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Por SOCORRO RAMÍREZ VARGAS

La reserva de la Macarena Tragedia ecológica y social

La paz no es algo abstracto, parece decir la dirigente socialista y educadora Socorro Ramírez en estas páginas. La falta de políticas generales claras para la zona, de una reforma agraria real y de programas ecológicos concretos son algunos de los puntos que hace falta abordar en la práctica para llegar a la paz. Mayo 20, 1984.

Este artículo se publicó en el espectador entre el 1983 y 1999. Ahora lo retomamos en el marco de la exposición el Magazín que fue realizada en alianza entre Comfama y Confiar y Universo Centro.

La reserva de la Macarena Tragedia ecológica y social
La reserva de la Macarena Tragedia ecológica y social

La Uribe y las inmediaciones del rio Duda fueron escenario reciente de un importante secuestro entre la Comisión de Paz y el estado mayor de las FARC. Allí se firmó un acta de Acuerdos y Compromisos que significan un paso adelante en el difícil camino de la paz. La región está situada en la Reserva de la Macarena, donde se desarrolla una verdadera tragedia ecológica y social.}la zona fue definida por la ley 52 de 1948, como la reserva natural más importante del país, y los científicos la consideran como un laboratorio excepcional en el mundo. Pero el agudo conflicto social que la asedia, amenaza con destruirla.

Desde el aire y en la Historia

En días pasados tuve la oportunidad de recorrer la Reserva en compañía del director regional del Inderena, doctor Mario Avellaneda, del director del Parque, del asesor legal y de un funcionario de salud. Sobrevolando el territorio podíamos admirar la espesura de la selva. Bajo su apretado follaje se abrigan 853 especies de aves, y los más variados tipos de mamíferos, anfibios, reptiles y peces. De sus árboles gigantescos pende la tercera parte de las orquídeas del mundo. En el paleozoico la serranía fue una inmensa cordillera. De allí se originaron las especies de fauna y flora de las demás cordilleras, de la Orinoquía y de la Amazonía. Aún hoy es un excepcional banco de genes.

Sin embargo, desde el aire se pueden contemplar ya los inmensos corredores abiertos por los colonos mediante la tala y la quema de los bosques, en su dura lucha por la supervivencia. Da pena ver cómo van muriendo los morichales que surten de agua los bosques. La tala indiscriminada extingue la producción de la biomasa que regula y restaura la fertilidad del suelo, y genera materias primas como madera, caucho, aceites, fibras, resinas, a más de complejos vegetales y animales.

Entre tanto, alrededor de la Macarena se extienden inmensas haciendas hasta de 30.000 hectáreas, en zona agrológicamente clasificadas como de tipo I, cuyos suelos aluviales han recibido el beneficio de los ríos durante milenios. Sus suelos tienen una buena permeabilidad y excelente retención de aguas que permiten cultivos anuales y ricas cosechas. Estas tierras podrían ser la despensa del país, pero están dedicadas en su mayor parte a la ganadería extensiva. Junto con la Sabana de Bogotá, el Valle del Cauca, los <llanos del Yarí y las Vegas del Ariari, son las mejores tierras de Colombia.

En las poblaciones, por los ríos y los caños

Aterrizamos en la población de la Macarena. Algunos colonos nos esperaban. El asentamiento tiene 30.000 habitantes, de los cuales solo 2.000 viven en el casco urbano. La Iglesia, con el apoyo del Estado, espera construir un internado para los estudiantes del campo. Hay un centro de salud con seis camas y dos cunas en un pequeño salón. Dos enfermeras hacen turnos hasta de 18 horas diarias y se enfrentan a la tuberculosis, al paludismo endémico o a las epidemias acentuadas por el permanente cambio de clima.

