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Crónicas del barrio y de la región

Crónicas del barrio y de la región: Diana Patricia Cadavid Montoya

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Crónicas del barrio y de la región: Diana Patricia Cadavid Montoya

Era un 23 de diciembre, el bombero llevaba en sus brazos a una niña de siete años, a la que había rescatado dentro de un bus en llamas; la pequeña estaba recogiendo las monedas del colectivo de su padre. Así recuerda Diana, la niña de siete años, el momento en el que decidió que iba a ser bombera.

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Al llegar al lugar del incendio su familia vio como el fuego consumía su sustento de trabajo. Las bandas criminales fueron las responsables de quemar el colectivo de transporte público del papá de Diana, porque la empresa no había pagado la vacuna de circulación del nuevo vehículo. Ella se soltó de la mano de su mamá, se escabulló entre la gente e ingresó al bus. Un bombero vio el resplandor de su vestido blanco moverse entre el fuego y entró por ella, sin miedo a que la máquina explotara. Preguntó quiénes eran los padres, pero el caos, los gritos y la multitud no le permitieron encontrarlos. Una señora del barrio recibió a Diana que estaba arropada con un chaquetón del uniforme del bombero; la cuidó y más tarde, cuando el incendio de los tres vehículos estaba controlado, la entregó a su familia.

Diana tiene 39 años y 10 años de su vida se los ha dedicado a servirle a Bomberos Bello, la institución que la acogió, le midió su gallardía y le permitió cumplir su sueño. No fue un camino fácil, porque por muchos años, no encontraba la ruta, ni siquiera la veía posible. Estudió comercio exterior y secretariado auxiliar; carreras que la dejaban tras un escritorio y lejos de las emergencias, desastres naturales y situaciones para el auxilio de la comunidad.

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Los accidentes fueron los que la acercaron a la vida de bombero. Hace 12 años, el carro en el que iba con su esposo, Juan Carlos, sus dos hijos y su sobrino, se volcó mientras iban de paseo a celebrar su cumpleaños. Las lesiones fueron menores para todos excepto para Juan: estuvo hospitalizado por un fractura y hemorragia interna craneal. Quien los rescató fue el Cabo de bomberos Stiven Ortiz, un amigo de la infancia; ese encuentro significaba la ilusión de acercarse a su sueño. Diana le envió su hoja de vida, pero infortunadamente, el Cabo fue asesinado, poco tiempo después, fuera de la estación de bomberos. Pensó que esa era su última opción y que la vida le negaba, una vez más, una oportunidad para demostrar su tenacidad. Y así parecía ser, porque en la convocatoria de ese año no la llamaron para presentarse.

Un año después, recibió una llamada a las 6:00am, contestó el teléfono entre dormida, pero con el corazón palpitando en el cuello porque la experiencia le había enseñado que las llamadas antes de las 6:00 am y después de las 9:00 pm solo significaban noticias de emergencia y casi siempre malas. Al otro lado de la bocina, la voz del Teniente Isaza le preguntaba si ella seguía con el deseo y la vocación de ser bombero. Entre lágrimas y palabras ahogadas respondió: Sí, señor. Llegó a la institución a las 7:50 am de ese mismo día, como la habían citado. Sus compañeros eran la brigada juvenil y Diana era la más adulta. Tuvo que aprender en tres meses lo que muchos llevan años practicando. En la última prueba pensó que hasta ahí había llegado su sueño, porque le acomodaron en su mano su mayor miedo: las cucarachas.

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Diana recuerda el día que la alarma sonó tres veces y en los radios indicaron que se trataba de un 901: hombre muerto. El teniente les advirtió a ella y a su compañera Daniela -ambas novatas- que el cadáver llevaba varios días en descomposición, pero insinuó que no iban a poder realizarlo. Y sí, tenían miedo, pero voluntad de sobra. Fueron ellas dos las que se metieron al Río Medellín, a la altura del Polideportivo Tulio Ospina, a sacar el cuerpo. El olor era apenas soportable y la escena escalofriante: un tubo le atravesaba el cuello y la ingle, por lo que ellas tuvieron que cortar las partes que salían de la piel del asesinado.

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“Nosotros somos una familia”, me dice Diana y así se despide. Su esposo es agente de tránsito y voluntario bombero, su hijo fue bombero, pero un accidente le afectó el pulmón y no pudo continuar, Stefany -su hija- hace parte de la brigada, para un día ser como su madre, una mujer llena de sueños, valentía y vocación para servir a su comunidad como si fuera su familia.

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