Cuando Margarita y yo nos encontramos, ella me abrazó sin conocerme. Luego comprendí que con ese mismo amor también se ha acercado a los campesinos que cargan los dolores de la guerra.


Cuando era pequeña, su padre la llevaba a visitar las veredas del pueblo. Ella se sorprendía de que los campesinos que trabajaban esas tierras no tuvieran, a la hora de la comida, los frutos que cultivaban. Creció sabiendo que había algo mal en el campo y que lucharía contra las injusticias toda su vida. Supo también, por consejo de su padre, que la lucha no podría hacerla sola, que necesitaría el amor y la valentía de la gente que la rodeaba.
Además de su familia, sus primeros aliados fueron personas que encontró en el camino de la reparación de víctimas. Así, junto a sus amigos Fany y Juan Carlos, y a su hijo Diego, creó Corpoazul, una fundación que lucha por la recuperación de tierras, la mejora del trabajo agropecuario y la dignidad de los campesinos.




La casa de Margarita es un lugar de amor; allí nacen ideas para conseguir recursos económicos y humanos que lleven a los campesinos de Támesis a recuperar la esperanza y los deseos de sembrar y de cuidar sus tierras.
Su mayor virtud es la capacidad para afrontar el desconcierto, la desconfianza y la apatía de muchos que han vivido la guerra; gente que por causa del Estado, los paramilitares y las guerrillas han perdido la fe, incluso en sí mismos. Margarita, con su fuerza y su capacidad incondicional de entregar amor, trabaja todos los días para que ellos vuelvan a creer y a confiar en sus conocimientos y capacidad de trabajo.




