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Sara Sandoval: El legado de Morciyara

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Sara Sandoval: El legado de Morciyara

A un par de pasos de la concurrida Iglesia San Cayetano, en Aranjuez, se encuentra la famosa carpa de Morciyara, donde el aroma a especias, a carne y arroz despierta los sentidos de los transeúntes. Allí, entre el humo, el fuego y el carbón, reside la historia de Fabiola Yara y Sara Sandoval, dos mujeres cuya pasión y esfuerzo se unen en algo tan mágico como un bocado de su morcilla casera.

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Más que una simple vendedora de morcilla, Fabiola es una madre abnegada, una emprendedora inalcanzable, una guardiana de la tradición culinaria de su familia. Por más de dos décadas, ha dedicado su vida a preparar y vender este manjar tradicional, todo ello con el único propósito de sacar adelante a sus cinco hijos, quienes desde muy pequeños se involucraron en los diferentes procesos de la producción de la morcilla.

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Unos iban por el menudo, otros a mercar, la hija mayor lavaba y picaba la cebolla, Fabiola embutía y cocinaba, otro ponía el fogón de leña, su esposo hacía pedidos y la repartía, y cada uno tenía su rol.

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Desde temprana edad, Fabiola aprendió los secretos de la cocina de su madre, doña Flor, quien le heredó no solo las recetas familiares, sino también el valor del trabajo arduo y la dedicación. Con ese legado, Fabiola se convirtió en una maestra de la morcilla, perfeccionando cada aspecto de su elaboración con amor y destreza, legado que hoy en día hereda Sara, su hija menor.

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Por largos años, cada mañana, desde muy temprano, Fabiola y su familia se han encontrado en su modesta cocina, rodeados de ingredientes frescos y diversos aromas (algunos retadores y otros tentadores). Allí, con manos expertas y corazón generoso, sin descuidar ni un solo detalle, ella mezcla la sangre con cebolla, pimentón, arroz, especias y secretos guardados celosamente, creando así la morcilla que ha conquistado el paladar y los desayunos de la comunidad de San Cayetano y sus alrededores.

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Sin embargo, el trabajo de Fabiola no termina en la cocina. Cada domingo, afuera de la Iglesia de San Cayetano, ella y Sara, politóloga de profesión pero morcillera por convicción, montan su asador al carbón, la carpa con toda la logística del negocio, y cómo olvidar la canela, el condimento que no puede faltar en la apertura, formando una línea en el suelo para culminar con éxito las ventas de la jornada.

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Actualmente, es Sara quien se ha puesto a la cabeza del negocio, en el cual la receta sigue viva, pero se han tecnificado los procesos de producción en aquellas actividades que exigen mucho físicamente. Esto no ha implicado desligarse de los ingredientes originales y la prueba del sabor, porque el saber y la experiencia están presentes en cada proceso. "Y todo muy bonito, con sus complejidades, claro está" dice Sara, "Crecer implica ser más responsable, y mi mamá está envejeciendo, creo que lo último es lo más difícil de asimilar, porque si ella está, me siento capaz con todo, ella es la fortaleza y génesis de todo este sueño".

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A lo largo de los años, se han presentado diferentes adversidades pero el desafío que hoy enfrenta Fabiola afecta directamente su salud y ha debido delegar parte de sus funciones a su equipo de confianza. Doña Beatriz, la señora siempre sonriente que vende flores en la misma esquina de la iglesia, le expresa a doña Fabiola "es muy rico que usted no deje de alumbrar por aquí doña Fabiola", y es que la determinación y espíritu indomable de esta morcillera nunca han flaqueado, logrando así el progreso de toda su familia y encontrando en este proyecto una pasión para toda la vida. Y así, después de más de veinte años ella insiste: "Me voy a sanar para seguir cocinando".

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Por: Ana Milena Restrepo

  • Poeta y cronista cultural