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William Arenas, ebanista de los ausentes

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William Arenas, ebanista de los ausentes

Existe un hombre que todos los días tiene a la muerte presente como su aliada, como su mejor amiga. Él busca que ella tenga cobijo, que tenga acomodo, que el lugar donde esté luzca bien decorado, cómodo, limpio y tranquilo para que descanse en paz.

Se llama William Arenas Rodríguez, le dicen «Bibiano» y nació en Pueblorrico, Antioquia. Fue de hacha y machete y cuando niño trabajó la caña, el café, el maíz y el fríjol. A los veinte años se vino para Medellín y lleva sesenta en la Comuna 4. Tiene ocho hijos que sufrieron bastante, pero salieron adelante y hoy cada uno trabaja en sus cosas, aunque dos siguieron sus pasos: William, que lleva veinte años en el oficio de cofres fúnebres bajo su enseñanza, y Margarita, que vive bajo su mismo techo y anhela seguir con su legado.

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Bibiano, fiel creyente de Dios pero no de los hombres, no le teme a los muertos ni a los espantos. Dice: «¡Qué le voy a tener miedo yo a los muertos o a los espantos…ellos me tienen miedo a mí! Me he quedado en Semana Santa para ver si se me aparece algo y nunca vi absolutamente nada. El que se muere ya no regresa. Eso sí, le tengo mucho miedo a los vivos... o si no vea lo que me pasó por uno de ellos: me atracaron una vez, hace cuatro años. Venía del centro, fui a cambiar un cheque para el pago de la nómina y se subieron al bus y me robaron la plata. Eso sí es un susto. A los vivos es a los que hay que tenerles miedo. Los espantos no atracan».

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La Quinceañera, la Chévere, la Burbuja, la Vitrina, la Piedad, la Extralarga y El Copón son algunos de los cajones que Bibiano ha construido a lo largo de su vida. «Me jubilé trabajando en esto y ahora vivo con mi esposa Rocío y mi hija Margarita, quien desde hace unos tres o cuatro años se dedica a esto. Yo en cualquier momento me voy y esto es lo que le va a quedar para acabar de levantar a mi nieto. Ella atiende a los clientes. A mí ya ni me llaman. Ella compra todos los materiales como la pana, la tablex, la espuma, las bisagras, la tela». Y añade:

«Aquí en Aranjuez hay gente conocida muy pobre, pero yo realizo mi contribución; les doy la caja a precio de costo, a lo que me sale, mientras que las funerarias como negocio cuadruplican el precio. También tuve quince trabajadores, todos de aquí, de Aranjuez».
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Bibiano es un artista de la muerte y a su trabajo le ha puesto todo el corazón y muchas ganas. Ama mucho lo que hace, se divierte haciéndolo, es muy responsable con sus clientes, no es egoísta, ayuda a pesar de la competencia y siempre se identifica como un buen vecino. Aunque mucha gente se ha aprovechado de su nobleza y de su buen corazón, sigue siendo grande y buena persona. El suyo es un legado que nunca debe dejarse morir… así se viva de la muerte y ella nos visite mil veces.

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Por: Henry Agudelo

  • Reportero gráfico, empírico y autodidacta