En el marco de las reformas borbónicas e ilustradas del siglo XVIII, confluyeron iniciativas de las autoridades políticas y religiosas del Virreinato de la Nueva Granada con el apoyo de súbditos pudientes que donaron considerables limosnas para promover la formación de nuevos clérigos capaces de educar a los niños de la Villa de Medellín.
De allí surgió la creación de un convento y una escuela de primeras letras a cargo de padres franciscanos. Una iglesia también era necesaria en medio de los dos espacios de educación y vivienda. Levantar una estructura material cristiana garantizaba la presencia de “las fuerzas divinas” y, en consecuencia, el otorgamiento cotidiano del “pasto espiritual” que necesitaban los habitantes de la Villa de Medellín que vendrían a ser educados y formados en primeras letras, gramática y filosofía, como lo ordenaba el rey en su cédula real. En efecto, no era posible “civilizar” a los súbditos sin una infraestructura especializada para cultivar la religiosidad que la monarquía católica ibérica venía difundiendo y exigiendo en sus territorios a lo largo y ancho del planeta.
Las historias que han rodeado este conjunto espacial y cultural denominado actualmente Plazuela de San Ignacio han tenido considerables tensiones en medio de las ambivalencias del proyecto modernizador en Colombia. Su nombre fue inicialmente vinculado a la orden religiosa que lo fundó: Plazuela de San Francisco, posteriormente tomó el nombre de un protagonista de los procesos de independencia y de la cultura ilustrada en la República de Colombia (1821-1830) y pasó a llamarse Plazuela José Félix de Restrepo, hasta que bien entrado el siglo XX, después de una larga presencia del colegio de los jesuitas en lo que fue convento y hoy es claustro, terminó usando el nombre del fundador de la Compañía de Jesús: Plazuela de San Ignacio. Las tres edificaciones patrimoniales también lo tomaron, de tal forma que la Resolución 2067 del 16 de julio de 2013, expedida por el Ministerio de Cultura, dice en su encabezamiento: “… se declara el conjunto arquitectónico San Ignacio, compuesto por el edificio San Ignacio, la iglesia de San Ignacio, el claustro de San Ignacio y la plazuela de San Ignacio (espacio público), conjunto localizado en el municipio de Medellín, Antioquia, bien de interés cultural del ámbito nacional y se delimita su zona de influencia”. Esta enorme presencia ignaciana, o esa fuerte tradición religiosa cristiana y católica, es finalmente el resultado de la educación ofrecida por los jesuitas a tantas generaciones de jóvenes de la ciudad.
No obstante, es importante decir que en algunos relatos y documentos de Medellín esta área patrimonial aparece con nombres no oficiales, pero populares: en sus inicios como plazuela del colegio, en la primera mitad del siglo XIX cuando el incipiente colegio de los franciscanos fue consolidándose como un centro educativo y cambiando de nombre así: Colegio de la Villa de Medellín (1813), Colegio de Antioquia (1822), Colegio Académico de Antioquia (1832), Colegio Provincial (1852), Colegio del Estado de Antioquia (1857) y finalmente Universidad de Antioquia, en 1871, lo que permitió que la plazuela fuera posteriormente llamada informalmente plazuela de la universidad.
Todo ese esfuerzo educativo era parte de los procesos de mundialización de la modernidad, cuyos preceptos estaban vinculados a la difusión y la creación de las ideas ilustradas o iluministas. En ellas, las ciencias, las artes y las letras ocupaban un lugar destacado, de acuerdo con los programas de los enciclopedistas e ilustrados en diversas partes de Europa y América. Las iniciativas de los reyes borbones a finales del siglo XVIII fueron impulsadas luego por los ilustrados euroamericanos desde ambos lados del océano Atlántico. Aunque había un acuerdo general en relación con la importancia de la educación, era posible hallar desacuerdos en cuanto a quiénes podían orientar estas prácticas educativas, qué libros debían leerse y cómo impartir las enseñanzas científicas, artísticas y literarias sin que se pusiera en riesgo el sistema de creencias religiosas que la gran mayoría defendía.
