Al igual que la corteza de la tierra está formada por capas, la historia de los viejos edificios se escribe en muros superpuestos. Tras cada reforma quedan ocultos antiguos materiales y se agregan otros, que en conjunto labran la estratigrafía de su memoria. El actual Claustro Comfama no ha escapado a ese fenómeno propio de los monumentos. De ser una construcción de cal y canto en sus inicios, este se ha transformado hasta ser hoy otro, y el mismo, de hierro y concreto.
La idea de construirlo surgió a finales del siglo XVIII como un conjunto de colegio, iglesia y convento para los padres Franciscanos. Se compraron los terrenos en lo que entonces eran las afueras de la ciudad y se iniciaron las obras en 1803. Tres años después ya tenía forma: a la izquierda estaba el colegio, en la mitad la iglesia y a la derecha el convento, que de los tres era el más adelantado en su construcción. Este último es el que ahora conocemos con el nombre de claustro, pues era el lugar donde iban a vivir los religiosos. En el plano de la época se pueden apreciar sus dos patios con portería sobre la plazuela, que le daba sentido a este conjunto arquitectónico.
Lo mismo ocurre con los edificios, que sufren a la par de la sociedad los rigores de la historia. Aun sin finalizar, las obras del conjunto se suspendieron con el Grito de Independencia de 1810, y dos años más tarde los seguidores del santo de Asís se fueron de la ciudad. La iglesia siguió teniendo como patrono a San Francisco, pero los padres de la orden no pudieron dirigirla ni disfrutar de su convento.
Durante todo el siglo XIX, los tres edificios tuvieron que aguantar los embates de la política regional y nacional. Esa manzana, enmarcada por Girardot y Niquitao, y por Ayacucho y Pichincha, tuvo siempre una vocación de educación y cultura, interrumpida a menudo por las guerras civiles de aquel periodo turbulento. Sus edificios, adecuados para la vida contemplativa o la educación, resultaron ser también apetecidos por los militares como fortín. Colegio de Estudios Mayores, Colegio de Antioquia y Escuela de Artes y Oficios son algunos de los nombres de las instituciones que pasaron por allí. Y la Reconquista española, la rebelión de Córdova y la Guerra de los Supremos, los de los conflictos bélicos que los aprovecharon como cuarteles.
Las cosas comenzaron a calmarse hacia finales de siglo. A partir de 1884, la Universidad de Antioquia se restableció en el edificio San Ignacio después de la guerra de 1876, mientras que en 1885 se arrendó el antiguo claustro a los jesuitas, que fundaron allí el Colegio San Ignacio. A principio del siglo XX se hizo evidente el deterioro de ambas construcciones, que pedían reformas con urgencia. La Universidad de Antioquia, que tuvo que aguantar por última vez la presencia de tropas durante la Guerra de los Mil Días, entró en reconstrucción hasta 1916, cuando se inauguró el Paraninfo. Al mismo tiempo, los jesuitas emprendieron las mejoras del claustro, donde funcionaba el colegio. Esta estuvo a cargo de Agustín Goovaerts y se culminó en 1926. Doce años después, la Compañía de Jesús compró el edificio.

Cala estratigráfica del edificio. Claustro Comfama
Ambas instituciones crecieron y construyeron nuevos campus fuera del centro de Medellín. El primero en hacerlo fue el Colegio San Ignacio, en 1956, y luego la Universidad de Antioquia, en 1970. El Paraninfo se restauró y se destinó a eventos académicos especiales a partir de 1997. En cuanto al antiguo convento, la orden religiosa lo aprovechó como hogar para sus sacerdotes, y más tarde lo convirtió en sede de la institución CESDE, hasta que fue adquirido y restaurado por Comfama en 2006. Allí funcionaron hasta hace poco algunas oficinas administrativas y de atención a los afiliados a la caja de compensación.
Hoy, 220 años después de que se pusiera la primera piedra, al claustro que fuera de Franciscanos, luego de Jesuitas y finalmente de Comfama, le llegó la hora de una nueva reforma, sin duda la más profunda de todas. Si en otras épocas los edificios del conjunto de la plazuela vieron entrar soldados, ahora le tocó al claustro recibir un verdadero ejército de obreros y especialistas en arquitectura y restauración. Hermosas pero flacas columnas fueron profundizadas y recubiertas en concreto. Muros originales en ladrillo quedaron de adorno y dejaron el peso a nuevos parapetos reforzados con hierro. El edificio se repotenció, como dice el manual, para otros doscientos años, dejando interesantes ventanas al pasado en fachadas, pintura, pisos y un sinfín de detalles que honran su memoria.