El país registra con escepticismo y curiosidad el montaje de espectáculos circenses por parte del alcalde Antanas como estrategia para administrar la ciudad. Los periodistas de los grandes medios, en una mezcla de ignorancia por cuanto acontece en el país y el continente y búsqueda de hechos insólitos, registran, en medio de una alharaca amarillista y vergonzosa, día a día las innovaciones de los métodos empleados para ordenar las prácticas cotidianas de los habitantes de la ciudad. Para algunos se trata del nuevo estilo que surge ante el agotamiento de la clase política en Colombia, proceso legitimado con el resultado electoral de las elecciones a la alcaldía. Para otros, la expresión de la frescura política del medio académico.
A nuestro juicio, el discurso del alcalde hace parte de la forma que los otrora intelectuales críticos del “sistema” ha diseñado para instalarse al interior de un Estado que se moderniza al son de la imposición de la internacionalización de la economía. En efecto, la propuesta de Antanas no tiene nada de original, corresponde, por el contrario, a un proceso de transformación continental de la intelectualidad y a unos de los más importantes rasgos del discurso de la intelectualidad —postmoderna (¿?)— de fin de siglo.
Esta transformación del intelectual, vertiginosa y dramática, obedece a la crisis moral y política que la pequeña burguesía colombiana sufrió a raíz de la caída de sus modelos políticos y sociales (la Unión Soviética, Nicaragua y Cuba) y la evidente bancarrota del aventurerismo foquista en Colombia. De igual manera el cambio hace parte de una coyuntural atracción por la comodidad de ciertos postulados de la llamada postmodernidad, actitud fundada en una lectura desde la moda intelectual de ciertos filósofos contemporáneos.
El transformismo de la intelectualidad se manifiesta de cuatro maneras (1). En primer lugar, con una expiación pública de su pasado crítico y de sus posturas izquierdistas. Esta actitud se expresa en reiterados y duros ataques a las corrientes foquistas como una clara evidencia de su rechazo no sólo a las formas delincuenciales del movimiento armado sino a cualquier discurso metafísico o utopía social. No solamente compartimos el cuestionamiento a las formas de delincuencia del movimiento armado en Colombia sino que vamos más allá al cuestionar el modelo foquista puesto de moda con la revolución cubana. Sin embargo la diferencia es que siempre hemos tenido dicha posición y jamás, a diferencia de muchos de los intelectuales que ahora se escandalizan con los “excesos” del foquismo, nos dejamos llevar por el auge pasajero que ocasionaron las acciones militares llenas de sensacionalismo y dramatismo.
Lo llamativo de las críticas de algunos científicos sociales a los grupos insurgentes es que, luego de ser evidente la fragilidad del proyecto político foquista por más de tres décadas, sólo hasta ahora, luego de públicas simpatías por las acciones aventureras del M19 por parte de algunos intelectuales, apuntan a señalar los errores paquidérmicos de la pequeña burguesía en armas.
La carta de los intelectuales a la Cgsb (noviembre de 1992) donde se les hace un llamado a una “rectificación radical de años de equivocaciones” se producen sin una referencia precisa al fracaso del modelo foquista, pues, en la carta hacen mención a una posible pertinencia en el pasado de la lucha armada; desconocen, paradójicamente, la historicidad del problema armado en Colombia al hacer referencia a sólo uno de los bandos en conflicto; brindan todos los argumentos a la represión al no distinguir entre luchadores populares y las formas delincuenciales de todo tipo de foquismo en un momento en el cual se establece la penalización de la protesta social: la internacionalización de la economía.
La crítica de la intelectualidad se hace desconociendo la coyuntura histórica y abogando por una paz que carece de definiciones y que aparentemente tiene su punto de arranque en un acuerdo de paz. Tal acuerdo con los restantes grupos alzados en armas, como lo ha demostrado la experiencia con los grupos reinsertados, no constituye más que el inicio de una nueva fase de la violencia en Colombia, hecho sobre el cual no han existido pronunciamientos por parte de científicos sociales.