Por eso no son raros los cambios de nombres para estos espacios. En dichas denominaciones se puede ver la presencia de gente de diversos orígenes y es posible percibir las tensiones propias de los procesos de modernización. Así, encontramos al rey Carlos IV de la corona española autorizando la creación del colegio para la Villa de Medellín, este monarca había nacido en Nápoles cuando su padre era Carlos VII del Reino de las Dos Sicilias, un territorio en el que se gestó una poderosa corriente ilustrada durante el siglo XVIII. El colegio se encargó a padres franciscanos que seguían los preceptos de un religioso cristiano medieval nacido en el pueblo de Asís a comienzos del siglo XII, bajo el dominio del sacro Impero Romano Germánico. El encargado de sacar adelante la construcción de los tres edificios, el padre Rafael de la Serna, era un criollo neogranadino e ilustrado, nacido en Santa Fe de Bogotá, y quien fue expulsado de Antioquia en los sucesos independentistas por “entorpecer la causa de la emancipación”. José Félix de Restrepo, cuyo nombre reemplazó el de San Francisco, fue un miembro de las élites intelectuales ilustradas del Virreinato de la Nueva Granada. Fue profesor de filosofía en Popayán, en Medellín también impartió dicha cátedra y dirigió el colegio al salir el padre Rafael de la Serna. Escapó de la reconquista española en 1816 y luego regresó como legislador y hombre de estado. Por último, mencionemos a San Ignacio de Loyola, un sacerdote español que sirvió al catolicismo con el fin de frenar el avance protestante a comienzos del siglo XVI. Su profunda religiosidad lo llevó a formar una orden, la Compañía de Jesús, leal al papa y comprometida por la educación de los niños y jóvenes, pero sin poner en peligro las creencias religiosas.
En resumen, sólo con una breve aproximación a la genealogía del conjunto patrimonial de la actual Plazuela de San Ignacio, encontramos un rey español nacido en Nápoles, un predicador medieval italiano, un sacerdote neogranadino, un intelectual nacido en Envigado y un soldado sacerdote ibérico que intentó globalizar la formación de religiosos católicos con sus ejercicios espirituales.
Para seguir el hilo conductor que hemos elegido, la tensión entre modernidad y anti-modernidad, veamos brevemente tres acontecimientos sucedidos en el entorno del patrimonio cultural San Ignacio.
1. La revuelta del padre José María Botero (1789-1848?).
Este sacerdote nació en Medellín el año de la revolución francesa, hizo sus estudios en el Colegio del Rosario en Bogotá y se ordenó en 1818. Fue rector del Colegio de Antioquia entre 1829 y 1830. Fue un erudito y apasionado escritor en contra del plan de estudios del presidente Francisco de Paula Santander. En 1835 inició una campaña contra la enseñanza del utilitarismo en Colombia, pero en especial contra su enseñanza en el Colegio Académico de Antioquia. Esto lo llevó a entablar una querella civil contra el nuevo rector, el señor Manuel Tiberio Gómez, por estar enseñando materialismo y ateísmo sirviéndose de la doctrina del filósofo francés Destutt de Tracy.
Inmediatamente empezó una serie de publicaciones en formato de folletos y hojas sueltas para apoyar sus acusaciones. En pocos meses publicó varios textos “contra el gobierno de la Nueva Granada”, lo que le valió ser procesado por “abuso de libertad de imprenta”, ser juzgado en la Plaza Mayor de Medellín, condenado y encarcelado el 18 de enero de 1836. Siguió escribiendo y publicando desde la cárcel hasta que, un mes después, esta fue atacada por un grupo de amigos y simpatizantes armados. Hubo disparos y muertos en el evento. Estuvo en la clandestinidad diecinueve meses, logrando publicar nuevas acusaciones contra el gobierno y calificándolo de “infame desertor del cristianismo”, “detestable maestro de la impiedad”, “execrable tirano de la nación granadina”, “gobierno no menos estúpido para la sabiduría sobrenatural que para la sana política [porque] desprecia con arrogancia la eminente sabiduría de Jesucristo”.
El 13 de septiembre de 1837 fue finalmente capturado, se le realizó un nuevo juicio, también en la Plaza Mayor de Medellín, y según uno de sus historiadores fue “sentenciado a muerte por el juez de primera instancia de Medellín, doctor Rafael Eleuterio Gallo, quien condenó a Botero de acuerdo con el dictamen del fiscal, el señor Manuel Tiberio Gómez. Sentencia que no se llevó a efecto, porque mientras el proceso fue en apelación se probó su irresponsabilidad a causa de haber perdido el seso”. El padre José María Botero quedó libre, pero el obispo de Antioquia, el santanderista Juan de la Cruz Gómez Plata, le retiró su ordenación sacerdotal.
