Heidegger decía que cada época tiene un problema que pensar, que resolver, uno solo. No sé si es cierto. De pronto nuestra época que caracteriza el final del siglo XX tiene más de un problema que resolver. Pero de lo que sí estoy segura es que la cuestión de la diferencia sexual o de los géneros como se dice hoy día, hace parte de ellos.
A partir de esta cuestión, son muchos los replanteamientos, muchas las preguntas que deben rehacerse, muchas las “verdades” a reconsiderarse. Sin embargo, que uno mire hacia la filosofía, la ciencia o la religión, esta cuestión se encuentra oculta, subyacente, velada. Como una problemática potencialmente demasiado subversiva y peligrosa por ser una de las más capaces, y por qué no, la única capaz de una sacudida total e irreversible de los valores de nuestra vieja sociedad occidental patriarcal; única capaz así de una renovación del pensamiento, del arte, del lenguaje...
Y consecuentemente todo se resiste a que ocurra semejante revolución (en el sentido estricto de la palabra). En la teoría y en la práctica. Pero en la teoría sobre todo. Porque a nivel de la teoría o del saber, no hay manera de hacer concesiones.
Nosotras, las mujeres que hacemos parte del Grupo “Mujer y Sociedad”, todas venimos o pertenecemos a las ciencias sociales: historia, trabajo social, psicología, sociología y también del campo estético: la literatura. Y nos ha tocado poco a poco re-aprender a cuestionar la realidad tratando de evitar cuando era posible los obstáculos epistemológicos, las trampas ideológicas, aprendiendo al mismo tiempo a reconocer el peso de las estructuras patriarcales y su especificidad en cada una de nuestras disciplinas.
Entendimos que la estructura de dominación del patriarcado no se expande únicamente a través de los modos de producción capitalista y de sus instituciones sino también a través de los símbolos, los mitos, los ritos, el inconsciente, el cuerpo y toda nuestra historia confiscada. Nos volvimos sensibles poco a poco al mismo lenguaje de la ciencia, en nuestro caso de la ciencia social. Al discurso desarrollado cuyo sujeto teórico, moral y político siempre fue hombre, discursos constituidos a partir de una manera masculina de habitar el mundo, a partir de una mirada masculina sobre el objeto. Las preguntas fueron hechas coherentemente desde una perspectiva masculina-paternal y las respuestas dadas desde la misma lógica, asumiendo una voz, un lenguaje incapaz de reflejar las experiencias históricas y subjetivas de la mujer, pues ella no había aparecido sino, y en el mejor de los casos, como contrapartida de lo masculino, como “lo otro”, y lo más a menudo como vacío, como ausencia, como “carente de pene”, etc.
Es entonces en este sentido, como lo muestran hoy día muchas feministas europeas, psicoanalistas o filósofas (como Julia Kristeva, Luce Irigaray, Sara Kaufmaen) que tenemos la ardua, la difícil y diría yo, la casi utópica tarea de encontrar una manera de simbolizar la experiencia femenina.
Ya se inició en el mundo entero el reconocimiento de la importancia de los estudios de género, y ya gracias a los primeros resultados de ellos (todavía más a nivel de nuevos cuestionamientos que resultados definitivos) se está conociendo que es necesario “repensar”, “re-interpretar”, las relaciones entre el sujeto y el discurso, el sujeto y el mundo, que sea en antropología, en psicología, en economía etc.… pues el sujeto, como lo señalaba anteriormente ha sido escrito en masculino aun cuando se nos afirma que el sujeto del discurso científico es neutro…
Tal vez, la esencia del ser, como decía Espinoza, sea el deseo.
El deseo como lo que nos humaniza. Y el deseo es UNO, dicen los filósofos, los psicoanalistas también. No existe ni deseo masculino, ni deseo femenino. Existe el deseo, existe la carencia como constitutiva de la existencia, como estructurante del ser, de la autoconciencia.
Eso lo podemos admitir: El deseo es uno. Pero hasta ahí.
Porque de lo que estamos seguras ahora es que la manera como uno se las arregla con el deseo, con la carencia, la manera como uno “vive” esa carencia está profundamente marcada por el género.
Por esto es tan importante para las mujeres de este final de siglo tomar la palabra, aun si es la vieja palabra que no es tampoco nuestra, tomar esa la palabra para dar cuenta de nuestra manera de habitar el mundo, el deseo y la carencia.
Esto en un principio ocasionó resistencias, escepticismo, hilaridad que encubría todos los temores del universo masculino que se siente cuestionado (bastaría recordar los comentarios a los primeros escritos de figuras como las de Simone de Beauvoir o Marguerite Duras o muchas otras…). Sin embargo, gracias a la persistencia y el valor de las pioneras acompañados de una creciente consistencia de los planteamientos teóricos, hay en este momento, dentro del universo masculino, quienes empiezan a manifestar cierta receptividad al discurso feminista aceptando por lo menos la sospecha o la duda sobre las viejas verdes. Ahora bien, a nivel de la práctica existen aperturas en relación con el mundo de las mujeres, traducidas en respuestas políticas de los estados. Y esto lo analizaremos también en este curso.
Y también ahí descubriremos cómo estas aperturas, por lo menos en un país como el nuestro y en época de crisis son todavía muy locales, muy parciales muy remediales y se han dado como concesiones políticas por parte de los poderes existentes pero nunca como ubicación de nuevos valores que permitirían repensar verdaderamente la cuestión de las relaciones entre géneros.
Encontramos todavía a casi todos los niveles de lo cotidiano, opresión, explotación y subordinación de la mujer. Que sea alrededor de la sexualidad y la reproducción, la producción y la vida laboral, el tiempo libre y el ocio, el trabajo doméstico, la dicotomía de categorías como privado-público y lo público asociado a lo político; la cultura, la literatura, los medios de comunicación, etc. En cada uno de estos renglones, encontramos concesiones políticas, nunca una revolución del pensamiento, una nueva ética.
Pero nuestro interés es también subrayar los esfuerzos de alguna de ellas para sacudir las viejas causas de su opresión abriendo así el dominio que quebranta siglos de invalidez femenina.
Y así no podríamos terminar esta introducción sin mencionar que el curso significa también la posibilidad de reconocer en conjunto todas estas nuevas formas de mirar, leer e interpretar la realidad, esta realidad de la cual tan sólo conocemos una versión: la versión patriarcal.
Y el hecho de que no estemos en la medida de proporcionar todas las respuestas a las múltiples preguntas que van a surgir durante la semana que vamos a compartir, no invalida las preguntas que estamos aprendiendo a formular.