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La historia de un pequeño gavilán en nuestro Parque Copacabana

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La historia de un pequeño gavilán en nuestro Parque Copacabana

Durante varios meses dejamos de encontrarnos en nuestros parques. Sin embargo, la partida de unos significó la posibilidad de encuentro para otros. Hoy queremos contarte la historia de una familia de gavilanes que, durante la cuarentena, encontró su hogar en nuestro Parque Copacabana.

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Verlos era una alegría para los operarios y administrativos: nunca esta especie había visitado o habitado el Parque. Y es que generalmente se encuentran en zonas selváticas y un poco alejados de entornos con afluencia de personas.

Una mañana, una de las operarias dio aviso de la caída de uno de los pichones de gavilán. Aún se encontraba muy pequeño y no podía valerse por sus propios medios. Fue entonces cuando el personal comenzó la búsqueda para ayudarlo.

Gustavo Gaitán es Supervisor de servicios del Parque, y fue una de las personas que estuvo pendiente del cuidado del gavilán.

“Estábamos buscando la forma de ayudarlo a regresar al nido sin tocarlo, porque si lo tocábamos y le impregnábamos un olor diferente al de su nido, los papás gavilanes lo iban a rechazar”, nos cuenta Gustavo.

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Entonces, decidieron llamar a Felipe Jiménez, uno de los integrantes del equipo de oficios generales, que por su experiencia y conocimiento de aves podía tener un mejor manejo de la situación.

Felipe llegó hasta el lugar, lo alimentó y con todos los cuidados necesarios puso el pichón en una jaula para protegerlo de los zorros y gatos.

Los dos días siguientes, lo mantuvieron en la jaula y cada uno de los empleados del parque lo visitó para ver su avance y recuperación por la caída del nido. En la noche del segundo día decidieron dejarlo fuera de la jaula para que comenzara a relacionarse con el entorno.

Los padres gavilanes nunca se alejaron de su pichón, y siempre estuvieron sobrevolando la zona en la que se encontraba la jaula. Al tercer día, Felipe vio el avance en la recuperación del pichón y decidió que era hora de ayudarlo a regresar con su familia.

Felipe lo sacó de la jaula y lo dejó en libertad para que se moviera y reconociera nuevamente el espacio. Luego, lo puso en un árbol. El pichón comenzó a subir a su parte alta y a reconocerlo de rama en rama. Al llegar, sus padres lo esperaban. Lo olieron, lo reconocieron, lo aceptaron y comenzaron la tarea de enseñarle a volar.

El pequeño gavilán, que hizo parte de la familia de empleados del Parque Copacabana por tres días, finalmente regresó con su familia. Aprendió a volar, y ahora saluda desde el aire y revuela diariamente el Parque.

El sentimiento de satisfacción en los empleados es inmenso: “yo me dediqué a proteger la vida del animal porque no sabemos si en otra vida tendremos que reencarnar en uno de ellos”, es la forma en la que Felipe describe la experiencia y el sentimiento de la labor cumplida.

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Esta historia es solo una pequeña muestra del amor con el que asumimos los nuevos retos que nos pone la vida y cómo, ante una nueva realidad, seguimos teniendo experiencias maravillosas, que nos marcan y nos ayudan a conectarnos con la naturaleza y lo que podemos hacer por otros.