Este acontecimiento de religión y política, que tiene visos de una historia cinematográfica, representa la profunda resistencia que tuvieron los procesos de cambio en los primeros tiempos de las independencias iberoamericanas. Como el padre Botero, podríamos estudiar otros casos en los territorios iberoamericanos en los que no fue y no ha sido fácil construir una modernidad democrática y republicana, debido en parte a la intervención religiosa en los procesos histórico-políticos.
2. Las disputas por los retratos de Fidel Cano y el Sagrado Corazón de Jesús en el paraninfo de la Universidad de Antioquia.
El escritor, periodista y fundador del periódico El Espectador, el señor Fidel Cano Gutiérrez, nacido en San Pedro de los Milagros en 1854, murió el 15 de enero de 1919. Su vida periodística estuvo vinculada a las luchas ideológicas y partidistas entre liberales y conservadores. Estos últimos habían ascendido al poder de manera total desde 1885 en el marco de una corta guerra civil que enfrentó una vez más los dos grupos políticos y en la cual vencieron los conservadores. Entre las consecuencias de dicho triunfo estuvo la promulgación de una nueva constitución política en 1886 y la firma de un concordato entre los estados de Colombia y el Vaticano en 1887. Estos dos documentos generaron reacciones de los liberales debido a la estrecha relación entre la iglesia católica y el nuevo orden político colombiano dominado por el partido conservador. Una de las formas de reaccionar fue la creación en 1887 del periódico El Espectador, en Medellín, por parte de Fidel Cano Gutiérrez.
Como consecuencia de múltiples enfrentamientos periodísticos el señor Fidel Cano estuvo preso y su periódico fue cerrado en varias ocasiones. Se trataba ahora de una lucha entre religión y periodismo, por eso varios líderes religiosos, entre ellos el obispo de Medellín Bernardo Herrera Restrepo, prohibieron su lectura bajo pena de “pecado mortal”.
Fidel Cano Gutiérrez era pariente del artista Francisco Antonio Cano Cardona porque el señor José Ignacio Cano Correa era el abuelo paterno de ambos. El periodista y el artista pertenecieron a familias librepensadoras que cultivaron ideas liberales, fomentaron una postura crítica frente a la institución clerical católica sin ser ateos y desarrollaron simpatías por fenómenos como el espiritismo, la libre expresión del pensamiento y la creación de un cementerio laico en Medellín. Ambos hombres de artes y letras se encontraron en varias ocasiones para ofrecerse sus habilidades intelectuales, por eso Fidel Cano escribió una reseña sobre el cuadro Horizontes, pintado en 1913 por su primo F. A. Cano, y este realizó varios retratos del periodista, educador y hombre de estado.
Luego vino la muerte de Fidel Cano en 1919, cuando tenía 65 años y después de haber ocupado diversos cargos políticos y académicos. En efecto, fue rector de la Universidad de Antioquia, inspector de instrucción pública y secretario de hacienda en Antioquia, ministro de hacienda de Colombia, senador de la república y profesor de la Universidad de Antioquia y otras instituciones educativas. Su vida estuvo dedicada entonces a las letras y los esfuerzos por difundir sus conocimientos y las ideas de libertad de pensamiento, expresión e imprenta. Esta importante trayectoria motivó la aprobación de una ley “por la cual se honra la memoria de un ilustre ciudadano (señor don Fidel Cano)”, la Ley 22 de 1919. En este documento legal, expedido por un congreso con mayoría conservadora y bajo el gobierno del presidente conservador Marco Fidel Suárez, se le considera “ilustre varón”, “alto exponente de cultura, virtud y patriotismo”, “uno de los hijos más esclarecidos de la Patria”, “alto periodista”, “culta pluma”, “delicado poeta”, “inspirado siempre en las virtudes y tradiciones del hogar cristiano y en el culto a la libertad”, “inspirado por la más estricta honorabilidad”, entre otros atributos.
