Para Javier y su hijo Mateo, de seis años, los libros son máquinas felices con las que pueden viajar en el espacio y el tiempo: desayunar con los dinosaurios, jugar a la pelota en la luna o volar con seres mitológicos. Este año, visitaron por primera vez la Fiesta del Libro y en ese universo de máquinas felices se vieron tentados a ingresar a un lugar que prometía aventuras: La Casa de la Imaginación de Comfama.
Según Javier, fue la mejor decisión, pues no contaban con tantas sorpresas: leyeron historias, reclamaron un bono de lectura, de los más de 24 mil que se entregaron en esta edición, que hizo mucho más fácil llevar a casa una nueva fuente de alegría, y participaron en una sesión de cuentos personalizados, donde Mateo pudo escuchar su nombre como protagonista de una historia mágica. Sus ojos brillaron con asombro y buscaron los de Javier, que vibraban de más emoción al ver a su hijo tan feliz.
Esa misma felicidad se notaba en las palabras de Piedad Jaramillo, del barrio Boston, usuaria frecuente del Claustro Comfama y “experta en la Casa de la Imaginación”, según sus propias palabras. Nos visitó cuatro días durante Fiesta, hizo nuevos amigos y nos agradeció por todos los aprendizajes adquiridos y por las nuevas preguntas con las que se queda.
Fue una emoción que estuvo presente, también, en las palabras de Yolanda Pino, una de nuestras Escritoras Incógnitas, quien presentó ante un aforo lleno su libro Coraje –un libro de poemas sobre la experiencia íntima de tener un hijo con síndrome de Down– y se conmovió casi hasta las lágrimas con las preguntas de personas que ella no conocía previamente, quienes se interesaron por su obra, al punto de querer adquirir el libro con una dedicatoria.
Testimonios que representan el sentir de los más de 40.000 visitantes que pasaron por la Casa de la Imaginación y la Biblioteca Móvil de Comfama en esta versión de la Fiesta del Libro y la Cultura, donde llevamos a cabo 154 actividades, entre conversaciones, talleres, cine, conciertos y pódcast.
Fue enorme el amor puesto en cada actividad y la retribución afectuosa de quienes habitaron nuestra casa. Fue inmensa la satisfacción de ver cómo tanta gente aceptó el reto de pensar en el futuro, en el pasado que lo constituye y en el presente que lo construye.
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Aquí, algunos de los aprendizajes que nos dejaron estos días de fiesta y conversaciones sobre cómo tejer futuros posibles:

El futuro como un bien cultural que estamos llamados a decolonizar
La conversación entre Karla Paniagua y Andrés Roldán, “Ética para pensar el futuro”, nos dejó claro que el futuro es una materia de estudio de primer orden, con profesionales dedicados a su predicción y proyección, que piensan en escenarios en los que no necesariamente van a estar, teniendo en cuenta que se preguntan, incluso, por lo que va a pasar de aquí a cien años con nuestras decisiones del presente. Nos invitaron a ser conscientes de cómo el futuro es un bien cultural que se expresa, por ejemplo, en las narraciones escritas y audiovisuales que no siempre representan nuestros valores. Por eso el gran reto es construirlo desde nuestro propio sentir y necesidades, con la premisa de que muchas de las decisiones que tomemos pensando en un futuro mejor no van a tener una recompensa inmediata.
Situarse más en la posibilidad que en el apocalipsis
Con la conversación “Futuros comunes”, entre Mabel Lara y David Escobar, reflexionamos sobre cómo es un reto necesario salir del lado distópico del espectro para construir el futuro. De hecho, es apropiado hacerlo cuando hablamos del presente, pues es común que haga carrera aquello de que “todo pasado fue mejor”, sin tener en cuenta nuestro presente, lleno de progresos sustanciales e innegables, a todos los niveles. Por supuesto hay excepciones apremiantes como el deterioro del medio ambiente, la desigualdad o la corrupción, pero se trata de juntarnos como ciudadanos y tejer en comunidad para proponer mejoras realizables y progresivas, en un mundo en el que asistimos a grandes cambios que debemos saber leer y escuchar.
Recuperar el silencio para recuperar el futuro
Perla Toro y Hugo Chaparro, en la conversación “Los mitos fundacionales del futuro”, nos acercaron a la idea de que, si bien es difícil revertir la tendencia a relacionar el futuro con caos, distopías y tecnología, quizá convenga, por momentos, abstraernos de la tecnología para recuperar el silencio. En una sociedad mediada por el ruido y la hiperestimulación, nadie se escucha, y es clave hacerlo para construir un futuro propio, más allá del que se nos ha impuesto. De hecho, es necesario hacer una pausa lejos del ruido para digerir también el presente, que no está desprovisto de manipulación. Fue una invitación a recuperar el pensamiento libre, la reunión familiar, la nota en el papel y todo aquello que nos conecte con nuestro ser más genuino.
