Ficciones Cuarentenarias
27 de Octubre 2020
Al final, hay una fecha: 08042020. Esa fecha indica el final de estas historias construida por trozos, no propiamente capítulos, durante una quincena a finales de marzo y principios de abril de 2020, en pleno furor de la cuarentena y de la conspiranoia o paranoia conspirativa de esos días. Para esas fechas, llevaba algo más de un mes completamente solo, encerrado en una casa de una urbanización campestre en el municipio de La Pintada, Ant. de la que solo salía una vez por semana para aprovisionarme de comida y bebida. La única comunicación con el mundo era mi teléfono celular con un buen plan de datos para Facebook, Twitter, correo electrónico y por supuesto, a lo demás que pudiera o quisiera acceder desde el aparato; eso sí: cero noticieros, cero televisión, cero radio. Mucho libro y, para escribir, el mismo teléfono en la app de notas. Permanecí allá en La Pintada encerrado, solo, hasta el martes 31 de junio, en que de manera fortuita pude viajar a Sabaneta y reunirme con mi familia cercana, cumpliendo la protocolaria cuerentena de viajero recién llegado en dicho municipio.
La historia final tiene como título “AUTOSUFICIENTES” y es el remate después de otros 10 textos cortos (uno cada día) sobre la misma temática, pero independientes cada uno con una historia de ficción posible.
# 6
José María Ruiz
I
Las alarmantes noticias sobre la pandemia lo pusieron nervioso. Frente a sus ojos, todo su castillo se derrumbaba en un santiamén ante la enorme posibilidad de contagiarse, por más que fuera el presidente de la EPS más prestigiosa y próspera del país y sus negocios se extendieran también a otras ramas de la salud, hasta el punto de que de esas empresas proveía todo el material clínico necesario para mantener el alto rendimiento de su EPS. Tan próspero era su emporio, que además incursionó con gran éxito en la burbuja inmobiliaria y hotelera. Construyó condominios de alta gama y clubes exclusivos para sus empleados y socios de mucha categoría. Era un visionario, según algunos, y, al decir de otros, un tramposo y especulador aprovechado, porque, con los recursos que le pagaba el Estado al presentar su alto prestigio por encima de los requerimientos técnicos e inflando sus balances, saqueó el erario público a la vista de todos y, aunque fue investigado, salió indemne y hasta demandó a sus detractores por calumnia y delitos contra la honra y el buen nombre. En fin, todo un potentado y muy de moda.
El caso es que su angustia aumentaba a la par que las estadísticas sobre la pandemia. Tendría que tomar medidas urgentes. Y las tomó. Su lujosa oficina en el último piso de la clínica principal, entapetada de pared a pared, fue aislada con toda la técnica y, al frente de su escritorio, instaló una vidriera que ni se notaba al entrar a la oficina y fue dotada de un sistema inalámbrico de comunicaciones, para que él nunca estuviera expuesto al contacto directo con absolutamente nadie. Un guardia de seguridad se encargaba de orientar a los pocos funcionarios con los que debía interactuar.
Al abandonar la oficina, lo hacía por una puerta ubicada dentro de su lujoso baño privado, que daba a unas escalas hasta la terraza de la clínica, en la que se habilitaron dos helipuertos separados por un muro infranqueable; uno para urgencias médicas, conectado por ascensor directo hasta las salas de A. P. y las treinta UCI dotadas generosamente; el otro helipuerto era el suyo, privado, y con un helicóptero siempre listo y equipado para su comodidad. Todo en su punto.
II
Ellas, muy asustadas, miraban el noticiero:
Atención: otro caso acaba de registrarse en una prestigiosa clínica de la ciudad. Se trata de un estilista muy reconocido a nivel nacional e internacional, dueño de un centro de estética al que acude a diario la crema y nata de la sociedad capitalina.
¡Santo Dios! Balbucearon en coro las tres señoras. El contagiado era el dueño del centro de estética al que ellas habían ido hacía unos días y en el cual hablaron, rieron e hicieron bromas sobre la pandemia, que ya había cobrado varias víctimas, mientras eran atendidas por solícitos empleados y especialistas en cada parte del cuerpo femenino para su solaz y entretenimiento: cabello, rostro, cuello, cuerpo… todo de mucha categoría. Nadie reparó en la tosecita seca del amo del lugar mientras charlaban y todo fue como lo esperado. Salieron felices. Sintiéndose divinas y exultantes, regresaron a casa en su sobria limusina.
III
Descendió del helicóptero en el helipuerto privado de su mansión. Él se sentía algo cansado y con una fiebre leve. Los canes, con sus respectivos manejadores, lo recibieron en silencio. Sin saludarlos, entró a la mansión en las colinas de la capital. El cuadro era desgarrador: su madre, su suegra y su esposa, aferradas la una a las otras, lloraban compulsivamente mientras imploraban la gracia de Dios para que, por los clavos de su hijo, no estuvieran ellas contagiadas también. Sus dos hijos estaban en sus habitaciones.