Las anteriores consideraciones le permiten al congreso y al presidente decretar lo siguiente: “lamentar la muerte del señor don Fidel Cano como una pérdida irreparable para la República y para las letras patrias”, colocar “un busto en bronce en el Parque de Bolívar de Medellín” y “un retrato al óleo en el paraninfo de la Universidad de Antioquia” con el fin de “perpetuar la memoria de tan preclaro varón”. El encargado de realizar el busto en bronce y el retrato al óleo fue el pintor y escultor Francisco Antonio Cano. La pieza escultórica fue ubicada posteriormente en el Parque de Bolívar y allí permaneció por un siglo, hasta que fue trasladada a la avenida La Playa donde hoy luce al lado de otras personalidades históricas de Antioquia. No sucedió lo mismo con el retrato que pintó Canito el mismo año en que murió Fidel Cano y se expidió la ley mencionada.
En efecto, pasaba el tiempo y el cuadro no se ubicaba en su destino final: el paraninfo de la Universidad de Antioquia, espacio que había sido recientemente diseñado y construido por el arquitecto y constructor Horacio Marino Rodríguez Márquez, también pariente del periodista honrado por la ley y del artista que se había convertido en referente del arte en Colombia, después de que otra ley del congreso lo había enviado a París para que se “perfeccionara en el arte de la pintura”.
Ante esta situación un grupo de estudiantes de la Universidad de Antioquia tomó la decisión, el sábado 14 de mayo de 1921, de llevar el retrato de Fidel Cano y colgarlo en el paraninfo, de acuerdo con la Ley 22 de 1919. El hecho causó graves problemas de orden público, dada la oposición que hicieron grupos de conservadores a la orden de colocar el retrato del liberal en este “sagrado lugar”. Estudiantes, profesores, religiosos, ciudadanos de Medellín y otras poblaciones de Antioquia, gobernantes y periodistas reaccionaron con ardor y radicalismo porque ese acto había ocasionado una gran ofensa a la religión y al Sagrado Corazón de Jesús que ya se había instalado, entronizado en palabras de los creyentes, en el mismo recinto un tiempo atrás. De dicha obra religiosa, no sabemos hasta el momento qué estilo tenía ni quién la había creado. Con frecuencia se ha pensado que el actual sagrado corazón de Jesús que preside el paraninfo de la Universidad de Antioquia era el que se encontraba instalado en mayo de 1921; sin embargo, eso no es posible dado que el óleo religioso actual tiene la firma de Francisco Antonio Cano y debajo de ella el año 1929. Es posible que otro sagrado corazón de Jesús realizado por F. A. Cano en 1905, con el cual obtuvo premios y reconocimientos, hubiese podido estar entronizado en este nuevo y suntuoso salón que se había estrenado en 1916. Una búsqueda más minuciosa en los archivos de la ciudad podría ponernos frente a la imagen religiosa que fue acompañada temporalmente por el retrato del humanista liberal Fidel Cano Gutiérrez. ¡Seguiremos indagando!
Las reacciones de los conservadores circularon profusamente en la prensa del país, pero en particular en el periódico local El Colombiano. Desde el sábado 12 de mayo, antes del “sábado criminal” o “sábado triste”, como lo calificaron en varios de los análisis periodísticos, se iniciaron los pronunciamientos sobre la posibilidad de colocar el retrato de Fidel Cano en el paraninfo de la Universidad de Antioquia. Los escritores cristianos acusaron a los legisladores que aprobaron la ley de no cumplir “con los votos del pueblo más católico de toda la República”. Para protestar contra esta acción dijeron que Fidel Cano dedicó su talento y su pluma “al servicio de la impiedad por espacio de cuarenta años. Su periódico «El Espectador» está aún bajo la condenación de la Iglesia. (…) Y murió sin una señal de arrepentimiento”. El escrito proviene del periódico El Popular, impreso en Sonsón, y termina asegurando que el arzobispo de Medellín ha propuesto “retirar solemnemente la imagen del Sagrado Corazón que está entronizada en aquel lugar, pues no está bien que la imagen de Jesús se encuentre al lado de aquellos que lo han combatido al estilo de Voltaire, Renán y Víctor Hugo”.
En resumen, esta otra tensión entre religión, periodismo y arte es a la vez una lucha política de imágenes visuales entre dos retratos que podrían ser de un mismo autor, pero estarían vinculados a representaciones mentales e imaginarios colectivos de dos grupos sociales diferentes: los librepensadores y los cristianos católicos conservadores. Estos últimos consideraron los hechos ocurridos, en torno al homenaje a Fidel Cano, como inaceptables y solicitaron al presidente de Colombia “reprobar la entronización del retrato de Fidel Cano en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia, centro de católicos”.