El poblado, que antes tenía por nombre El Refugio, no se ha podido consolidar como municipio, porque carece de ingresos. Sus habitantes afirman que los predios de la Reserva están sin titulación, y que, si la tuvieran, deberían pagar altísimos impuestos por extensiones improductivas. Están encerrados en un círculo vicioso: no reciben crédito ni asistencia técnica por no tener legalizada la propiedad, y no legalizan porque no tienen con qué pagar los impuestos.

De allí continuamos nuestro viaje en una pequeña canoa. Llegó la noche. En una cabaña a la orilla del río nos permitieron compartir el suelo de tierra: tendimos hamacas y carpas. Compartimos también los plátanos y la carne restantes. Nos la ofrecieron como prueba de la enorme alegría que les produce una visita en medio de su total abandono.

Durante la noche y a la madrugada, los campesinos fueron llegando a pie o en canoa.

Querían informarnos y oírnos. Contarnos, por ejemplo, que hace cinco años la comunidad construyó la escuela y nunca llegó al maestro, que consiguieron doce pupitres pero un buen día el hermano de un político de la región se hizo nombrar presidente de la junta, dijo que los representaba, se llevó hasta los pupitres y nunca volvió. Y nos decía don Vicente: “Estamos en Colombia, pero no somos tratados como colombianos. No nos compran ni el ganado, o lo que nos dan por él no alcanza ni para pagar el transporte. Y con las requisas, pues no podemos ni bajar por la remesa. Pagamos $1.000 por ir a Macarena, y allí el Ejército empieza: que por qué vinieron, que por qué dos panelas, que eso es para auxiliar a la guerrilla, que por qué esa droga. Por eso se necesitaría un puesto móvil del IDEMA que nos compre y nos venda. Siquiera un botiquín”.

Piden algo que no es del otro mundo: un maestro. Son más de 50 niños que no pueden ir a otro sitio, ya que para llegar a la escuela de Cachicamo gastan dos horas en motor, y por le otro lado, hasta Angoleta, tardan hora y media. El viaje cuesta hasta $1.000. Y no es fácil conseguirlos: los comerciantes compran sus productos -ganado, madera, pescado o maíz- a los precios que quieren, mientras ofrecen sus mercaderías a un precio dos o tres veces superior al de Bogotá.

Los pobladores viven de la caza, pero no tienen ni para pagar las municiones. Ya no pueden aprovechar el desove de la tortuga ni la subienda del pescado, porque todo lo arrastran comerciantes más tecnificados que aparecen en esas épocas. Cuando pueden, comen maíz con sal o plátano con yuca. Pero cuando el río crece y arrasa con la platanera y los animales, se ven obligados a encaramarse en las vigas de sus casas y a esperar hasta tres o cuatro días. Cuando llegan a enterarse de que están repartiendo mercados de CARE para los afectados, es demasiado tarde. Sin contar con que, quienes los distribuyen, les dan con frecuencia otro destino.

Infortunadamente, programas como Pridecu (Programa Integrado para el Desarrollo de las Comunidades), a cargo del Inderena, carecen de presupuesto y están a punto de desaparecer. Un programa de esta naturaleza podría impulsar la reforestación, el fomento piscícola y agrícola y, con ello, la reactivación de la economía campesina. Esa sería la mejor defensa ecológica de la Reserva.

Después de nuestra conversación con los campesinos, continuamos el recorrido por el río Guayabero hasta las bocas del Ariari, donde ambos forman el Guaviare. Por allí se entra al caño cabra y al Caño Cafre. En sus riberas se extienden importantes asentamientos de colonización.

Cruzamos luego El Raudal, zona de grandes areniscas y capas de piedra que se torna intransitable cuando crece el Guayabero, hacia los meses de junio y julio. En las riveras crecen los guaduales y los yarumos que, llevados por las aves, son la primera etapa del proceso de sucesión secundaria que sigue a la tala del bosque. El yarumo -o guarumo- bien podría ser racionalmente aprovechado para la producción de pulpa de papel. Donde la colonización ha sido abandonada, estos árboles se en casi ahogados por las heliconias de flor roja permanente, artículo de gran valor en el mercado internacional. Hay también palmeras, de cuyas pepas aceitosas pueden hacerse vino y se pueden extraer palmitos y palmiche para las construcciones.

