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Crónicas del barrio y de la región

Crónicas del barrio y de la región: Juan y Diana, fundadores del restaurante Ítaca

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Crónicas del barrio y de la región: Juan y Diana, fundadores del restaurante Ítaca

En marzo, con el comienzo de los rigores de la pandemia en Medellín, donde hasta entonces se creía tener todo bajo control, la curva estadística subió: los números empezaron a ser nombres y la tragedia inminente; las razones, el miedo y los decretos encerraron a las familias en sus casas y de paso vaciaron la ciudad de vida. El Centro, en particular, se convirtió en el escenario de un filme apocalíptico. Acostumbrado a los afanes y al ajetreo, se paralizó. Los curas cerraron sus iglesias y el comercio sus vitrinas. Todo el mundo se esfumó. Quedaron sus vecinos, los que tienen allí sus casas y los que tienen ese lugar por casa: los habitantes de calle.

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En medio de la suspensión del ritmo tuvo origen una idea y, con ella, un movimiento. Un impulso que unió voluntades a través de las manos de Juan, Diana y de su fogón; encendido desde entonces para alimentar a los vecinos, los que habitan las calles de ese Centro, de ruidos y montones, ahora solitario.

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Ítaca -como la isla del mar Jónico (patria de Odiseo) o la siempre lejana de Cavafis- se llama el restaurante de esta pareja, ubicado en la carrera Córdova entre Perú y Caracas. Desde allí, cargan una carreta amarilla desvencijada con desayunos o almuerzos y emprenden el viaje.

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Pronto la iniciativa de este par de soñadores se hizo famosa gracias a la prensa y los noticieros. Su viaje trascendió fronteras y, con la misma velocidad del virus, actuó la solidaridad de la gente. No supieron cómo pero el día 173 de una cuarentena que aún no termina, confirmaron con sorpresa que no habían apagado su fogón ni un solo día.

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A la puerta de Ítaca llegaron donaciones que cubrieron los gastos del personal y ayuda a través de granos y cereales, huevos, tomates por cantidades industriales, proteína animal de calidad y en cantidades generosas: una tarde llegó a su puerta una res completa que ellos mismos tuvieron que despresar durante una noche entera.

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A siete meses del comienzo de esta historia, se han repartido alrededor de 40.000 raciones, muchísimas más de las que se hubieran servido en el restaurante Ítaca en un año de normalidad. Las ayudas siguen llegando a este puerto para ser repartidas en la carreta amarilla, vehículo insigne que surca las calles del Centro saciando el hambre de los más necesitados. Símbolo que representará a la nueva “Fundación Ítaca” que, gracias a esta potente fuerza de voluntades, abrirá sus puertas en la calle Barranquilla, justo en frente de la Universidad de Antioquia. Desde allí, Juan, Diana y sus mecenas esperan proveer de alimentos a los estudiantes de la U y a los pacientes de las clínicas vecinas. La idea es que nadie deba elegir entre un pasaje, una fotocopia y un bocado.

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