La Veracruz es una de las zonas de Medellín que recorro desde pequeña. El bus para mi casa se tomaba por esas calles y nunca me fue ajeno lo que pasaba diariamente en la zona. Tampoco han sido ajenas las historias de las mujeres que trabajan y se mueven en ese sector, todas tan cercanas a lo que han vivido mujeres que me rodean desde siempre.
Llegué a Putamente Poderosas durante el tiempo de confinamiento, cuando las vi en redes sociales haciendo campañas para alivianar la angustia que generaba en las trabajadoras sexuales del centro de Medellín no ejercer su oficio por las consecuencias del virus. Desde antes de la pandemia, el colectivo se enfoca en la lucha por los derechos de las trabajadoras sexuales, las acompaña y comparte con ellas conversaciones en torno a las leyes que las protegen, talleres de autocuidado, formaciones en tejido, jardinería, y bisutería. Durante el confinamiento lograron que la gente comprendiera el abandono del estado hacia ellas y aportara desde sus casas para que lograran pasar sus noches y los días de encierro obligatorio en un lugar con cama y comida.
Salí con Liberman, el compañero fotógrafo del colectivo, y registramos las calles y los hogares de algunas de las mujeres Putamente Poderosas, y con la fuerza y la confianza que el colectivo ya había generado entre ellas, conocimos sus intimidades, sus familias, sus espacios para el sueño, sus amigas. Vimos su resistencia, su rabia frente a las injusticias policiales y del estado en contra de su oficio, el valor que tienen de la vida, de sus cuerpos, de su dignidad como mujeres.
Putamente Poderosas nos ha permitido como fotógrafos mirar a las trabajadoras sexuales a los ojos antes de mirarlas con las cámaras; escucharlas, abrazarlas también, compartir carcajadas y retratar su vida en las calles asoleadas, en las noches más frías, en sus camas, en su amor infinito por la dignidad con que asumen su trabajo, su presente.
