Berrío que conecta a Antioquia con Santander, en un atardecer con el pueblo entero escuchando tan cautivado que se olvidaba del sopor. Cuando terminó la canción le propuse que hiciera lo mismo al otro día, pero en un terreno baldío que hay a orillas del río, justo al frente del Hotel Magdalena que parece un castillo lujoso y que hoy sirve de fortín a la Brigada XIV del Ejército. Era el lugar perfecto para hacer una grabación. Miró y frunció el ceño como quien acaba de recibir una propuesta indecente: «Le canto donde quiera menos allá».

A pesar de ser el lugar con la mejor vista al río y de tener cuatro bodegas gigantes —que podrían servir como ciudadela cultural—, para los habitantes del puerto es tan deprimente como unas ruinas. Los únicos que lo caminan con relativa frecuencia son los militares, obligados por sus rutinas castrenses.
Durante los días en Puerto Berrío, nadie supo explicar por qué en todos estos años ningún alcalde ha hecho gestiones con la empresa privada y el gobierno central para convertir ese espacio en el mejor malecón en las riveras del Magdalena. Ese abandono parece la metáfora perfecta de la nostalgia que se siente por lo que en algún momento significó ese lugar para Colombia.