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Crónicas del barrio y de la región

Crónicas del barrio y de la región: Fernando Ospina

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Crónicas del barrio y de la región: Fernando Ospina

FERNANDO OSPINA, LAS FLORES PARA LA VIDA

El florista reposa las flores sobre la mesa donde, acompañado de una vieja radio encendida, corta las espinas, las hojas dañadas y tallos que descarta, con un cuidado silencioso y tranquilo. Cuando la flor le gusta, entonces la junta con otras, consciente del cuidado y la delicadeza para mantenerlas vivas.

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Prepara un arreglo para la reconciliación, un encargo de un amante que en busca del perdón de su novia le ofrece flores. Fernando pone la ofrenda sobre la mesa, la cubre con un plástico transparente y le ata un moño.

Al visitarlo en busca de una persona que hiciera coronas fúnebres, encontré a alguien que hacía, más que otra cosa, flores para la reconciliación. Las flores, que me recuerdan la fragilidad y la vida, o también la fragilidad de la vida, son además la ofrenda que abre un camino al perdón, restauran la vida.

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Fernando Ospina, el hijo de una familia florista, trabajó con sus padres desde los 18 años. Su padre, desconfiado de su capacidad lo intentó alejar del oficio, pero Fernando con terquedad se ganó un lugar a su lado. El oficio de las flores fue una herencia de su familia, y atesora recuerdos entre ella, como el de una tarde en que su tío lo cargaba sentado en una carroza que pasaba entre un desfile de Feria de Flores en Medellín. Juntos arrojaban algunas flores a la gente que se junta a ver las silletas hechas de margaritas, rosas, ramas de pino, musgo y muchas otras flores que se cultivan en el Valle de Aburrá.

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Desde sus 30 años emprendió en su propio lugar, la Floristería Prado Colonial donde el legado familiar perdura, y se cultiva junto a una de sus hijas.

La flor cortada nos deja contemplar por un breve tiempo su esplendor, pero eventualmente morirá, es su ciclo vegetativo. Como la vida humana, es frágil, con cuidados intentamos prolongar su belleza y su majestuosidad.

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Fernando no cree en eso de darle flores a los muertos, «En vida es que se dan las flores», me dice. Sin embargo, en la pandemia, tuvo que asumir la difícil tarea de hacer la corona mortuoria para su madre.

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Las flores que se dan en vida y expresan el amor como se hace entre los enamorados, en los nacimientos, que gracias a su perfume y sus propiedades terapéuticas nos sanan, también rinden homenaje a la muerte, acompañan los rituales con cierta ambivalencia en su uso que tal vez explique por sí misma la razón de que este símbolo de la vida y la sanación esté presente también en un camino de atender el duelo tras la muerte, o de una búsqueda por darle vida a nuestros muertos, de extender su aliento, de restaurar la vida y abrazar la muerte.

El oficio de Fernando, mantiene entre nosotros el recuerdo de la vida.

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