El 17 de mayo el periódico El Colombiano dedicó casi toda su primera página a esta lucha de imágenes y de imaginarios. Los títulos de los diferentes escritos fueron los siguientes: “Alto ahí”, “Sábado criminal”, “Protesta”, “Llamamiento al Gobierno” y “La Constitución sobre la Ley”. En dichas publicaciones se manifestó estar “heridos en lo más profundo” y se ofreció una “protesta viril e irrestricta por los sacrílegos atentados contra uno de los más altos símbolos de la Religión Católica, cometidos el sábado en el Paraninfo de la Universidad por una turba de estudiantes exaltados por la pasión sectaria”. Este calificativo de “sectarios” para los liberales era también usado para definir a los conservadores. Una lucha de epítetos que pretende deslegitimar las ideas de los otros por considerarlas parte del carácter apasionado e irracional de las sectas.
En conclusión, aquellas palabras periodísticas que analizaban la posibilidad de poner dos imágenes en una misma sala hacían parte de una compleja cultura de la violencia con profundas raíces en el tiempo. Los representantes de ambos grupos manifestaron la posibilidad del uso de la fuerza para defender sus ideas. Los estudiantes liberales forzaron las acciones y colgaron por sus propios medios el cuadro con el retrato del ciudadano Fidel Cano en el paraninfo de la Universidad de Antioquia, algunos de ellos fueron encarcelados, lo que causó mítines y amenazas de algunos de sus compañeros ante el gobernador del momento, el señor Julio Enrique Botero Mejía (1871-1945). En ese contexto, los escritores conservadores usaron la prensa para advertir a los liberales de la siguiente forma: “nosotros sabremos defender nuestro campo con todo el arrojo de los cruzados antiguos. Sepa el enemigo de nuestra Fe que la paciencia conservadora tiene un límite, más allá del cual será preciso teñir con sangre el campo que se pretenda hollar”.
Finalmente, el retrato de Jesucristo siguió en el paraninfo de la Universidad de Antioquia hasta que fue reemplazado por el actual y el retrato de Fidel Cano fue llevado a una sala especial que la Universidad destinó para ubicar personalidades de importancia para ella, de acuerdo con recomendación dada por el diseñador del paraninfo, el arquitecto Horacio Marino Rodríguez Márquez.
3. La quema de libros realizada por los nadaístas: entre lo real y lo imaginario.
En el proceso urbano y cultural que venimos pensando, a partir de la consolidación de la Plazuela de San Ignacio como un conjunto patrimonial desde hace dos siglos, queremos presentar otro acontecimiento en el cual las tensiones con lo religioso se trasladaron al ámbito de la literatura y la filosofía. Se trata del movimiento nadaísta y su postura desafiante ante las instituciones, costumbres y creencias en la Colombia de mediados del siglo XX. Es posible decir que se enfrentaron a las diferentes formas de hacer, sentir y pensar, incluidas las de ellos mismos, que caracterizaban la sociedad colombiana en las décadas de la segunda posguerra mundial. El nadaísmo fue un movimiento destinado a inmolarse, dadas las lógicas de la irreverencia total que propusieron desde la filosofía de la nada. Usaron diferentes medios para expresarse, en particular la escritura, pero también las imágenes, los gestos, la música y todo tipo de provocación que desafiara los valores más preciados de la cultura occidental.
El movimiento tuvo un líder principal, el joven Gonzalo Arango (1931-1976). En cuestión de pocos años logró reunir algunos simpatizantes en varias ciudades de Colombia, especialmente en Medellín y Cali. Se trataba de hombres y mujeres entre los 20 y 30 años que habían nacido y crecido en el seno de familias católicas y obviamente habían sido educados en colegios supervisados por la iglesia colombiana, dados los mandatos constitucional y concordatario que regían el orden sociocultural y político.
La Plazuela de San Ignacio era un espacio propicio para el desafío y la provocación, para el enfrentamiento a las tradiciones religiosas y educativas imperantes porque allí estaban una gran iglesia, la de San Francisco, a un costado de ella el colegio de los jesuitas y al otro la Universidad de Antioquia, controlada todavía por élites conservadoras de la ciudad. Para enfrentar estas poderosas instituciones los nadaístas realizaron diferentes perturbadoras acciones.
