Después de más de veinte años en la universidad y de muchos ires y venires de la vida, después de haber tratado de descifrar los secretos más escondidos de la química pura y de andar la Sierra Nevada, Chocó y Amazonas conociendo a los indígenas, indagando entre chamanes y escudriñando el bosque con ojo de científico y de botánico; después de todo eso, los compañeros todavía se atreven a decir que Carlos Ríos está loco.
Como cualquier persona trabajó durante muchos años para asegurar una pensión. Pero en cuanto consiguió lo necesario para resolver su vida se dedicó a lo que realmente le apasiona: la química al servicio de la sociedad. Porque, como dice, «hago parte de un pequeño grupo de elegidos que tuvo acceso a la educación». Un privilegio de pocos, a lo que añade: «Noventa por ciento de la población está esperando a que les mostremos un mundo con más esperanza, y lo debemos hacer porque tenemos una deuda social con ellos».
Su tema son los residuos sólidos: las basuras. Con eso siempre quiso trabajar. Al principio sabía que la idea no tenía ni pies ni cabeza, y por eso muchos de sus amigos murmuraban que estaba loco. Pero investigó e investigó hasta que aprendió a convertir en cemento un gran grupo de basuras y residuos sólidos con pocas posibilidades de reciclaje, y así creó morteros ecológicos, revoques, pisos, ladrillos, y todo lo necesario en construcción. Con ese conocimiento se dispuso a hacer una vivienda ecológica con materiales reciclados convertidos en cemento que pudieran servirle de ejemplo a la comunidad.
Entrar a la casa de Carlos en Pedregal es introducirse a un mundo desconocido y casi tan indescifrable como su cabeza. Hay recipientes, químicos, baldes, botellas, pociones y elementos de trabajo por todas las habitaciones. En la silla de su escritorio reposa la bata blanca que usa cuando se viste de químico para hacer sus experimentos. También hay un computador, muchos pasadizos, escaleras. Todo un universo entre paredes.
Carlos, además, emplea en su taller a la gente del barrio; algunos como trabajadores, otros como montajista, y a otros les compra parte del reciclaje que recogen. Con esos materiales entra a su taller, que es un lugar en donde los sueños se hacen realidad y donde la basura cobra vida útil.
Además del cemento fabricado a partir de reciclajes, Carlos también tiene un sistema para purificar agua, produce abono orgánico, compost a partir de moscas y una lista larga de inventos. Es un creador, un hacedor de cosas, un tipo inquieto y a la vez calmado. Un loco, sí, pero un loco bacán.
Para Carlos Ríos, el vecino de Comfama, la razón de ser de todos estos inventos es retribuir y ayudarle a la comunidad. O como dice en sus palabras:
