No habían pasado cinco minutos y ya Fernando me había dicho:
Transcurridos quince minutos entendí que Fernando —o Fercho Cuartas, como lo conocen sus cercanos— es un tipo realmente especial: historiador de la Universidad Nacional de Colombia, viajero que escribe sobre Medellín, experto en patrimonio y una caja de sorpresas que se va descifrando entre metáforas. Me dijo:



Habíamos definido un punto de encuentro en el centro: El Café Rojo, una suerte de centro cultural, cerca al Parque del Periodista, donde se reúne gente a hablar, compartir literatura y conversar sobre arte e historias cotidianas. Allí se encuentra un grupo de estudio y lectura los miércoles en la tarde. Desde ese lugar partimos en dirección hacia el bermejo mundo, el nombre poético e histórico que él usa para denominar a Aranjuez. En el recorrido, Fercho me trasladó a otra época, a los orígenes de este barrio que antes se llamó Berlín y le decían el Barrio Rojo, porque la gente llegaba con los zapatos teñidos de tierra de color bermejón cuando transitaba por allí.



Me habló de lugares que no podía perderme: el colegio de Ciegos y Sordos, la carpintería de don León –que es el luthier–, la casa del músico y poeta Tartarín Moreira, o lo que queda de ella. La casa de Duperly, el fotógrafo; y de Lonjas, el arquitecto. Aranjuez es un barrio que se deja ver entre vestigios de un pasado opulento. «A pesar de la notable transformación y la irrupción de los edificios sin memoria, hay algo que conservamos y nunca ha desfallecido en este territorio: ser un nicho de pensadores, de creadores, de gente inquieta por la cultura y por el arte».




Fernando trabaja como guía de recorridos urbanos. Su encanto está, quizás, en que en él habitan múltiples ciudades: una histórica que conoce los detalles de un pasado que le permite entender el presente, pero también esa ciudad literaria compartida en su libro de prosas poéticas titulado La calle no calle, un compilado de textos poéticos con el que ganó una beca de creación de la Alcaldía de Medellín.


