Siempre he odiado aquella ventana, para mí es todo menos eso. En su lugar, pudo haber existido un balcón en el cual sembrar algunas plantas que dieran flores o algún pequeño fruto.
La Ventana
08 de Diciembre 2020
Un balcón para ver pasar el tranvía repleto de gente que viene de distintas partes, de hacer diferentes oficios, reunida ahí, en un lugar estrecho, rozándose, respirándose, mirándose con incomodidad, sin saber el destino del prójimo.
Pero tengo yo, o más bien la casa, una ventana.
La abertura es de unos dos metros. La mayoría de su amplitud está cubierta de un acrílico que no cumple ninguna otra función que dejar pasar la luz.
La parte superior es muy distinta. Se trata de un vidrio transparente de unos cincuenta centímetros de largo. La luz que entra por la parte superior es una luz verdadera, de rayos penetrantes que hacen arder la piel si uno se sienta en el sofá a eso de las nueve de la mañana.
Pero la ventana apenas se abre un metro. Qué infortunio. Que solo pueda asomar mi cabeza por ese espacio me parece una total estafa.
La odio, sí. Durante el paso del tiempo, aprendí a vivir con ella, pero mi sentimiento ha sido siempre el mismo.
Han pasado cuatro años desde que convivimos todos en esta casa. Con las restricciones y la cuarentena, me he tenido que quedar encerrada, lo que significa que nuestros encuentros han sido todavía más frecuentes.
Ahora veo que pasa el tranvía, con menos gente, claro. Por la misma vía, otras personas caminan usando tapabocas, evitándose unas a otras. Y dentro de la casa, la vida solo es vida cuando se alcanza a mirar por ese desproporcionado espacio de apenas un metro que abre esta ventana. Por la que entonces me asomo.