El jaguar es una de las especies más importantes para el ecosistema de los bosques y selvas colombianas. Según la WWF, su población está ubicada principalmente en el Amazonas, la Orinoquía y el Chocó Biogeográfico. Sin embargo, existen corredores que terminan por convertirse en su hábitat de conexión, algo así como lo que es una autopista en la gran ciudad y que en Antioquia podría ser la Serranía de San Lucas: una parte del ecosistema que utilizan los jaguares para transitar entre territorios y quedarse por más tiempo en los destinos que tienen las condiciones perfectas para su estadía.
En El Bagre, Bajo Cauca antioqueño, el colectivo de comunicaciones Gente y Bosques encontró un problema que podía tener solución. Aunque en los últimos años se ha reducido entre el 20 % y el 25 % de la población de jaguares en el país y sus causas tienen que ver en gran parte con la amenaza hacia sus ecosistemas por la tala indiscriminada y el uso irresponsable del suelo, una parte del conflicto tiene que ver también con las comunidades que viven en territorios cercanos a la presencia del jaguar.
Su problema, en gran medida, era el miedo. Un jaguar podría cazar su ganado, herir a sus mascotas y amenazar a sus familias. Entonces el único camino por años fue cazarlo al momento de ver una huella o un rastro de su paso por las fincas de la Serranía. Para contrarrestar la “solución” que en algún momento protegió a los campesinos, pero que ahora amenaza el equilibrio de los ecosistemas, Gente y Bosques creó una estrategia que logró que los campesinos destinaran 1400 hectáreas de terreno a un corredor biológico para el jaguar, que además en algunos años podría ser aprovechado de manera consciente a través de especies de árboles y plantas nativas que crecen más lento pero que tienen un alto valor comercial como el cedro.
En su proceso en las partes bajas de la Serranía de San Lucas -donde ha disminuido la presencia de grupos al margen de la ley- los campesinos descubrieron que existían estrategias para evitar que el jaguar afectara el ganado. Un sistema de información de avistamiento les permite movilizar los animales de un lado al otro en sus fincas y dejar, en lo que ellos denominan rastrojeras, un espacio amplio como el que necesita este felino para caminar y seguir su paso por las selvas y bosques.
¿Y por qué protegerlo?
Si bien conservar las especies de la naturaleza importa, es innegable el trasfondo espiritual de los animales que habitan el territorio. Para algunas de las comunidades indígenas colombianas, el jaguar es el origen del universo. Incluso en algunos de los lugares más antiguos de su cultura, como el Chiribiquete, se encontraron más de 70.000 representaciones de arte rupestre que demostraron que el jaguar existía desde hace mucho en sus comunidades, lo que significa que protegerlo es también salvaguardar una visión del mundo que vive en equilibrio con los animales y su sabiduría.
Daniel Acevedo Gómez, sociólogo y profesor de la Maestría para el Desarrollo humano de la Universidad Externado, afirma que a partir de ahí nace la solución a la que pueden aportar quienes no viven en el campo y se encuentran con que sus bosques son parques y sus caminos son carreteras. “No poder parar más es nuestro gran problema”, dice Acevedo. De ahí sale que en las ciudades se viva tan distinto al campo, perdiendo la conexi ón, el sentido y la imaginación sobre lo que nos rodea, factores que hacen que la jaguaridad se vaya perdiendo entre el ruido del mundo y sea cada vez más necesario el silencio para poder escuchar a nuestro jaguar interior. Salvar una especie que hoy es considerada ya como “casi en amenaza” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza UICN, no es solo una actividad ambiental, sino al mismo tiempo una manera de escuchar las voces ancestrales de un felino silencioso que tenemos por dentro y nos exige restablecer el balance de las cosas.