Una de ellas fue realizar una quema o incineración de libros. Entre las fuentes consultadas sobre este acto incendiario hay algo de leyenda y de realidad. Gracias al archivo digital con libre acceso que ha realizado el periódico El Tiempo, de Bogotá, se pudo llegar a una fuente de época en la que un periodista, el corresponsal Gildardo García Monsalve, da cuenta del evento un día después. Allí se refiere a los nadaístas como “intelectuales” y asegura que todos ellos “aportaron cerca de dos mil libros con los cuales hicieron una gran pira en la plazuela de la Universidad de Antioquia y luego le rociaron gasolina”. La cifra parece bastante alta. No sabemos si el corresponsal estuvo presente en el momento de la quema, si fue al sitio del hecho después y presenció las cenizas, si recibió de oídas la información o se imaginó los dos mil libros. Tampoco sabemos la hora en que fue realizada lo que el periodista llama “pira pública”. El caso es que, si fue de noche, tuvo que haber ocasionado una gran llamarada visible a lo lejos y un fuerte sonido al prenderse debido a la alta combustión de la gasolina que rociaron, según el narrador.
Las palabras del corresponsal hacen referencia a que los nadaístas “resolvieron condenar al fuego sus bibliotecas particulares”, como si hubiese habido una discusión previa entre ellos para establecer la condena. Tenemos otro vacío informativo en relación con la forma como nació la idea y la definitiva concreción de ella, implicando el traslado de un enorme peso en libros. García Monsalve consideró esta quema como “un grotesco gesto de negación a la cultura y a la educación” y como un “irrespeto a los valores consagrados”. Consideraciones que debieron alegrar mucho a los nadaístas en su afán por desestabilizar las tradiciones en nombre de la nada. También consideró el informador que se trataba de un “acto iconoclasta” realizado por “pirómanos” “en su mayoría jóvenes profesionales y estudiantes”. En concordancia con el apelativo de “intelectuales” que usó al comienzo de su noticia, los llamó también “escritores nadaístas”, creando de esa manera un nuevo especialista, un escritor e intelectual pirómano en Medellín.
De alguna forma el corresponsal de El Tiempo debió acceder a información muy íntima porque termina escribiendo que “los pirómanos pusieron fuego también a sus obras inéditas, por considerarlas contrarias a la nueva ‘estética’”. Luego asegura, como si hubiera hablado con los principales líderes nadaístas organizadores de este evento incendiario, que “entre las novelas quemadas está la inédita de Gonzalo Arango titulada ‘Después del Hombre’ y cuyo argumento era el drama de una familia obrera en Medellín”. Esta información debió empezar a circular de inmediato en la Medellín de 1958 porque la quema de los libros fue el 18 de agosto y la noticia salió en el periódico capitalino al día siguiente.
En 1983, veinticinco años después, en la sección dedicada a eventos que merecen recordarse del ejemplar del 19 de agosto de 1958, El Tiempo escribió unas pocas líneas sobre la “Pira nadaísta” en Medellín. En ese resumen surgió un nuevo adjetivo para calificar el acto cultural de aquellos jóvenes de mediados del siglo XX. En efecto, retomaron la expresión “intelectuales nadaístas” y aseguraron que ellos, “en un neroniano gesto de negación de la cultura tradicional”, quemaron sus bibliotecas. Ahora no se mencionó el número de libros ni la gasolina para prender el fuego, sino que se le adjudicó al principal fundador del movimiento nadaísta un protagonismo mayor al decir que “Gonzalo Arango inició el incendio con su novela ‘Después del hombre’ y arrojó muchos ejemplares a la pira que se instaló en la plazuela de la Universidad de Antioquia”. El recuerdo de los “pirómanos neronianos” de Medellín se compartió con otras seis noticias, tres de ellas nacionales y otras tres internacionales.