El segundo aspecto interesante de la transformación del discurso de los intelectuales es que la separación de la izquierda y del marxismo atraviesa por una negación de algunos postulados básicos del marxismo, en algunos casos torciendo los textos de Marx, siempre desde el argumento de la crisis de los sistemas filosóficos, las teorías totalitarias y la superación de las ideologías.
Lo curioso, nuevamente, es que sólo hasta ahora aparecen los comentarios sobre los errores en la teoría de Marx. Esta crítica posee dos problemas. En primer lugar, desconoce un hecho fundamental al interior del marxismo: los debates entre las diferentes corrientes del marxismo y la existencia de duras críticas a la Unión Soviética. Los partidos euro-comunistas, desde hace muchos años, se habían separado de conceptos como los de dictadura del proletariado, centralismo democrático, etc. Por su parte el maoísmo, al comenzar los sesenta, había caracterizado a la Unión Soviética como una potencia socialimperialista. Así mismo la intelectualidad europea había hecho referencia a los problemas de la democracia, el tratamiento a los disidentes políticos y las pretensiones imperialistas de la Unión Soviética. Sólo a manera de ejemplo considérense los términos del debate Camus-Sartre y la aparición de revistas como Temps Modernes o Socialismo y barbarie. Por ello resulta sorprendente que ciertos intelectuales cuestiones algunos aspectos del marxismo sin hacer referencia al debate al interior de esta corriente de pensamiento. (2)
La segunda característica de los intelectuales transformistas es la desaparición en sus textos de toda terminología que pueda identificarlos con el marxismo o algunos de los partidos de izquierda. Por ello desaparecen nociones como el imperialismo, soberanía nacional, revolución, clases sociales, etcétera. Varios ejemplos pueden ilustrar tal tendencia. Fabio López en su reciente estudio de la izquierda llega a señalar que el problema de antiimperialismo obedece a un “componente de espíritu de época” (1960-70) o a una formulación dogmática y apriorística de una década, la de los setenta. Afirmación que es acompañada por la tesis de William Ramírez, según la cual: “Colombia ha sido víctima, en condiciones que pudieran comprometer la sensibilidad de amplias capas de población, sólo una vez”. (3) La afirmación reduce un problema histórico a una simple moda política, a la intolerancia de unos jóvenes, desconoce toda la tradición antiimperialista de la cultura política contemporánea colombiana y, lo que es más grave, desconoce una historia de permanente agresión norteamericana sobre Colombia.
Un último ejemplo es el rechazo por parte de Alejandro Reyes Posada a ligar el debate de la “certificación” del gobierno norteamericano al tema de la soberanía nacional. Dice Reyes: “El alegato de la soberanía suena a encubrimiento y corrupción y la ineficacia, a la complicidad con el narcotráfico, y equivale a decirles a los Estados Unidos que no tienen derecho de inmiscuirse en un asunto que no es de su interés nacional sino sólo del nuestro, como si las drogas no fueran nuestra principal exportación a la primera potencia del mundo” (4).
El columnista desconoce olímpicamente en la historia del narcotráfico, el papel jugado por las potencias y el empleo que los Estados Unidos le han dado en sus acciones intervencionistas a nombre de la defensa de la democracia a nivel mundial. Se le olvidan al señor Reyes hechos como la invasión a Panamá, los reiterados pronunciamientos de congresistas y altos funcionarios estadounidenses a favor de la intervención directa en Colombia (bombardear Medellín, invadir San Andrés, desatar acciones contra los narcos sin consultar al Gobierno colombiano y condicionar el comercio a unos determinados resultados de la lucha antidrogas), el nexo entre lucha contra el narcotráfico y lucha antisubversiva —tema que debería conocer muy bien— y el nuevo contexto político en los Estados Unidos con el ascenso de los republicanos.
La pretensión de sectores de la intelectualidad transformista de rechazar el marxismo y la izquierda los lleva a ser superados por aquellos que tradicionalmente han sido identificados como la derecha del país, tal el caso de Álvaro Gómez (5).