De trecho en trecho aparece el Garzón Soldado, especie de garza amante de la soledad, como único testigo mudo de la depredación. Al descender de la canoa pudimos observar huellas de una manada de chigüiros (cerdo salvaje de carne muy apreciada), de una danta traviesa y de algún tigrillo que probablemente había salido a tomar el sol. Las tortugas por centenares, se apiñan unas sobre otras, o marchan en fila india a lo largo del río, sumergiéndose con rapidez ante el rumor que anuncia una presencia extraña. Desde la orilla se pueden ver los cocodrilos verdes, el caimán negro y múltiples lagartos enormes que salen a recibir con placidez la resolana.

Intentamos penetrar en la espesura, pero pronto nos detuvo la maraña de guaduales, enredaderas, musgo, bejucos, helechos gigantes y parásitos que abundan bajo los altísimos árboles de los que cuelgan nidos de arrendajos y bromelias. El piso, lleno de tejidos muertos, de hojas acumuladas por siglos, hace difícil el acceso, que se torna angustioso cuando se observa alguna serpiente enrollada en los árboles. Pero la tranquilidad vuelve con las bandadas de pájaros multicolores que, con todas su formas y trinos, surcan nuestro paso, y con las oleadas de mariposas azules, amarillas o blancas que alegran de nuevo el recorrido.

Continuamos nuestro viaje en canoa y más adelante cruzamos frente a San José del Guaviare, centro administrativo y comercial de la región. En las bocas del Ariari nos topamos con Puerto Rico. Por allí pasó el tráfico de estupefacientes. Según sus habitantes, se movieron miles de millones de pesos y dejaron tras de si una larga y triste calle de bares y prostíbulos. Ni alcantarillado, ni acueducto. A pesar de estar junto al rio, el pueblo no tiene agua. La miseria aflora en todo su dramatismo.

Avanzando por el río Güejar hasta Piñalito, lugar de entrada a la trocha que atraviesa la Reserva, se observa cómo se ha ido concentrando allí buena parte de la colonización. Sus pobladores han abandonado las zonas inundadas de las orillas de los ríos. En 1971, el Inderena, sustrajo el área colonizada hasta entonces, y al resto e dio el nombre de Parque Nacional. En 1972 se titularon dentro de la Reserva por lo menos 43 fincas (1.280 hectáreas) por parte del Incora, y hoy en día, instituciones como el ICA, la Caja Agraria, Obras Públicas del Meta, y también los políticos locales están trabajando en zonas del parque para beneficio de aquellos en cuyas manos se ha concentrado la tenencia de tierra, el crédito, la asistencia técnica y, de alguna manera, el poder económico y político; a veces, inclusive el poder militar, como aconteció con un mayor retirado que pescaba con dinamita de Indumil, y encañonó a los funcionarios del Inderena encargados de controlar la pesca y la tala indiscriminada de bosques.

Por la trocha que de Piñalito conduce a Macarena, vimos un buldozer que aprovechaba las horas extras después de la campaña electoral pasada. A las gentes de la región se les ha prometido un planchón o un puente que comunique a Piñalito con la entrada de la trocha. 

Según informes, se está construyendo también una carretera dentro de la Reserva hacia el río Sanza, que beneficia algunas haciendas ganaderas importante, y conduce a la población de la Argentina y a la Vereda Cristalina. Ya en 1974 habían entrado vehículos hasta la vereda Maracaibo. El mismo Inderena, en 1972, les abrió el camino que va de Ramal a Caño Rojo, y de allí a Caño Tubo. Un total de 63 Kms. de trocha.

