La tribu musical
Ser músico en Caracolí no representa ninguna hazaña. Es el camino fácil y casi el único seguro desde la época escolar de los caracoliceños. Es poco probable encontrar a una familia en el pueblo que no tenga un cantante, un trovador o un guitarrista en su casa. Fabián Marín, alcalde para el periodo 2020-2023, de niño hizo rap, cuando joven ganó festivales de trova y llegó a la Alcaldía gracias a su popularidad como cantante principal de la orquesta de música parrandera, Aguapanelas, aún vigente. No es la primera vez que la Alcaldía tiene a un músico en su despacho principal. Carlos Muñoz fue alcalde dos veces, pero la gente lo recuerda porque fue el profesor de música del colegio de Caracolí durante catorce años.
Hablé con él en un centro comercial de Medellín y confirmó las sospechas: Caracolí y la música integran un binomio indisoluble. No supo explicar las razones por las que eso sucede, pero mencionó a un sacerdote cuyo nombre repiten en las conversaciones entre los habitantes del pueblo: Nahum Ruiz, párroco en las décadas de los setenta y los ochenta. No solo fue un líder espiritual, dijo Carlos, sino que ayudó en obras civiles, casi como si se tratara de un secretario de infraestructura, y formó la primera banda musical del municipio. «Cuando lo trasladaron de Caracolí, él me encargó el manejo de la banda. Imagínese, yo tenía tan solo dieciséis años». A partir de ese momento, el exalcalde asumió la música como único refugio.
Y no es un caso aislado. Olbany Quintero es el locutor de la principal emisora de Caracolí —105.4 FM— y en sus ratos libres toca la guitarra en matrimonios, el piano en las homilías y canta en Aguapanelas. Además, trabajó como monitor de música de la Casa de la Cultura, dirigió la chirimía estudiantil e integró la banda Tropicana 14, del Ejército, cuando prestó servicio militar. «Caracolí es el único municipio de la región que cuenta con seis cantantes de música religiosa», dijo tratando de explicar por qué la música les permite a los caracoliceños reconocerse como parte de una tribu.
No sorprende, entonces, que Caracolí viva bajo el imperio de los parlantes. La calle del Comercio, la más larga e importante, cuenta con banda sonora en alto volumen. No importa si es un estadero con billares o una barbería; no importa si son las nueve de la mañana o de la noche, siempre hay música en los parlantes. Parrandera, guaracha, tangos, carrilera o reguetón... En Caracolí no se puede hablar de cultura sin llegar a la música.

El arte como método científico
La profesora Alba es una mujer desmemoriada, histriónica y rebelde. En un pueblo donde la música parece ser el único referente, ella ha insistido durante tres décadas en el arte sin corcheas ni semicorcheas.
No se trata de una aversión por la música, es solo que sus convicciones tienen que ver con otras artes. Ella siente que el teatro, la cerámica e incluso la repostería permiten que la vida cobre cierta dosis de serenidad en un pueblo que, a veces, puede parecer estridente. Alba Lucía Giraldo no se quiere jubilar a pesar de que está próximaa cumplir el tiempo que establece la ley como profesora de bachillerato. Vive en un balneario en la parte occidental de Caracolí, detrás de la principal cancha de fútbol. Es un lugar privilegiado: diez hectáreas de árboles frutales, una piscina, animales, tres casas y un restaurante a la orilla de la quebrada que atraviesa el pueblo. «Me aterra estar encerrada», dijo mientras movía dos sillas hacia la sombra de un árbol al pie de la cocina.
La mañana en la que nos vimos, Alba estaba especialmente eufórica. Hacía poco había viajado a Medellín para recibir el Premio Evoluciona a la excelencia educativa. Mostró un diploma y dijo: «Gané con una propuesta de transversalización de las artes en todas las áreas de la educación secundaria». En otras palabras, enseñar geografía, matemáticas y biología a través de la pintura o el teatro. Las artes como método científico de la educación en Caracolí.
Pero no es un tema nuevo. Alba viene aplicando el método desde hace, por lo menos, veintidós años cuando organizó el primer desfile de mitos y leyendas del pueblo, en el que involucró a todo el colegio y en la planeación recogió temas que atravesaron la memoria del pueblo y remarcaron la identidad caracoliceña. El desfile pronto se convirtió en una institución por sí mismo y posiblemente en el acontecimiento cultural más importante de Caracolí.
No sorprende entonces que todas las historias sobre alumnos destacados del colegio conduzcan a Alba. La de Felipe Valencia Murillo, el único artista plástico del pueblo, o la de Olbany Quintero, el locutor de la emisora y cantante de música religiosa más relevante de la región, o la de Felipe Jaramillo Monsalve «Caracolín», el cuentero con más proyección que ha dado el municipio… Y así, un listado de nombres de personas que, gracias a sus clases en bachillerato, no solo expandieron la visión de las artes, sino que las asumieron como plan de vida. Es casi como si el destino hubiera situado a Alba en esta montaña de la Cordillera Central con la única función de rescatar artes y tradiciones que para algunos son solo actores de reparto en un lugar donde la música es la protagonista estelar.