No se pretende afirmar la necesidad de permanecer religiosamente ligado a una concepción determinada, sin embargo lo específico de la transformación es el momento histórico en que ésta se realiza, el curioso y masivo encuentro de “errores” en las formulaciones de Marx, la ausencia de cuestionamiento a los problemas del país y el acomodamiento de los críticos como funcionarios del Estado.
La tercera característica de los intelectuales transformistas es hacerse voceros de una democracia cuyos límites nadie conoce y que en algunos casos se emparenta con el silencio impune ante las desapariciones y demás desmanes de los grupos paramilitares o las fuerzas de seguridad y los estragos de la apertura económica. Esta intelectualidad aboga entonces por la radicalización de la puesta en marcha de la Constitución y, sobre todo, la participación en los pactos sociales y en las concertaciones. La mejor manera que han encontrado los intelectuales y los reinsertados para realizar su noción de democracia es instalarse en la burocracia oficial: consejerías, notarías, embajadas, etcétera.
Finalmente, la nueva intelectualidad expone como única manera de mantenerse en el escenario de las ideas, el discurso cívico. Se trata, entonces, de construir una ética ciudadana. La tarea del momento según estos sectores de la intelectualidad es enseñar a los habitantes a ser ciudadanos de bien, a comportarse correctamente y a regresar a la urbanidad de Carreño como una clave para cambiar las ciudades y el país. Desde esta postura se escuchan las más variadas propuestas: convertir a la ciudad en una ciclovía, caminar por el lado derecho de los andenes, etc.
En síntesis, la presencia de Antanas expresa la tendencia de una transformación profunda de la intelectualidad colombiana. El intelectual pasa de una definición por el cuestionamiento al orden político a una definición por su participación en el Estado y por la elaboración de un discurso cívico. El fenómeno como ya ha sido señalado por Torrecillas no tiene nada de novedoso, es una tendencia continental.
La crisis de las sociedades latinoamericanas toma a los intelectuales discutiendo acerca de si el humo de la nave que se incendia es real o sólo es una interpretación errada de un discurso o sobre la pertinencia de huir en forma ordenada para que no se produzca un desagradable aspecto de cadáveres esparcidos. Lejos de esto creemos que el intelectual debe volver a su esencia: ser la fuente de cuestionamiento permanente del orden político y situar su trabajo en el contexto de un país que debate en una profunda crisis.
Notas
1. Transformismo es el término empleado por Arturo Torrecillas para analizar el abandono de todo criticismo por parte de los intelectuales como condición para su ingreso en el Estado como consejeros o funcionarios. Véase Arturo Torrecillas, El espectro postmoderno, Ecología, Neoproletario, intelligentsia. Publicaciones Puertorriqueñas. Inc. San Juan, 1995.
2. En las críticas que Pedro Santana hace a ciertas formulaciones de Marx, especialmente al papel de la clase obrera, no cita ninguno de los autores que habían hecho referencia a este punto. Véase el artículo de Santana en Cárdenas, Miguel Eduardo (Coord). La modernidad y sociedad política en Colombia. Fescol, Instituto de Estudios Políticos, Foro Nacional por Colombia. Bogotá, 1993. Una referencia a los autores que participan en el debate sobre el carácter de la clase obrera puede consultarse en el texto citado de Torrecillas. Por otra parte, ¿qué pensarán los intelectuales postmo-dernos con la reciente apología que hace Derrida a la obra de Marx?
3. Véase William Ramírez. Violencia y democracia en Colombia. En Estado, violencia y democracia. Iepri-Tercer Mundo, Bogotá, 1990, página 83 y ss, el subrayado es nuestro; y Fabio López Izquierdas y cultura política. ¿Oposición alternativa? Cinep, Bogotá, 1994, pág 272-273.
4. Alejandro Reyes Posada. “Concertar intereses nacionales y no discutir soberanías” en El Espectador, 5 de marzo de 1995, p. 2c. El subrayado es nuestro.
5. Paradójicamente Álvaro Gómez Hurtado o los editorialistas de El Espectador tienen posiciones más avanzadas que algunos intelectuales. Considérese la propuesta de Álvaro Gómez de declarar persona no grata al embajador de los Estados Unidos en Colombia o el editorial de El Espectador del 2 de abril de 1995.