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Diario Día 6

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Diario Día 6
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Ah del silencio que gobierna ahora las ciudades y los aires que se limpian de los humos putrefactos de la especie. Los delfines han rozado las orillas de las playas de diversas latitudes, un puma ha transitado las calles de alguna ciudad en Chile, las guacamayas cruzan, por las tardes, el cielo con sus gritos, se han dejado sorprender tigrillos, tucanes, pavos reales, un murmullo leve, inaudible, invade, con los días, la rutina del concreto. El silencio se apodera del trajín de las ciudades, árboles, insectos, montañas y ríos se sorprenden de la tierra que atestiguan y llegan nuevamente a los espacios que les hemos ido arrebatando.

Nuestra especie se ve replegada al abismo. A la contención, la esperanza y la miseria. También al tesón y la firmeza, la unión y la solidaridad de la gente.

El trajín de los hospitales y laboratorios continúa, incesante. No descansa la especie, no se aquieta: imperceptible, la muerte amenaza la ciencia, el progreso, los cimientos que han establecido los más poderosos. Hoy COVID-19, ayer peste negra, ¿mañana qué? ¿Qué será del orden nacional y global después del virus? Lo más probable es que la inercia de nuestros hábitos recupere su reino, el ruido, el consumo, la miseria, la desigualdad, la injusticia, el hambre. Rezo porque sea lo contrario; porque la cuarentena nos acerque a la humildad y la compasión universales.

El virus ha instaurado un paréntesis en la cotidianidad de la gente. Para unos más atroz que para otros. Los países dirigen sus fuerzas a un propósito compartido: aplacar la pandemia. Este es, pues, el momento para pensar otra educación, otros sistemas económicos distintos a los que nos rigen, prohibir, en una sola voz, de una vez, que nos gobierne la economía, el dinero. Rezo porque manos simples gobiernen nuestras acciones; porque gobiernen personas humildes y compasivas; porque disminuya la fuerza del dinero y la propiedad; porque transformemos esta miserable civilización; porque no exista más progreso hasta que ni una sola persona en el mundo muera de hambre. Es el momento de crear educaciones, valores, familias y sociedades cuyos principios fluyan de la compasión que abriga nuestros corazones.

Así como dice el Dalai Lama: En un mundo tan interdependiente como el de hoy, los individuos y las naciones ya no pueden resolver por sí solos muchos de sus problemas. Nos necesitamos los unos a los otros. Por consiguiente, debemos cultivar un sentido de responsabilidad universal. Es responsabilidad nuestra, tanto individual como colectiva, proteger y cuidar la familia planetaria, sostener a sus miembros más débiles y proteger y cuidar el medio ambiente en el que vivimos todos.

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Por: Sebastián Franco