La Colonización

En el río Sanza, la serranía de la Macarena, los caños Sardinata, Embudo, Tubo, Venado y Guapanza, en los caños Cafre y Cabra, en la margen izquierda del río Guayabero, y en la derecha del Ariari y del Güejar se han talado los bosques y se han implantado potreros y cultivos.

Durante 20 o más años los campesinos han penetrado la región. Sin apoyo estatal alguno, sin dirección técnica, sin asistencia ecológica, sin posibilidades de mercadeo, sin crédito, se han enfrentado a la espesura de la selva, a los azarosos cañones del Güejar, a la fiebre amarilla, al pito, al paludismo, a enfermedades pulmonares y gastrointestinales, para tener hoy, si acaso, un rancho de bahareque con piso de tierra y techo de palma de moriche y paroi. Carecen de agua, luz, alcantarillado, educación y salud en sus veredas. Y en los centros más cercanos donde se prestan tales servicios, son muy deficientes.

La colonización se ha desarrollado en etapas bien definidas:

  1. Inicialmente se formaron centros de asentamiento, aprovisionamiento y mercadeo de productos cultivados: la Macarena al suroccidente, San José del Guaviare al suroriente, Vistahermosa al nororiente, Mesetas al noroccidente, e inspecciones como La Uribe, Puerto Rico y Piñalito.

  2. Por los años setenta, penetró la trocha del norte a sur, de Piñalito a Macarena, y se expandió la tala por las orillas de los ríos.

  3. Luego se continuó la penetración a la Reserva por caños y ríos, especialmente por el Cabra, el Cafre, Yarumales. Se abrieron igualmente rochas que unen los fundos a caños y ríos navegables.

  4. En la década del ochenta, con la bonanza de la coca y la marihuana, los narcotraficantes escogieron sitios aislados, en el corazón de la Reserva, hasta donde llegan por aire.

  5. Finalmente, se comienza a abandonar algunas zonas de las riberas del rio Güejar, del Guayabero, del Ariari. La tierra se concentra en pocos sitios y en pocas manos. A medida que avanza el área desmontada y después de haberla sembrado con cultivos de subsistencia, como plátano, yuca, maíz, se la convierte en pastizales.

Los factores que han generado esta dramática situación social y ecológica, has sido diversos. Ente ellos podemos señalar.

  1. El abandono de una Reforma Agraria que, por la vía de la pequeña propiedad, de las empresas comunitarias y cooperativas agropecuarias facilitara el desarrollo del campo en beneficio de la mayoría de sus pobladores. El Pacto del Chicoral cerró la vía a la redistribución de tierras y consolidó la gran propiedad. Esto empujó a muchos campesinos hacia la ciudad y obligó a otros a la colonización salvaje.

  2. Influyó también la violencia política, que obligó a muchos campesinos a abandonar sus tierras y a penetrar en la selva. Algunos acuerdos de amnistía anteriores desarrollaron planes de colonización. En otros casos, se adelantó la colonización para desviar las presiones por la tierra en zonas de alta productividad.

  3. Intereses electoreros han llevado a traficar con la angustiosa necesidad de la tierra y el empleo, sin afectar la gran propiedad. Algunos políticos ofrecen carreteras, puestos de salud, educación, crédito y titulación en la Reserva, desviando así la atención de zonas cercanas muy productivas.

  4. También el descubrimiento de pozos petroleros en la zona de Uribe, estimuló la apertura de trochas y caminos por los que ha penetrado luego la colonización.

  5. Por su parte el narcotráfico buscó los llanos del Yarí y la Reserva de la Macarena como centro de cultivo. Estimulados por el dinero fácil, y por las posibilidades de participar en la especulación que era parte central de la política estatal, algunos trataron de aprovechar la bonanza de los estupefacientes.

  6. Los enormes desequilibrios sociales y económicos del país, así como la falta de integración regional, han contribuido también a crear la presión migratoria sobre regiones como la Reserva de la Macarena.