La naturaleza como hábitat común, no como propiedad
“Habitantes del futuro” fue la conversación entre Diana Wiesner y Francesco María Orsini y de allí se desprendieron varias ideas sobre cómo la naturaleza debe estar en el centro de nuestras concepciones del futuro. Lo primero es la conveniencia de situarnos como un actor más de la naturaleza y no como dueños o poseedores. Bajo esta lógica, nuestras ciudades son contenidas por la naturaleza: debemos resignificar aquellas visiones en las que es la ciudad la que contiene a la naturaleza. De allí se desprende la idea de ver a la naturaleza y sus componentes como objetos de derecho, no solo desde el punto de vista jurídico, sino también desde la forma en la que estructuramos nuestro presente para edificar el futuro.
La cultura como eje de transformaciones
Carolina Delgado, Juan Mosquera e Iván Benavides resaltaron el poder de la cultura como gran creadora de futuros, en su conversación “Eutopías. Un canto al futuro posible”. Señalaron cómo el futuro es una construcción en la que debemos contar con la compañía del arte, las narraciones y los demás componentes de la cultura, de modo que tengamos donde mirarnos, reflexionar sobre lo que somos y contar con una “buena compañía”, que siempre vamos a guardar en lo más profundo de nuestro ser. La cultura, coincidieron, representa un campo de creación en el que se pude trascender de la lógica de los likes y las recompensas inmediatas; es un tejido que se va formando lenta, pero vigorosamente, para acompañar a los pueblos a expresar sus pesares, sentires y deseos.
Hackear las distopías para construir un mundo mejor
En su conversación “Hackear las distopías”, Ángela Tobón, Rodrigo Bastidas y Elizabeth Otálvaro ahondaron en la necesidad de revisar las historias que nos estamos contando sobre el futuro para resignificarlo y encontrar caminos distintos a los distópicos. Un primer paso es tener una mirada crítica sobre estas narraciones, con la idea de construir un futuro en el que el horizonte no deje ver el colapso, sino las posibilidades que tenemos como humanidad. De alguna manera se trata de tener una actitud utópica, pero no desde la ingenuidad, sino desde la posición de una humanidad que ya ha transitado por las distopías y quiere construir escenarios distintos.
La ciencia y su papel en la tarea de avanzar
Rosana Arizmendi, Jorge Zuluaga y Simón Posada conversaron sobre “Ciencia y futuro” para indagar en la relación que existe entre estos dos conceptos tan englobantes. Indicaron como en la búsqueda constante de patrones y en su intención de entender el mundo, así no sea el único método de aproximación que existe, la ciencia ha soportado gran parte de los avances de la humanidad. Esto, pese a que las motivaciones individuales de los científicos no siempre son las más altruistas y en la mayoría de los casos hay que esperar que muchas personas de ciencia se junten para que aparezcan las causas nobles. De todos modos, la complejidad que entraña el factor humano presente en la ciencia no tira por la borda los logros que podemos seguir teniendo en su seno.
El ikigai como soporte de un proceso sano de envejecimiento
En la conversación “Reflexionemos desde una mirada mayor”, entre Marcela Guiral y Daniel Vásquez, el tema de cómo resignificar la ancianidad en nuestra cultura derivó en la importancia que, según los últimos estudios científicos al respecto, tiene el ikigai, un concepto japonés que podría interpretarse como “la razón para vivir”. Se habló de casos en los que la evidencia médica es superada por este factor en ciertos pacientes que desafían sus patologías con la ayuda de un sentido de vida. Por supuesto, no es el único factor determinante para construir un buen futuro en la vejez y es tarea de toda la sociedad pensar en cómo tener cada vez ancianos más sanos y felices, en un momento de la historia en que la expectativa de vida sigue creciendo.
El futuro de las niñas y los niños
Juliana Correa, líder de experiencia de Cosmo Schools, conversó con Emanuel Rodríguez, Eva Lentner e Isabella Correa, estudiantes del colegio, para poner de manifiesto sus visiones sobre el futuro, en la conversación “Imaginar futuros”. Los estudiantes coincidieron en que, a cualquier edad, el futuro se construye en el hoy y en el hoy se forjan las consecuencias o los frutos de nuestros actos. Hablaron de un futuro mediado por la tecnología, con casas grandes y animales felices que conviven con nosotros, pero también de la necesidad de cuidar nuestro entorno para hacerlo realidad.
Una discusión urgente sobre los límites de la IA en los medios de comunicación
Karen De La Hoz y Jonathan Bock, en la conversación “La verdad de las máquinas”, indicaron la necesidad de discutir con suficiencia cuáles deben ser los límites de la Inteligencia Artificial con respecto a la producción y distribución de la información, en tiempos donde su cantidad ya suele ser abrumadora. ¿Debe haber tareas en las que los humanos impongamos límites a las máquinas? ¿Cuáles son? ¿Por qué? Así mismo, señalaron los retos inmensos que hoy tienen los medios de comunicación, entendiendo que el modelo económico está transformándose, pero no la necesidad de que la ciudadanía esté bien informada, más allá de un bombardeo algorítmico sin filtros y sin criterios de calidad.