En el seno de una familia antioqueña, liderada por mujeres pujantes, en un pueblo habitado por la violencia, crecí mientras escuchaba que gracias a Dios hay trabajo. He dedicado mis 35 años de vida a prepararme para el trabajo, a cuidar el trabajo, a valorar el trabajo…hasta que me perdí en el trabajo.
De otra adicciones
30 de Noviembre 2021
No me volví adicta al trabajo el 16 de marzo de 2020. Esta enfermedad me fue “diagnosticada” unos años atrás cuando me encontré hundida en una espiral de jornadas de trabajo de 16 horas los 7 días de la semana, en una relación sentimental con mi computador, armando planillas de excel en mis sueños…enferma, lejos de mi familia, desconectada completamente de mí y del mundo. La adicción al trabajo no se reconoce como una enfermedad en nuestra sociedad, por el contrario, es motivo de orgullo, de admiración, símbolo de tenacidad, de compromiso y sello de un “buen trabajador”. Ningún médico la diagnostica, no existen tratamientos en la EPS, no lo hablamos en las charlas de SST, no nos entrenan como líderes para observarla y acompañarla. Yo venía haciendo mi proceso, recordando mi propósito, buscando el sentido del trabajo como un camino, tratando de entender cuáles son esas sombras que me habitan y de las cuales huyo refugiándome entre números y cuentas, cuando apareció una enfermedad que marcará la historia de esta generación. Nadie estaba preparado para una pandemia, como organización tampoco lo estábamos. Así que los “asuntos por resolver” fueron creciendo. Ahora más que nunca debíamos trabajar en nuestro propósito corporativo: “consolidar y expandir la clase media”. Los retos como organización aparecían por todos lados: cuidar el empleo, la salud, la economía, nuestros activos, nuestra gente, la cultura, la salud mental; evaluemos proyectos, reinventémonos, reactivémonos, nos invadió la hiperconectividad, miles y miles de reuniones... ¡Una oportunidad de oro para retomar las jornadas de trabajo de 16 horas!, además, ¿qué otra cosa tengo para hacer?, ¿en qué más podría emplear mi tiempo sino en trabajar duro como me enseñaron en casa?, ¿qué cosa puede haber más importante hoy que aportar mi granito de arena para enfrentar esta situación?, ¿cómo puedo honrar mejor a las miles de personas que pierden su trabajo cada día, sino siendo berraca y trabajando duro?. Esas frases se paseaban por mi mente cada que un asomo de cansancio físico o mental aparecía, cada que alguien con un poco más de consciencia sobre el tiempo aparecía con una invitación a un café o a una pausa disfrazada de cualquier motivo. Mi abuela que era tan sabia, esa misma que me enseñó a ser berraquita y a trabajar duro, decía que las enfermedades del cuerpo provienen del alma. Así que me enfermé, el alma venía enferma y no le quedó más remedio al cuerpo que recordármelo, me enfermé varias veces pero solo me di cuenta un día que no pude pararme de mi cama con la mitad del cuerpo paralizado. Recordé que no es un espasmo muscular, ni una migraña, ni falta de sueño, ni una mala alimentación, el diagnóstico es mucho más profundo y el tratamiento está en reparar el alma. Sigo buscando como mejorar mi relación con el trabajo, conmigo misma, y con las sombras que me habitan. Todos los días intento algo nuevo, la pandemia también me ha llevado a “reinventar” mi receta personal contra la adicción al trabajo: “Un día a la vez”, dictan todos los manuales para tratar con las adicciones. No hay pastillas, no hay manual, las hierbitas de la abuela tampoco funcionan. Se vale buscar ayuda. “Reconocerse como un adicto es el primer paso” escuché una vez en una reunión de alcohólicos anónimos en la que caí por casualidad cuando estaba joven, aunque nada es casual.
“Soy Katherine, y soy adicta al trabajo”