Estrategias de solución al problema

No se trata sólo de conservar y proteger la Reserva de la Macarena, sino de estudiar integralmente el problema. No es cierto que la destrucción de la Reserva sea irreversible. Donde se ha abandonado la colonización se desarrolla una formación secundaria de arbustos. Es una primera etapa, estas plantas son uniformes en especie, pero luego ls nativas empiezan a coparlas, hasta volver al bosque primario que recupera su equilibrio dinámico. “La selva se yergue a pesar de la violencia de la depredación”, afirmaba con satisfacción el director regional, el biólogo Mario Avellaneda.

Se trata además de integrar al hombre al manejo de esa protección en su propio beneficio. Es la única manera de crear una barrera de defensa ecológica del medio y un aprovechamiento racional de sus recursos.

De este modo, los objetivos prioritarios buscados mediante programas del Inderena serían:

  1. Integrar la comunidad aledaña o la que está ya dentro de la Reserva a la comunidad científica y a las Instituciones del Estado para un programa conjunto de planificación ambiental y desarrollo equitativo que redundaría en el mejoramiento de las condiciones de vida de las comunidades participantes.

  2. Realizar un estudio de la población y de la biota en general, lo que estimularía la definición de políticas de manejo de los recursos naturales y permitiría una divulgación masiva de la información pertinente. Así mismo, facilitaría la regulación del uso y manejo del recurso con formas de explotación, delimitación de áreas y utilización de la producción y subproducción, así como de los residuos de la explotación agrícola, pecuaria, íctica y silviultural.

  3. El Inderena tendría que cumplir, además, otras funciones adicionales de protección control y vigilancia, con las correspondientes acciones legales de decomisos y sanciones para quienes infrinjan las normas ecológicas establecidas.

Pero el Inderena no puede ser una entidad simplemente policial. De nada sirven las nueve casetas con inspectores y guardabosques, acusados algunas veces en el pasado de uso arbitrario y discriminado de la autoridad, o de beneficiarse en provecho propio de los recursos de la Reserva. El instituto no podrá cumplir su labor de control si no educa y enseña a manejar el recurso.

Algunas soluciones propuestas

El proyecto de ley 44 de 1982, presentado por el senador del Meta, Alfonso Ortíz Bautista y sometido al estudio de la Comisión V del Senado, busca redefinir límites y cambiar la denominación de Reserva por la de Parque Nacional. La ley reduciría el 70% del territorio establecido como Reserva Nacional, desafectando no sólo la zona ya colonizada, sino 300.000 hectáreas más. Dejaría únicamente la parte de las montañas rocosas que corresponde a unas 300.000 hectáreas. Mucha gente de la región se muestra esperanzada en esta solución que ha sido reiteradamente ofrecida.

El Incora tiene también un proyecto, de un costo aproximado de $3.500.000.000. Su objetivo es la legalización de la tenencia de la tierra, la adjudicación de baldíos y la realización de los programas de colonización que sean necesarios. La Colonización se adelantaría al occidente del meta, entre la cordillera occidental y la serranía de La Macarena, y entre el rio Güejar y la serranía de La Chamusa. Comprende un área de influencia de 660.000 has. Y de acción de 265.000 has. En el piedemonte llanero de la Cuenca del Orinoco. Es una zona de baldíos de la nación, ocupados por colonos mediante compra o fundación directa. Cada familia recibiría 80 has. Tendría que tumbar anualmente entre 10 y 15 has. De rastrojo, monte y montaña, para sembrar maíz, cacao, pancoger, caña y pastos para el ganado.

El proyecto incluiría obras de infraestructura vial; legalización de 2.500 títulos; integración de servicios y apoyo a la producción. Beneficiaría a 1.800 familias y en 5 años aumentaría en 6.500 has. La superficie sembrada. A su vez, afirma el Incora, tendría un efecto multiplicador en el desarrollo de explotaciones agropecuarias del área de influencia.

