Las piernas de Efe daban grandes zancadas intentando escapar del coche de policía ¿o era el de El Greco? ¿O el funerario? Ni idea porque la Gran Vía está vacía, él es lo único que respira, gime, suena. Lleva las manos ensangrentadas, pero eso nadie puede verlo. Es de noche. Día quince del confinamiento en España...
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Las piernas de Efe daban grandes zancadas intentando escapar del coche de policía, ¿o era el de El Greco? ¿O el funerario? Ni idea, porque la Gran Vía está vacía, él es lo único que respira, gime, suena. Lleva las manos ensangrentadas, pero eso nadie puede verlo. Es de noche. Día quince del confinamiento en España, comienza una nueva prórroga que hace que las irrisorias burlas donde decían que no estamos en cuarentena, sino en quincena o catorcena, parezcan estúpidas.
Lo cierto es que la avenida más concurrida de Madrid estaba a punto de hacer el record histórico de soledad, si de avenidas se refiere, cuando Efe lo ha impedido corriendo sobre ella, sin protección alguna, como si eso en sí no fuese una locura. El auto encierro sigue; esa vaina parecida a The Day After Tomorrow, sin un alma en la calle, ni de turista, ni de local, ni de mantero, ni de perro —los gatos no cuentan— ya es cotidiana, y eso que no van los veintiún días famosos con los que, según expertos en un berenjenal de disciplinas, se crean las costumbres.
¡Rápido, rápido!, se anima, se dice, por eso acelera más cuando oye sirenas y gritos a lo lejos. Sabe que van por él. A Efe le gustan los colores de las sirenas dando vueltas, el sonido lo calma, es como un mantra que lo llama a la acción, aunque, pensándolo bien, ese es un recuerdo de niño que ahora aborrece por lo apremiante de la situación. Nunca lo han perseguido antes, al menos no de ese modo. Los de los balcones chiflan, lo abuchean; la ley es para todos, dicen, ¡Que no entendéis que corro por amor!, responde.
En Fuencarral lo interceptan, mira en todas direcciones: está rodeado de polis con mascarillas que profundizan la imagen irreal, el cual pasea por su cabeza. Corre hasta ellos; embiste como toro picado, forcejea, golpea, grita y después de recibir un par de palos en las costillas, se hace con la pistola de uno de sus contrincantes enmascarados, le saca el seguro mientras todos se quedan quietos y levantan las manos. Intentan calmarlo. Efe ha calmado a muchos, es de las cosas que mejor se le da en su trabajo, de las que más le gustan, con decirle que hasta se calmó él solo, cuando encontró a La Diosa Coroná, su esposa, en la cama con Igor, El Músico.
Efe da vueltas apuntando, nadie se atreve a acercársele. Tiene fama de rápido, de letal, de héroe. Frena cuando un coche se detiene en Hortaleza y ve descender de él a El Greco, que levanta las manos diciéndole que espere, entonces Efe gira la cabeza y mira detrás de él como intentando traspasarlo. Ruega mentalmente, tan fuerte que alcanza a causar pena a los otros, que ella esté en su coche, pero El Greco no pudo traerla porque se la han llevado a un lugar al que no tiene acceso y por eso cuando las miradas de los dos se encuentran, niega con el repetido una y mil veces gesto, que quiere decir algo así como: “Lo siento, en verdad, he hecho todo lo que he podido, tanto cuidarte la espalda para que no puedas ayudarme salvándola”, susurra Efe y es como si El Greco lo escuchase o imaginase que eso es lo que le dice porque se le ve la cara de desilusión, se le caen los ojos, se le arruga el rostro.
La última esperanza de encontrarla con vida se ha esfumado y eso lo encabrona, porque ella, La Diosa Coroná, nunca había faltado a una promesa en su vida y a Efe le había prometido que no se iba a morir antes que él. Es entonces cuando todo termina: el camino, la carrera, la ilusión, y sin dar espera dice: "plan B", entonces El Greco corre endemoniado hacia él y llega a estar tan cerca que cree por un momento en detener la desgracia, hacerle quite a la injusticia, limpiar la mierda. Efe mete el cañón hasta el paladar, quiere tragárselo, ¡Espera!, gritan todos los que están viendo ¡que son colegas joder!
El Greco se lanza encima, alcanza a tocar sus hombros antes del estallido, pero es tarde; ya los sesos se esparcen como residuos orgánicos de recipiente de basura roto sobre la calle desinfectada. Fue más rápido que el sonido, ¿sabes lo que te digo? Silencio brutal, ya ni los de los balcones respiran. Nadie habla, ni gime, ni llora, y eso que es Efe. La mayoría de los agentes de la ley que lo rodean eran sus amigos, y buena gente como él, pocos. Pasan qué, cuarenta segundos de ese silencio suspendido e insoportable, hasta que el canto triste y desgarrador del que está en el asiento trasero del coche de El Greco, se les mete a todos en lo más profundo del alma y los hace llorar. Sabían que cantaba, pero no que los más fuertes, curtidos y machos serían incapaces de contener las lágrimas.
Al otro lado de la calle, por ahí por la boca de entrada, a la aun cerrada estación Gran Vía del Metro, está Martina, La Feminista, mirando la escena. El que va en el coche y ha comenzado con esas tonadas demenciales que hieren el corazón, los ojos y los intestinos, es Igor, El Músico, su amigo y colega, ¡amigo de verdad!, porque, aunque son guapos y harían una pareja de puta madre, el amor de verdad lo tienen comprometido los dos. El que acaba de volarse la cabeza es Efe, El Guarda Civil, el marido de La Diosa Coroná, la amante de Igor, que es quien ha provocado el suicidio en uno y el canto mortal en el otro.
La Feminista no entiende qué coño ha pasado, viene desde Valencia buscando a Igor y se lo encuentra en esta escena bizarra, con la cara hinchada y ensangrentada. Pasa la calle, llega hasta la ventana del coche: Músico, le dice, pero él no se entera; está ido, entonces ella lo sacude, y: ¡Coño Igor, que soy Martina!, pero nada, entonces se arriesga más: “Mírame que estamos vivos, Músico, esa desalmada covid-19 no ha podido con nosotros, ¡mírame!, es inútil”, concluye. El Músico está trastornado con lo que le ha tocado ver; enloquecido. Solo canta y oprime a los demás. ¡Canta!