Lleno de colores, aparentemente alegre en todo momento y acompañado por Trotsky, su mascota, Coquito recorre las calles de Bello y otros municipios circundantes. Va en busca de su sustento: promocionar locales comerciales que encuentra a su paso y en los que sabe que lo van a contratar. Su nombre real es Jesús Eduardo y tiene sesenta y siete años.
Su historia empieza cuando se fue de la casa sin tener rumbo y terminó viviendo bajo las tribunas de un circo itinerante en el que poco después se convirtió en payaso. Viendo a sus amigos en el camerino y en el acto, sintió que las sonrisas del público eran el motor de su vida. Entonces le pidió a sus compañeros que le enseñaran. En su primera presentación trabajó con nariz prestada.



No repite ruta en una misma semana. Conoce bien su oficio y dice que «no puede saturar el mercado». Por eso cada día, mientras camina, se inventa nuevos recorridos que le dicta su instinto. En la centralidad de Bello conoce cada rincón; lleva más de dos décadas trabajando en esas calles y las ha memorizado.



En 1993, después de una larga mala racha, Coquito encontró la suerte posada sobre el pavimento en forma de un fajo de billetes sin dueño que le permitió comprar su primer megáfono. Ese aparato aún lo usa para pregonar descuentos y promociones.



El oficio de payaso se ha transformado y Coquito no ha sido ajeno a ese cambio. Hubo un tiempo en el que recorría bares y parques con sus disfraces y sus discos para imitar a reconocidos cantantes. Cuenta que en ese entonces le iba muy bien, porque la fonomímica es lo que mejor sabe hacer y lo que más le gusta. Sin embargo, dice:
A diario trabaja y lucha contra nuevas formas de hacer publicidad.




