Esta historia comienza entre las sombras. Un hombre que ha errado sus pasos, que se dejó nublar la vista por la avaricia, que por negocios turbios llegó a parar detrás de las rejas de una cárcel. Sin embargo, esta historia no se trata de eso, sino de la manera de como la vida se las ingenia para darnos segundas oportunidades, de cómo la luz puede volver a nuestros corazones para ser compartida.
Cristian Guzmán es un hombre que nació en Medellín, criado en Castilla, un barrio donde las “cosas malas” siempre pueden suceder. Es así como se vio involucrado en cosas delictivas porque finalmente es lo que conocía como realidad, pese a que en su familia son personas católicas, de buenos principios, como corresponde a la sociedad. Cristian creció en esta atmosfera seducido por el dinero “fácil”, el dinero mal habido.
Años más tarde, se alejó un poco de esos ambientes consiguiendo un trabajo en el sector público. Pero una vez más, el destino hizo sus jugadas y le brindo de nuevo la oportunidad de hacer negocios de dinero rápido. En palabras de Cristian: “yo conseguía las armas, los armamentos, lo que necesitaran, y si eran para quitar una vida eso a mí no me importaba, me importaba era hacer el negocio y ganar dinero”.
De esta manera llego a la cárcel, donde le condenaron a 46 años de prisión. Para él esto era algo más que podría solucionar con una llamada: “Esto lo cuadro llamando a tal persona, sin entender aun lo que me estaba pasando” expresa él. Después de tres días puede comunicarse con su mamá, y es ahí donde comprende que de esta situación no saldría tan fácil como lo había imaginado.
En los patios alguien lo recibió y le ayudo a tener una mejor estancia en la prisión, lo que le inspiró a ayudar a otros reclusos que llegaban. Junto con su familia iniciaban una labor para ayudar, no solo a los presos, sino también a los familiares de ellos.

Un día estando en la cárcel vio a uno de sus compañeros a punto de quitarse la vida, tenía una soga en el cuello y acaba de quitar el banco que le sostenía. Cristian logró llegar a tiempo, con mucho susto lo rescató, pudo hablar con él y al hacerlo entender que la vida es muy corta, que podía ayudar a más personas y que estando allí tenía una misión de vida, servir a otras personas.
Tres años después, empezó a sentir la inclemencia del encierro al ver a sus hijos en las visitas, verlos crecer sin poderles acompañar, y ver a su esposa solo una hora cada ocho días. Para él eso fue devastador, sentía que estaba perdiendo la vida que no valoró cuando estaba en libertad, así que llorando arrepentido “discutió” con Dios. Le pidió que si él existía por favor le dejara salir antes. Viviendo una experiencia sobrenatural, con lágrimas en los ojos le dijo: “vea Dios si usted me deja salir antes, yo le prometo que le serviré el resto de mis días”. Y pues si no creían en milagros, esta es una buena razón para hacerlo, porque así sin ninguna explicación dos meses más tarde, fue llamado al tribunal diciéndole que solo debía firmar, porque se le concedería la libertad. Es desde entonces que Cristián sintió que tenía una segunda oportunidad de vida, que haría lo que estuviera en sus manos para ayudar otros seres humanos.


Después, con su esposa Lina, crean la fundación Conciencia empezando en los barrios vulnerables cercanos como castilla, pedregal, parís y otras partes como salgar. Una fundación que se encarga de formar para que cada persona se autosuficiente y pueda darse a sí mismo un mejor porvenir del que ya cree “premeditado” por ser de un barrio de pobreza. Años más tarde, llega a la zona de Nuevo Jerusalén donde se dedicaron de lleno a apoyar esta comunidad, dándoles talleres, acompañándolos en su formación, dándoles alimento y otra razón para ver la vida más allá de lo que ya conocen.



A Jerusalén llegan personas de todas partes, desplazados por la violencia, emigrantes venezolanos, personas que lo han perdido todo y no saben cómo empezar de nuevo. Estas personas llegan con sus familias, con sus hijos derrotados porque no hay más alternativas. Sin embargo, la fundación les ha acogido y acompañado más de 8 años en todo el proceso; y si bien hay historias muy tristes, realidades demasiado devastadoras. Cristian y Lina no pierden la fe, ni la esperanza de lograr que cada persona tenga una mejor calidad de vida desde la educación y la formación de la mente.



Esta historia la he llamado así porque esto ha sido la vida Cristian un cumulo de contrastes donde se puede evidenciar que, si se puede cambiar para bien, que se puede servir a otras personas, que siempre mientras estemos vivos, siempre habrá segundas oportunidades para resarcir nuestros pasos.


