- Día 1 -
Sábado 21 de marzo
11:00 a. m.
Hoy decretaron cuarentena en mi país. Comenzó a las 7 de la noche con sirenas, las intensas luces de los carros de los policías, su helicóptero sobrevolando las comunas, ladridos y el extraño murmullo de la última gente en las calles.
Ahora, tres horas después, no parece ni siquiera domingo. Un silencio extenso cubre la noche. Ha llovido. La bruma corona las montañas difuminando las luces amarillas de ese hilero de casas. De vez en cuando el silencio se ve roto por el timbre agudo de las patrullas policiales.
Italia, según los medios, ha sepultado hoy 600 cuerpos. ¿Tuvieron esas personas la oportunidad de despedirse, de decir algo? Manos presurosas movieron los cadáveres. Ese fue el ritual de su sepultura y estas palabras en esas fosas y hornos donde se guardan los pensamientos.
En España los enfermos terminales han comenzado a desocupar las camas de los hospitales para cederle espacio a los cuerpos conquistados por el virus. ¿Saben, sus seres queridos, acerca de esta eutanasia? ¿O saben, de antemano, que el adiós ya fue expresado?
Los países se recogen mientras el virus avanza. Las gentes, por orden de los gobiernos, deben quedarse en casa, los que tienen una, para evitar la proliferación de enfermos. La cotidianidad mundial se ve transformada por ese ser impalpable, invisible y poderoso. Todos combaten contra el tiempo en busca de la verdad.
Médicos, enfermeros, celadores, camilleros, conductores, personal de aseo de los hospitales y clínicas estas palabras de aliento y compasión inunden sus corazones hombres y mujeres que sepultan en sus fosas la numerosa vida del silencio.
Nunca antes el sonido de una ambulancia había inundado como esta noche el valle en el que vivimos. Tesón y premura llevan esas manos al volante. Los ojos sobre los cuerpos que se van no se afectan; el agua ha moldeado en ellos y ellas la inmutabilidad del tiempo. Oro de esas manos que dan de beber al enfermo. Tenga voluntad el gobierno de cumplirle a los que no tienen agua, a quienes el trabajo diario, conseguir el sustento, los empuja a las calles, a quienes viven en ellas.
En el transcurso de la noche te informaron sobre las nuevas medidas: 3 semanas más de aislamiento. En un día decretaron la cuarentena por tres días. En menos de una hora le aumentaron tres semanas. Sospechamos que el número de portadores o contagiados del virus sea mayor a lo que dicen.
Tú y yo conversamos y leemos El libro tibetano de la vida y la muerte. Decimos que nuestros padres están más cerca de la muerte que nosotros, pues el virus se alimenta, con mayor eficacia, de personas mayores. Podrían enfermar y morir y sumar el número de cuerpos sobre cuya sangre y tierra nos inclinamos. Y leemos, justamente, sobre la impermanencia. Sobre el cambio inevitable que es la vida como ley del universo. Sobre lo sabio que es practicar el desapego y la importancia de nombrar la muerte y no temer su nombre o su hoja. Sobre el valor de reconocer los innumerables apegos y distracciones que nos ofrece el sistema, alejándonos del estudio de nosotros mismos, cegándonos la luz de nuestro propio ser.
Se dice también que la tierra está regulando su organismo propio a través del virus; que los sucesos actuales son apenas un abrebocas del futuro.