En relación con este evento de los nadaístas en la Plazuela de San Ignacio, existe otra narración compuesta por dos de sus miembros. En efecto, Jaime Jaramillo Escobar y Mario Rivero escribieron un capítulo sobre el nadaísmo en el libro Historia portátil de la poesía colombiana, 1880-1995, coordinado por Juan Gustavo Cobo Borda. Los dos autores escriben que Gonzalo Arango convocó “a sus amigos al parque Berrío de Medellín y luego de leer un discurso escrito en papel toilette, discurso en que elogiaba a Pablo Alquinta, jinete del popular concurso hípico del 5 y 6, en detrimento de Miguel de Cervantes, procede a quemar los libros de su biblioteca. Acto semejante, o el mismo acto -la crónica, infortunadamente, no es muy exacta-, se repite en el atrio de la Universidad de Antioquia, como parricidio simbólico enfrente de su propia casa de estudios, y en uno de ellos arroja al fuego el manuscrito de su primera novela, Después del hombre, escrita en un interregno campesino de dos años durante su trunca carrera de derecho”. Como puede apreciarse, a pesar de que la narración proviene de dos nadaístas cercanos a Gonzalo Arango, la quema de libros en la Plazuela de San Ignacio parece estar entre lo real y lo imaginario.
Paradójicamente, la quema de libros fue uno de los actos fundacionales del nadaísmo. Una vieja acción de inquisidores desde el siglo XV en las “hogueras de las vanidades”, como las denominaba el sacerdote dominico Girolamo Savonarola, y retomada por nazis y fascistas en el siglo XX. Una muestra del imaginario histórico de lo que sucedió en la Plazuela de San Ignacio aquel 18 de agosto de 1958, lo encontramos en la narración que ofrecen varias fuentes disponibles en Internet. Ellas aseguran que cuando los jóvenes que pertenecían al nuevo movimiento filosófico y literario apilaron libros y crearon una fogata con ellos, su principal líder, Gonzalo Arango, se trepó sobre un banco de madera y desde allí motivaba a sus amigos a “quemar nuestros libros para probarle al mundo que desdeñamos el saber hereditario, pues ya no hay nada en qué creer”.
La iglesia católica de Medellín no reaccionó directamente contra la quema de libros, pero sí se opuso a quienes la habían efectuado. Quizás guardó silencio ante la pira porque era una vieja práctica eclesiástica, pero en el periódico El obrero católico, del 30 de agosto de 1958, es decir, doce días después de la quema de libros en la Plazuela de San Ignacio, publicó una reflexión sobre “El peligro ‘nadaísta’”. En ella resalto que “varias personas en Medellín se han alarmado excesivamente con las posturas izquierdizantes y las actitudes nihilistas del grupo de muchachos desocupados que se han autobautizado con el nombre de ‘nadaístas’”. Los redactores católicos no prendieron las alarmas ante los indicios que dieron aquellos jóvenes resueltos a distanciarse del orden establecido, en su lugar calmaron a los alarmados ciudadanos asegurándoles que “el ‘nadaísmo’ no pasará de ser un simple e intrascendente sarampión de unos pocos jóvenes en prolongadas vacaciones y bastará el paso de algunos meses para curarlos de esas enfermedades de la adolescencia”. Pasaron los años y los nadaístas continuaron en vacaciones escribiendo y resistiendo su implosión hasta finales del siglo XX, mientras la Plazuela de San Ignacio se iba distanciando del control eclesiástico que tuvo a lo largo de doscientos años.
Bibliografía:
Las referencias provienen de León Restrepo Mejía, Claustro de San Ignacio. Informe histórico, Medellín, Comfama, 2007, pp. 33-69. En el texto se encuentran transcritas fuentes primarias tomadas de varios archivos en Medellín.
Ver: Línea de tiempo de la Universidad de Antioquia, disponible en: Línea de tiempo (udea.edu.co), consulta: 22.11.2023.
Para profundizar en la ilustración napolitana, ver: Juan Camilo Escobar Villegas y Adolfo León Maya Salazar, Ilustrados y republicanos. El caso de “La ruta de Nápoles” a Nueva Granada, Medellín, Eafit, 2011.
Ver: Línea de tiempo de la Universidad de Antioquia, disponible en: Línea de tiempo (udea.edu.co), consulta: 22.11.2023.
Los datos de esta historia están narrados en periódicos de Colombia entre 1835 y 1837, en varios textos publicados desde el siglo XIX y en un Juicio contra el padre José María Botero que se encuentra en el Archivo Histórico de Antioquia. Ver en particular José Antonio Benítez y su crónica Carnero de Medellín, Joaquín Ospina y su Diccionario biográfico y bibliográfico de Colombia, Gustavo Arboleda y su Compendio de la historia de Colombia, Luis Latorre Mendoza en su libro Historia e historias de Medellín.
José Antonio Benítez, Carnero de Medellín, Medellín, Secretaría de Educación y Cultura de Antioquia, 1988, pp. 329-376.
