La fría montaña no apagó el calor de las esclavas africanas, quienes dejaron su sangre, sudor y linaje para labrar las tierras sanjuaneras. Siglos después las pieles y los recuerdos se difuminaron, pero siguen siendo las mujeres quienes mueven la libertad y la vereda.

A Paula le han dicho “Usted no es negra ni campesina”, pero ella no se inmuta, quizá siente que es un gasto extra de energía contradecir a quienes habitan las burbujas de cemento.

Lo que no saben es que esa muchacha de treinta y punta de años es la cara y la lideresa de la Asociación de mujeres negras y campesinas de la vereda San Juan en San Pedro de los Milagros. Y el nombre es acertado, con sus manos han cultivado frijol, tomate, cebolla y sueñan con tener un galpón. A propósito, hacen unos chorizos exóticos, marinados en cítrico y con un sabor atrapante. Eso sí, no pregunte la fórmula, que no se la dan.

Paula está enamorada de su tierra, sueña con que sus hijos —que ya van siendo más altos que ella— sigan en la vereda, o por lo menos el legado campesino, pero si no es así “que va, que sean felices, es lo que importa”, dice. Se escapa de la soledad de la casa para coger el azadón con las otras madres. No tiene los callos ni la experiencia de las mayores, pero sabe hilar las ideas y las ansias de libertad. En sus debates uno se da cuenta de que son mujeres modernas, juntas construyen su camino.