Otras alternativas

El plan ha sido diseñado, sin embargo, en suelos con pendientes agrológicas que hacen imposible el pastoreo o la siembra. Llegando a la región se observa la erosión en el terreno ya colonizado. La presencia de calveras imposibles de regenerar, anuncian un proceso similar al que estamos viviendo en Boyacá y Cundinamarca, donde, por el mal uso de un suelo sin vocación agrícola, se está convirtiendo en desierto.

Una tala indiscriminada en la región elegida por el Incora sería un atentado contra la cuenca hidrográfica del Orinoco. El río Güejar que, limita por el norte la zona elegida par el proyecto, recibe como afluentes al Lucía y al Cafre, y desemboca en el Ariari que, junto con el Guayabero, forman el Guaviare. El río Duda, límite oriental del proyecto, recibe las quebradas del Guape, Las Pailas, Lagartija, Reserva, río Papumene y Santo Domingo. El Duda es a su vez afluente del Guayabero.

Es preciso estudiar entonces la reubicación del proyecto exclusivamente en la planicie del Duda. De lo contrario se pagarían los más altos costos ambientales, económicos, sociales y de creación de servicios al colonizar la zona. Sería más razonable intervenir, por ejemplo, el gran latifundio de las Vegas del Ariari, las sabanas del Refugio en los Llanos del Yarí, donde el Estado posee tierras que antes controlaba la mafia, como tranquilandia y Villacoca. 

El ICA y el Inderena deberían hacer parte de un plan de colonización dirigida para organizar la tala con criterios de tamaño, sitio y tipo de árboles que se pueden cortar sin que se destruya la riqueza forestal y para controlar las técnicas que se utilizan para ello.

En las partes bajas, se podría tener una mejor solución mediante la adecuación de tierras y la construcción de canales de riego. Ya que han hecho experimentos en Carimagua, por ejemplo, con pastos y forrajes que pueden adaptarse a los cuatro meses de verano. El ICA podría ayudar a la transferencia de esa tecnología al pequeño productor y al colono. También en el centro de Investigaciones sobre Agricultura Tropical de Palmita se podría encontrar técnicas para el manejo correcto y productivo de las praderas. Además, muchos agrónomos estarían dispuestos a trabajar con un pedazo de tierra, en la que podrían experimentar para beneficio de la región. Diversas organizaciones cooperativas, como Brazos para Trabajar, necesitan estímulos y tierras.

En la parte de una pendiente agrológica de más de 20% se puede realizar un proyecto de silvicultura y de árboles frutales que podrían ayudar a mantener, además, la fauna y a flora nativas.

Sería posible combinar vega y agricultura en colinas bajas, y se resolvería de este modo no sólo el problema de la colonización, sino que se contribuiría ala solución del problema alimenticio en el país. Y no se condenaría al campesino a las tierras cenagosas, inundables, en altísimas pendientes sin vocación agrícola. No es justo reducirlo a las peores tierras para que, después de pocas y raquíticas cosechas, en las que ha empeñado su vida, la erosión, el lavado de los suelos y la destrucción de la cuenca hidrográfica, le auguren tan solo el incremento de su miseria.

En fin, el Estado debe asumir el problema en su conjunto. Debe proteger este santuario de fauna y flora como un sistema integral, interrelacionado de manera dinámica, no sólo para colocar una barrera de protección ecológica, sino asumiendo también las realidades humanas y sociales que lo rodean. Es necesario buscar una solución ecológica y social al mismo tiempo.

Hoy más que nunca, para consolidar la paz, pero también para aprovechar racionalmente nuestros recursos naturales, está al orden del día ese tema que se volvió tabú de los planes económicos, de los programas y discursos de los partidos tradicionales: una reforma agraria democrática, que debe ser el eje del plan de rehabilitación de la región.