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Diario Día 44

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Diario Día 44
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9:00 p.m.

Soy asediado por mis pensamientos: se estrellan entre sí, se dirigen a todas partes, vienen y van sin descanso, desordenados y viles amedrentan la boca, la sien, quieren salir, están presos y arrinconan el infinito espacio de mi mente. No se hallan, buscan la salida a través de la lengua, las manos, los pies, los ojos, las palabras, la estupidez, la ira, el cinismo, la burla. Asaltan mis nervios, quiero correr, huir de la trampa de sus aguijones. Entonces escribo e intento entenderlos, escribo para contemplar mi mente, sus pensamientos alevosos.

Me miro entonces al espejo de las palabras y veo aquí, en mis propios ojos, en estas letras, en esta hoja que es un reducto de mi propia mente, espejo fugaz, un rostro desfigurado, el cuchillo del desamparo, los tigres de la ira. Veo una cicatriz, un lago en cuyo fondo descansan cuerpos ahogados. La risa del tirano. El cinismo del asesino. Los sentimientos se expresan sin esfuerzo, fluidos y tiranos dentro del caos de la mente.

Entones escribo y pienso que no hay letras, no hay espejo ni cuerpo, no hay Sebastián ni insecto u hormiga o estrella o universo, no hay nada, solo impresiones, ilusiones, opuestos, fiebre. Metáforas y tiranía mental. Mis palabras y mis acciones son el resultado de la ardua meditación de un hombre que en el siglo tercero se batía contra la locura. Mis palabras y mis acciones son el resultado del sueño de un niño que llegará a ser un buda, un cristo, en el próximo siglo. Nada de lo que pienso proviene de mí. Nada es nuestro, el vacío nos abarca. ¿Son realmente mías estas manos, estos brazos, estas teclas, este piano sin voz donde se refleja la mirada, el hechizo agudo, el aullido y milagro de la luna? Manos, teclas, piano, luna, toda palabra es sombra del silencio, todo lenguaje la escritura del dios. Por ese hombre cuyo ardor era el sosiego, o cuyo sosiego se expresaba con mayor amplitud al arder, no lo sé, soy este hueso que apacigua su fuego sentado.

La mente juega brusco. Los pensamientos cuecen su propia sangre. Estimulan ese lugar del cuerpo y las palabras donde pueden, sin mayor esfuerzo, fabricar su palacio de cicuta con la apariencia de las flores, en contra de la quietud profunda que los domina.

Escribo y me retuerzo. Las garras son esas que tienen las personas en los ojos y los labios y las manos. La mayoría somos únicamente bestias y hacemos motores y vamos sonrientes a Júpiter mientras abajo reposamos erguidos sobre millares de palos que nos atraviesan desde la unión de las piernas hasta el inicio de los labios en ese hermoso sembrado del horror. La belleza son esos ojos y labios y poemas y música y atardeceres o lunas que estremecen el alma y la amplían y la dejan como sin orillas sobre el pobre esqueleto que nos mantiene.

No escribo más y comienzo a correr.

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Por: Sebastián Franco