Hay algo que debe atravesar la vida de un artista y es el placer profundo que le produce la creación. Juan Gabriel Torres nació en Medellín rodeado de familiares músicos y amigos teatreros, por lo que desde siempre se sintió atraído por los oficios del arte.
Parte de su infancia y su adolescencia las vivió en Segovia, un municipio ubicado en el Nordeste antioqueño. A los diecisiete años ya tenía una ocupación y una inspiración: realizaba las escenografías y los vestuarios para las obras de teatro en su colegio y había conocido a su primer amor. Para este momento, ya el placer por el arte se había convertido en necesidad y en elección de vida.
En la búsqueda por su lugar dentro del escenario artístico, entró a la Escuela de artes de la Universidad Nacional de Colombia y se graduó en 2008 como Maestro en Artes Plásticas. Después de cuatro años de desempeñarse como director de teatro y gestor cultural, decidió irse a Argentina a estudiar una especialización en Medios y tecnologías para la producción pictórica. Este viaje fue revelador. Se encontró con una propuesta alejada de lo tradicional que le posibilitó explorar y experimentar con la escultura, las escenografías y la utilería para cine y teatro, pero lo más importante fue que le permitió descubrir dos conceptos clave para su arte: la infancia y la violencia.

El universo infantil y la violencia cotidiana
“En Segovia la violencia propuso que la vida era la única cosa imposible de reparar y eso me motivó a demostrar que el amor es lo único que repara la vida. Empecé en el 2015 el proyecto de Garabato Miamor, el cual se materializó a partir de múltiples experiencias vividas y copiadas que me remitían al retumbar de las metralletas mientras yo, escondido debajo de la cama, escribía cartas para una niña que me gustaba en la escuela”.
Juan, a los ocho años, vivió de cerca la masacre de Segovia en 1988 y en su adultez reflexionó sobre todos aquellos hechos violentos que se han naturalizado en Colombia, que están impregnados en la cotidianidad del país.
De toda esta investigación de su pasado y del pasado de personas cercanas llegó a una conclusión:
Por lo tanto, Garabato Miamor es una exposición de pinturas hechas con dibujos infantiles, con garabatos, y acompañadas de palabras de amor que se ven interrumpidas por palabras de guerra. La infancia y la violencia son entonces los conceptos que desde ese momento y hasta entonces configuran su propuesta artística.
Un tiempo que lo revolucionó todo
Dentro de sus libros favoritos se encuentran El marino que perdió la gracia del mar de Yukio Mishima y El Perfume de Patrick Süskind. Aunque lee y escribe en libretas desde niño, la mayor parte de su vida la ha pasado en talleres y teatros.
Sin embargo, en 2020, sucedió algo especial. Resulta que al verse sin materiales para pintar y en un intento por no enloquecer en medio del confinamiento, empezó a escribir una serie de microrrelatos que contaban historias propias, de familiares y amigos que siempre habían rondado en su cabeza. En total construyó cuarenta y seis historias con nombres comunes como Édison, Juan o Kevin.
“Édison es un conocido que ahora es policía y hace años me contó que cuando era niño, en algún municipio de Antioquia que no recuerdo, contaba con el hermanito a los hombres de los grupos armados que pasaban por su casa”.
Ahora bien, Juan no cree en la inspiración al momento de escribir. Para él, en la escritura, es indispensable partir de una necesidad de creación y realizar un trabajo investigativo riguroso y completo. Cuando decidió contar todas aquellas historias se documentó y consultó todos los archivos judiciales a los que pudo tener acceso sobre la masacre del Aro, por ejemplo, y empezó a darles forma en el papel de modo que fueran coherentes, ancladas a la realidad.
La responsabilidad social del artista
A lo largo de su trayectoria, Juan se ha sentido muy interpelado sobre la responsabilidad de los artistas frente a los acontecimientos sociales. En Argentina fue fundamental el papel de los artistas para abolir la dictadura y desde allá, volviendo la mirada hacia su propio país, comprendió que la violencia siempre había estado ahí.
“Mi relación con la violencia no es en contra, no estoy a favor ni en contra de ella; es decir, para mí no es un problema moral, yo como artista no denuncio nada, ese no es mi lugar, para eso están los abogados, yo solo quiero hacerla evidente desde mi propia mirada y mostrar todos aquellos acontecimientos que para mí son violentos”.