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León Vargas, un lutier en su taller

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León Vargas, un lutier en su taller

León es un joven de noventa años con una vida llena de proyectos que espera realizar pronto. Es un lutier, un maker de la música, un hacker del sistema, solo que nunca nadie se lo ha dicho de esa manera.

Él repara y crea instrumentos musicales, algo para lo que se necesita habilidad en las manos, buen oído, pasión por la música y, sobre todo, una paciencia parecida a la testarudez. Ganas de no rendirse nunca, porque si algo se daña, se quiebra, se pela o se rompe, puede arreglarse o, al menos, se intenta reparar con pasión, con ingenio, con innovación, con estética.

«Hacer un instrumento sonoro es un desafío porque fabricar un violín es sufrir constantemente. Un error implica repetir una pieza, un proceso, perder un tiempo", explica.

León es un maker de la madera, alguien que toma un cajón, unas espinetas, un diapasón, unas cuerdas y los convierte no en una guitarra sino en algo más: en una fuente de dulzura. Si hubiera nacido en 1995 sería impresor 3D o creador de robótica y de logaritmos, pero nació en 1928 y su mundo es el trabajo manual y producir sonidos.

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Quiere mostrarme algo y, cuando va a buscarlo, preciso se le cae una cajita de las manos. Le cuesta un poco agacharse y yo le digo que tranquilo, que yo lo recojo, porque sé que buscar cincuenta puntillas en un piso lleno de aserrín no es algo sencillo para sus rodillas. El tiempo ha pasado, él lo sabe, aunque su vista está intacta y en un metro puede ver cada uno de los milímetros. Entonces me agacho a recoger para que León sigua buscando lo que quiere mostrarme. Aparece con unas herramientas antiguas con las que aspira hacer un museo.

«Estas son herramientas que fabricaron mi abuelo y mi papá. Todavía funcionan; uno las ve y se asombra. Como este gramil para hacer señas en la madera, como este acanalador para hacer zanjas, como esta garlopa que fabricó mi papá en 1915 y que me la regaló cuando yo tenía catorce años, como estas herramientas que me regaló el doctor Federico Vásquez, un hombre excelente que construyó el Teatro Lido, que sigue usándose por su acústica, por su sonido y que hoy es patrimonio Nacional…algunas de estas piezas cómodamente podrían tener cien años, son cosas se hacían para durar y esa es la diferencia».

Le contesto que su comentario es como de activista contra la obsolescencia tecnológica, algo que se ratifica al ver su taller como congelado en el tiempo, como si allí las horas y los minutos se hubieran sentado a tomar tinto.

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El cartel de su negocio dice: Ebanistería Julio y León Vargas, teléfono 42251. Además de León y su papá, en el letrero también podrían estar los nombres de sus hijos, Sergio y Mauricio, quienes lo acompañan a diario, cada uno con su especialidad, con sus herramientas, con lo mejor que León supo transmitirles: respeto por cada instrumento creado o reparado, para que así el valor de una guitarra no sea el que tiene en un container traído de China sino el que dicta el artista, el lutier, el que puso su conocimiento y su trabajo para encontrar el equilibrio entre la notas agudas y las notas graves, para que la música salga nítida y no opaca, o ahogada, o turbia.

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Aun sabiendo tanto, hay cosas que León no sabe: como por ejemplo que también es un activista que resiste contra un mundo donde todo es comprar y desperdiciar, pagar de nuevo y desperdiciar una vez más.

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Aquí van el resto de fotografías en galería.

Por: Federico Ruíz

  • Fotógrafo interesado por las personas y sus historias