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Juan José Hoyos, recorrer el barrio con el cronista

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Juan José Hoyos, recorrer el barrio con el cronista

Si le preguntan a Juan José Hoyos qué se le viene a la cabeza cuando le nombran Aranjuez, responde que un guayacán amarillo. Y si le preguntan a qué le suena, dice que a un bolero o a un tango, y cuenta la historia de Ligia Mayo o del chofer de bus público que era cantante y manejaba en cachaco.

Caminar Aranjuez con Juan José es recibir una inolvidable, didáctica y entretenida clase de historia de Medellín. En cada esquina hay una anécdota, en cada calle un recuerdo, y en alguno que otro negocio hay un cuento que le salta a la mente y lo hace detenerse, como buscando regresar en el tiempo.

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Bajamos por la calle principal, rumbo a San Cayetano, y entre la conversación y el paisaje pudimos ver el enorme edificio que ahora construyen donde antes quedaba el Teatro Aranjuez.  Cruzamos la calle, subimos una pequeña loma empinada y llegamos a la iglesia. Allí un busto del padre Barrientos recibe a los transeúntes desprevenidos y apurados que ignoran su presencia. Juan José lo recuerda como un cura con la sotana embarrada por los buldóceres que sacaban la tierra de las que hoy son calles pavimentadas.

Al lado izquierdo de la calle hay una panadería de muros de color naranja y asientos de aluminio. Me cuenta que ese era uno de los lugares donde se reunía con sus amigos, y que antes de ser una panadería era una heladería llamada Las Brisas.

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Después de una cerveza y más historias seguimos en busca de la escuelita donde estudió, pero resultó que tampoco existe porque la trasladaron.

«Antes esto solía estar lleno de guayacanes amarillos. Ahora no hay nada, aunque por lo menos están volviendo a sembrar algo», dice señalando los arbustos en el andén.
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De ahí partimos en taxi rumbo a la cuadra donde pasó sus primeros años. Nos bajamos en el cruce, junto a la iglesia de San Isidro, y bajamos por una calle empinada donde Juan José apuró el paso en busca de la tienda de don Gabriel. Pero acá tampoco queda algo del nombre o del señor; solo una tienda de carpa roja y reja blanca. «Aquí me quiero tomar otra cervecita.  ¿Vos querés otra?», me pregunta. Le digo que sí y nos sentamos mirando hacia la calle. Las primeras riñas de machete que vio en su vida fueron en esa esquina, me cuenta. Y entre cerveza y calor me habla de su vida.

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Terminando el recorrido buscamos la casa donde nació y creció, pero la morfología y arquitectura del barrio han cambiado tanto que lo hizo un poco difícil.  Al final, Juan José señala una casa color turquesa, con dos ventanas blancas a los lados que resaltaba de las vecinas.  Esa era, ahí había comenzado su historia.

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Por: Karin Richter Gómez

  • Fotógrafa y artista plástica de Medellín