Gustavo Arboleda, Historia contemporánea de Colombia, [1919], 2ª ed, Bogotá, 1990, p.141.
“Nos Bernardo Herrera Restrepo, Por la Gracia de Dios y de la Santa Sede Apostólica Obispo
de Medellín”, El Espectador, febrero 7, 1888, p. 167.
En relación con la vida y la obra de Fidel Cano Gutiérrez y estos grupos familiares con quienes tuvo vínculos estrechos, pueden verse los siguientes trabajos, entre otros: Juan Luis Mejía Arango, El hilo que teje la vida. Aproximaciones a la vida cultural en Antioquia y Medellín. 1830-1940, Medellín, Eafit, 2023; Luis Fernando Múnera López, Fidel Cano. Su vida, su obra y su tiempo, Medellín, U. de A., 2005; Juan Camilo Escobar Villegas, Progresar y civilizar. Imaginarios de identidad y élites intelectuales de Antioquia en Euroamérica. 1830-1920, Medellín, Eafit, 2009; Juan Camilo Escobar Villegas, coordinador, Piedra, papel y tijera. Vida y obra del tallador de lápidas, fotógrafo, artista, constructor, arquitecto, maestro e intelectual Horacio Marino Rodríguez Márquez (1866-1931), Medellín, Eafit, 2028.
Ver la Ley 22 de 1919, disponible en: LEY 22 DE 1919 (suin-juriscol.gov.co)
“Tanto el busto como el óleo fueron encomendados a la pericia insigne del artista antioqueño -yarumaleño también- Francisco Antonio Cano”, escribió Horacio Franco en un texto titulado “Don Fidel Cano, un Símbolo”, en El Espectador, separata Primer Centenario de Don Fidel Cano, Bogotá, sábado 17 de abril de 1954, p. 9. Sería un buen hallazgo encontrar, si lo hubo, el acuerdo entre el gobierno nacional y el artista Francisco Antonio Cano. Por otra parte, el testimonio de Horacio Franco es valioso, aunque debe tener algo de subjetivo, porque él fue uno de los principales líderes entre los estudiantes liberales que motivaron y forzaron la colocación del retrato de Fidel Cano en el paraninfo de la Universidad de Antioquia.
Para el tema del retrato imaginario y religioso de F. A. Cano, ver: Miguel Escobar Calle y Catalina Pérez Builes, “Cronología de Francisco Antonio Cano”, en Museo de Antioquia, Francisco Antonio Cano, Medellín, Fondo Editorial Museo de Antioquia, 2003, p. 214; en relación con la inauguración del paraninfo, ver: Línea de tiempo de la Universidad de Antioquia, disponible en: Línea de tiempo (udea.edu.co)
El Colombiano, mayo 12 de 1921, p. 1.
El Colombiano, mayo 14 de 1921. Mensaje enviado desde el municipio de Caramanta.
El Colombiano, mayo 17 de 1921, p. 1.
El Colombiano, mayo 18 de 1921, p. 1.
El Colombiano, mayo 17 de 1921, p. 1.
Para ver más detalles relacionados con este proceso puede consultarse: Luis Fernando Múnera López, Fidel Cano. Su vida, su obra y su tiempo, Medellín, U. de A., 2005, pp. 295-299.
GARCÍA, Corresponsal, “En una pira Pública, los ‘NADAISTAS’ Quemaron sus Bibliotecas Particulares”, El Tiempo, Bogotá, martes 19 de agosto de 1958, página décima.
GARCÍA, Corresponsal, “En una pira Pública, los ‘NADAISTAS’ Quemaron sus Bibliotecas Particulares”, El Tiempo, Bogotá, martes 19 de agosto de 1958, página décima.
“Hace 25 años”, El Tiempo, viernes 19 de agosto de 1983, p. 4-C.
Juan Gustavo Cobo Borda, Historia portátil de la poesía colombiana, 1880-1995, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1995, pp. 192 y 193.
Ver los siguientes enlaces entre otros: La revolución nadaísta (clarin.com) Ref - Nadaísmo - El Derecho a No Obedecer Éramos vagos y no creíamos en nada - Archivo Digital de Noticias de Colombia y el Mundo desde 1.990 - eltiempo.com
El obrero católico, Órgano oficial de la Acción Católica Arquidiocesana, Medellín, sábado 30 de agosto de 1958, p. 4.