Carlos Bravo, «Caliche» , es parte de la decadencia estrepitosa y nihilista que formó el carácter del punk de Medellín. Hace tres décadas, cuando experimentó la belleza visceral y la energía atómica de este género, desembocó toda su potencia creativa en sentar las bases de un movimiento aguerrido e irreverente que se hacía a su medida, a menudo con precariedad técnica y económica, pero siempre con el carácter que definió el estilo denso, estridente y punzante del punk local.


Todas las peripecias del surgimiento del punk en Medellín las documentó Caliche en su primera publicación editorial Mala Hierba, un libro que reconstruye la historia de las galladas de punkeros y las bandas que, como la de él, fueron pioneras en resonar, cuestionar y obstinarse en hacer de la música un proyecto de vida posible. Se trata de un sentido ejercicio de memoria histórica que tardó diecisiete años en terminar y representa un insumo invaluable para los barrios, la comunidad académica y, por supuesto, para los punkeros de Medellín y otros territorios.

Caliche es una fuente de consulta. Él es quien despeja cualquier duda sobre las anécdotas más icónicas y subterráneas.
Desde los años ochenta, las agrupaciones y colectivos artísticos de la zona se han enfrentado a la incertidumbre que implica habitar una ciudad como esta. Caliche ha estado ahí gestionando y creando iniciativas culturales como Toque de Salida, conciertos, festivales, redes solidarias y colaborativas, talleres y recorridos. Su energía parece inagotable y lo mantiene en movimiento e inquieto.



Además de sistematizar las anécdotas, en sus labores más ociosas o de alto rigor, Caliche recopila boletas, discos, libros, fanzines, fotografías y documentos que se han producido en la escena punk a lo largo de los años.






También acompaña y guía, en Picacho, el proceso de TallerArte, donde la arcilla, como sus acciones, le han permitido moldear poco a poco el mundo que habita.


