La calle está más dura que nunca
30 de Noviembre 2020
18 de julio de 2020
Ante la imposibilidad de ejercer su oficio, debido a la cuarentena del fin de semana y al cierre del centro de Medellín, muchas trabajadoras sexuales se fueron para Rionegro, el Carmen de Viboral y otros municipios cercanos para rebuscársela.
Esto nos preocupa porque las pone en un riesgo inmenso de contagiarse del virus y también de propagarlo, pero somos conscientes de que no cuentan con apoyo del Estado y que por eso no les queda de otra.
Muchas de estas trabajadoras sexuales son madres cabeza de familia, y en este momento no tienen qué comer ni cómo darles vivienda digna a sus hijos.
20 de julio de 2020
El centro de Medellín completa una semana en cuarentena obligatoria, una decisión de la Alcaldía de Medellín en la que no se tuvo en cuenta a los trabajadores informales ni a las trabajadoras sexuales.
10 de agosto de 2020
Semanalmente les entregamos mercados a las trabajadoras sexuales del centro de Medellín. La imposibilidad de salir a trabajar, sumada a la violencia que ejerce sobre ellas la fuerza pública, ha hecho que la calle esté más dura que nunca.
Bea
Su nombre completo es Beatriz Elena Hinestroza Hurtado. Yo la llamo Beatri, en diminutivo, haciendo honor a la dulzura y el cariño que la caracterizan. Su sonrisa blanca y sincera, sus ojos negros y sus manos fuertes resguardan a una niña que soñó ser profesora de preescolar, hacer manualidades con sus estudiantes y leerles cuentos. Cuando se para frente al grupo, al momento de comenzar los talleres de Expresiones Poderosas, levanta la voz, saluda con fuerza y gira el libro para mostrar las ilustraciones a su público.
Tiene treinta y seis años y dos hijos de los que habla cada que tiene la oportunidad. Me cuenta que ellos no viven con ella, pero los visita y responde con la responsabilidad propia de una mamá cuidadora. Por las tardes, cuando llega del trabajo, le gusta leer, y recuerdo que una de las primeras cosas que me pidió fue libros para acompañar el paso del tiempo. Ese día supe que seríamos amigas.
Le tiene miedo a la muerte y aún no sabe lo buena que es con la escritura. Cuando tiene que leer algo de su autoría en público, esconde la cara tras su texto y sonríe al pronunciar la última palabra.
Su cotidianidad es simple. Levantarse temprano, hacer el desayuno, saludar a sus compañeras del inquilinato donde vive, salir a trabajar, regresar a hacer ejercicio y tomar tinto. Esa simpleza escasa en un mundo cada vez más adornado.