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Crónicas del barrio y de la región

Crónicas del barrio y de la región: José Joaquín Calle

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Crónicas del barrio y de la región: José Joaquín Calle

El 27 de septiembre de 1987, un estruendo y una nube de polvo interrumpieron la cotidianidad de un día que iba a quedar marcado en la memoria de los habitantes del barrio Villatina (Comuna 8, Medellín). Cuenta la señora Delia que ella estaba en su casa cuando escuchó un ruido terrible, al salir se encontró con la gran nube de polvo que avisaba que algo extraño había pasado; Joaquín Calle, que para entonces tenía 13 años de edad, se encontraba en la cancha de fútbol con sus amigos, desde allí escucharon el fuerte ruido que también los alarmó y corrieron hacia sus casas. La tragedia había ocurrido, cerca de las tres de la tarde 20.000 metros cúbicos de tierra provenientes del Cerro Pan de Azúcar se desprendieron en un alud que ocasionó la muerte de aproximadamente 500 personas y dejó por lo menos otras 1000 damnificadas.

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Ese día la vida de Joaquín dio un giro inesperado, sus dos hermanas, su padre, su madre y su sobrino perdieron la vida aquella tarde. Desamparado y solo, en medio de la pobreza y el abandono del estado colombiano, Joaquín optó por unirse a uno de los grupos armados que hacía presencia en la zona, un espacio en el que encontraría reconocimiento social, estatus, y en el que lograría subsanar sus necesidades económicas y de protección.

Después de vivir durante años en la guerra, de ser conocido por la comunidad del barrio Villatina como un joven perteneciente a los grupos armados del territorio, Joaquín Calle se acogió a los procesos de desmovilización de las autodefensas en el año 2003. Cansado del conflicto y con la necesidad de dar un giro diferente a su vida y su historia, en 2004 Joaquín creó junto a un grupo de desmovilizados, víctimas del conflicto armado, madres cabeza de familia y comunidad en general la corporación Campo Santo 2787, iniciativa orientada principalmente a recuperar la memoria histórica del campo santo de Villatina y que posteriormente se convirtió en pionera de la gestión ambiental en el territorio, promoviendo proyectos como el Cerro de los Valores y la ruta de reciclaje y manejo de residuos sólidos.

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Ubicado en el barrio Caicedo, el Cerro de los Valores se divisa a lo lejos como un espacio acogedor, un lugar atrayente y tranquilo que genera curiosidad y deseo de exploración. Al llegar a él, se observa el aula ambiental en la parte inferior de la pequeña montaña, un corredor rodeado de plantas y unas estructuras de hierro forradas con formas de animales, vegetales y diversas figuras, el rastro de lo que hace algunos años fue quizá uno de los alumbrados navideños más bonitos de la ciudad de Medellín. Una iniciativa que hoy se encuentra inactiva debido a la falta de apoyo institucional que permita continuar dando luz y vida a un proyecto que durante años ha transformado una frontera invisible, usada para el consumo de droga y el depósito ilegal de basuras, en un espacio de encuentro para la enseñanza, el cuidado y la protección del medio ambiente a partir de la promoción de otros imaginarios sobre el territorio.

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En tiempos del mayor auge de la guerra en esta zona de la ciudad, el hoy llamado Cerro de los Valores era conocido como el sector de “La Torre”, un espacio vetado en el que Joaquín, de la mano con la comunidad y otros compañeros y compañeras también desmovilizados, creó un jardín en el que es posible encontrar diversidad de plantas ornamentales y cultivos de pancoger como lechugas, cebollas y frutales; así mismo, allí se desarrollan también otras actividades como: recorridos guiados, alumbrados navideños y capacitaciones.

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Delia, hace parte de la Corporación Campos Santo 2787, su labor es la de cuidar el espacio del aula ambiental y el Cerro de los Valores, hacer las labores cotidianas de mantenimiento y recibir a los visitantes que acuden al lugar interesados por conocer más acerca del proyecto. Cada mañana antes de iniciar labores, Joaquín pasa a visitar a Delia, a quién llama “mamá”. Durante las primeras horas del día aprovecha para darle un vistazo a las plantas, tomar un café y conversar un rato. Para Delia Joaco, como lo llama la comunidad, es también un hijo, ya que lo conoce desde niño y como él, también vivió la tragedia del 27 de septiembre, aunque en su caso ningún familiar resultó afectado.

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Además del proyecto “Cerro de los Valores” Joaco y su equipo lideran un proceso de gestión de residuos sólidos llamado “Ruta de Reciclaje”, su actual forma de sustento y de generación de empleo. Las botas con las que surcaron las laderas de la ciudad y las manos con las que empuñaron las armas se convirtieron, junto a la palabra, en sus principales herramientas de trabajo.

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El trabajo en la Ruta de Reciclaje es exigente, se trabaja de domingo a domingo en horarios que van desde las 6 a.m. hasta las 4 p.m. tiempo en el cual se clasifica, se hacen recorridos por los barrios y unidades y se recoge el material recolectado para su provisional almacenamiento y posterior clasificación, para finalmente ser comercializado.

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Salir de la guerra no es proceso fácil, en medio de todas sus dificultades, fue el proceso de desmovilización el que abrió para Joaco y otros compañeros la posibilidad real de salir del conflicto. Después de hablar con el equipo de trabajo de la corporación Campo Santo, entendí que en medio de la adolescencia, en un contexto de estigmatización y falta de oportunidades, de ausencia del estado y de dominio de actores armados dispuestos a imponer su ley, la necesidad de protección y de sustento, el instinto de supervivencia y la aspiración de reconocimiento y respeto en un escenario de múltiples vulneraciones llevó y aún sigue llevando a muchos jóvenes a vincularse a los grupos armados legales e ilegales. El trabajo de este grupo de personas representa una semilla de cambio.

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De los 60 desmovilizados y desmovilizadas que iniciaron el proceso con la corporación Campo Santo en 2004, en la actualidad se encuentran activos en el proyecto ocho seres que han persistido en la organización y aún hoy continúan apostando a la reintegración a la vida civil y a figurar como líderes sociales que promueven prácticas de paz, cuidado de la vida y reconciliación a través de la recuperación de espacios que fueron sinónimo de violencia y de guerra, labor a la cual se han integrado también personas que no necesariamente pertenecieron a grupos armados en el pasado. Para Joaquín y sus compañeros el camino no ha sido fácil después de la desmovilización, reducir la estigmatización e integrarse como referentes de cambio los ha motivado a perseverar y continuar unidos gestionando proyectos e iniciativas que también demandan atención por parte del estado y las instituciones, ya que, como lo afirma el mismo Joaco, “el perdón no significa olvidar, significa recordar sin odios” y para construir país necesitamos encontrarnos en un proyecto integrador de nación cuyo horizonte sea la vida digna para todos y todas.

Agradezco a Juan Esteban, Juan Carlos, Joaquín, Claudia, Jhon Harold, Jhonny, Henry, Eider y Luis Eduardo, que su fortaleza y compromiso sean su legado para las nuevas generaciones.