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Una noche en La Milonga

Fray Argiro Carmona Agudelo, asistente habitual de La Milonga del Claustro, narra en primera persona su experiencia en este espacio junto a su esposa, Susana Sierra.

Una noche en La Milonga
Una noche en La Milonga
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Por: Fray Argiro Carmona Agudelo

Llegamos justo a las 8 de la noche. El salón estaba dispuesto, esperándonos. Una misteriosa penumbra lo cubría, algunas luces indirectas le daban un toque romántico, todo a media luz. Las mesas alrededor de la pista de baile, ya estaban llenas, ocupadas por hombres y mujeres elegantes, vestidos de baile, alegres y expectantes, con deseos de empezar la Milonga.

Logramos ubicarnos en una mesa, que un joven amablemente aceptó que la compartiéramos con él. Aunque quedamos en un costado en la parte de atrás del salón, desde ahí lográbamos ver casi toda la pista y el escenario donde tocaría la orquesta. Alcanzamos a descorchar una botella y probar un poco de vino, cuando la fiesta dio comienzo.

Desde la tarima sonaron los primeros tangos, al estilo de la época dorada, la de las grandes orquestas de Buenos Aires. ¡Música exquisita! Un majestuoso quinteto ejecutaba sus toques. El contrabajo, los violines y los bandoneones se peleaban por lograr sus mejores acordes y armonías, mientras danzaban con apasionados y sensuales movimientos. Junto a estos, por momentos se escuchaba el susurro de los cantores, contando historias tangueras, de amor y desamor, del barrio y el arrabal.

Las parejas fueron formándose en el centro del salón, se abrazaban e iniciaban a danzar, desplazándose en círculo, recorriendo la pista. Iban una tras otra, como un movimiento de olas, como el mar. Era un espectáculo verlas rotar y avanzar al compás de la música.

De pronto el salón se llenó de melodías románticas, la orquesta iniciaba una ronda al estilo Di Sarli, y fue el momento para invitar a mi pareja a bailar. La llevé de la mano hasta la pista, la abracé y ella me correspondió. Nos volvimos uno y empezamos a caminar al ritmo de la música. Fue un viaje alrededor de la sala, de nueve minutos, de tres canciones, un viaje flotando juntos, abrazados, sintiendo como los corazones danzaban el mismo compás, escuchando las respiraciones, que se confundían con las armonías, ¡momentos sublimes! Al cabo de la tanda, un hondo suspiro, un deseo de seguir, una mirada coqueta y un bello comentario: ¡tan rico!, ¡bailemos otra vez!

La noche, el vino y la música se fueron agotando, nosotros extasiados bailamos hasta el final, las luces se encendieron y la Milonga terminó, pero la magia continuó llenándonos el espíritu y desde ya, con ansias, añoramos otra noche en la Milonga.