Lo más afortunado que le puede pasar a una semilla es dar fruto. Así pasó con los sueños de infancia de Nelly Bedoya, quien desde temprana edad quiso ser una campesina y lo consiguió.

En un país como Colombia, donde la palabra «montañero» suele usarse como insulto, el sueño de ser campesino es, por lo menos, particular. Porque aquí ser campesino pocas veces se escoge y, en cambio, casi siempre se hereda.
Eso de levantarse muy temprano en la mañana, mantener las uñas llenas de tierra, resignarse a los caprichos del clima y sufrir por vender un producto que a veces se vende más barato en los supermercados, no es fácil. Por eso es difícil creer que Nelly soñ ó con eso desde niña y no con dejar el campo para irse a vivir a la ciudad.


Nelly forma parte de un colectivo de mujeres en San Cristóbal que, con esfuerzo genuino y poderoso, crearon la Asociación de Mujeres Campesinas Siemprevivas. Son mujeres que, organizándose y pensando, no solo producen frutos tangibles, sino tejido social desde el campo. La conocida frase: «el amor es como una planta que hay que regar todos los días», se vuelve realidad en los rostros de estas amigas, madres, tías y esposas que con su trabajo buscan autonomía personal, económica y política. Ellas desmontan viejos paradigmas sobre las mujeres, su fuerza y su inteligencia.



En el catolicismo san Cristóbal es el patrono de los viajeros, los camioneros, los pilotos y de los conductores. Resulta una bella coincidencia que ese sea el nombre del corregimiento que acoge a estas soñadoras, viajeras de la utopía y conductoras del amor hacia la tierra y los productos sanos, la abundancia y el autocuidado. Pilotas, no de aviones, pero sí de proyectos que promueven con entusiasmo y discreta madurez un modelo de vida armonioso en el que cabemos todos.






