La deuda externa y la destrucción de ecosistemas naturales estratégicos son dos de los problemas que enfrenta el desarrollo del Tercer Mundo. Estos dos problemas tienen en común el hecho de que sus consecuencias pueden afectar a toda la economía mundial, rebasando las fronteras del mundo subdesarrollado. Así, por ejemplo, las consecuencias de una declaración global de quiebra por todos los países del Tercer Mundo pondría en peligro el actual sistema financiero internacional, cuyas bases sólo pudieron implantarse como parte de los acuerdos que pusieron fin a la II Guerra Mundial. El efecto que esto tendría sobre la producción y el comercio internacional puede ser considerable.
También, el mantenimiento de los patrones climáticos y de las condiciones naturales con las que, hasta la fecha, se han organizado las actividades humanas en todo el planeta, dependen de una manera crucial del uso que hagan los países del Tercer Mundo de los ecosistemas naturales que aún se encuentran intactos. Dentro de estos ecosistemas, el más importante es, sin duda, la selva tropical húmeda que contiene al menos la mitad de las especies de organismos vivos del planeta, así como la mayor concentración de material vivo (biomasa) por unidad de espacio.
Las previsiones más optimistas llevarían a la conclusión de que, de persistir el ritmo actual de deforestación de la selva, en el año 2035 podrían haber desaparecido los 8 millones de kilómetros cuadrados de selva tropical que aún se conservan. (1)
Entre ambos problemas, la deuda externa y el deterioro ecológico, también parecen existir importantes relaciones debido a que la búsqueda de solución a los problemas financieros puede conducir a un tipo de desarrollo reñido con el ideal de conservación de la naturaleza. La necesidad de financiación externa, por ejemplo, ha conducido a que los países liberalicen rápidamente las condiciones de entrada para la inversión extranjera directa, eliminando condiciones relativas a la conservación natural, la prevención de las actividades contaminantes, etcétera. Muchas de las actividades financiadas por el capital extranjero, ya que los mercados locales en la mayoría de los casos se encuentran en franco retroceso, se orientan a la ex- tracción y exportación de recursos naturales, sin un cuidado adecuado de los posibles impactos ecológicos. Incluso, en los proyectos de desarrollo financiados por el Banco Mundial se otorga una importancia menor a las medidas correctoras de los impactos negativos sobre el entorno natural (2). También, la apremiante situación externa ha sido una condición importante para que empresarios privados del mundo desarrollado hayan podido ejercer presiones directas sobre los países atrasados para que sirvan como basureros de desechos industriales, altamente tóxicos e indeseados en sus lugares de origen. Entre 1986 y 1988 Greenpeace identificó embarques por más de 3,6 millones de toneladas de este tipo de basuras desde los países industrializados hacia los países subdesarrollados. El caso extremo se encuentra en el acuerdo suscrito, y luego derogado, en el gobierno de Guinea-Bissau para exportar 15 millones de toneladas de desechos de la industria farmacéutica de los Estados Unidos y la Comunidad Europea; a cambio la compensación para el país africano ascendería a 600 millones de dólares, es decir, más de cuatro veces el valor de su producción nacional y el doble de su deuda externa. En muchos otros casos las basuras contaminantes han sido en- viadas a los países del Tercer Mundo. bajo descripciones falsas (3) (tales como materias primas industriales) y no sin razón algunos autores se han sentido autorizados para decir que las relaciones actuales entre el Norte y el Sur están conduciendo a un “imperialismo de la basura”.
La destrucción de la selva amazónica para la instalación de cultivos agrícolas que no pueden perdurar más allá de un número reducido de años, a causa del rápido deterioro de la capa vegetal, es otra manifestación de las consecuencias de un desarrollo desesperado. Otra consecuencia de la gestión subóptima de los recursos naturales ocasionada por las trabas al desarrollo, se puede encontrar en uno de los pocos productos exitosos del Tercer Mundo en el mercado internacional (la cocaína). Según estudios recientes, el cultivo de hoja de coca en el Perú (equivalente a tres cuartas partes de la producción mundial), ha ocasionado en los últimos quince años la deforestación de un área equivalente a la décima parte del total de la deforestación de la amazonía en lo que va de siglo (4). Por otra parte, el procesamiento de la cocaína, es la causa del vertido a los ríos de la selva de varios millones de litros de sustancias tóxicas, tales como ácido sulfúrico, kerosene, acetona, etc. (5).
La ecología y la economía se encuentran estrechamente relacionadas por la evolución de la sociedad en el tiempo, y para los países pobres no es posible admitir que la conservación de la selva tropical es un imperativo cuyo costo deben asumir con resignación, cuando son precisamente estos países los que han disfrutado menos de los logros del progreso humano. El discurso ecológico de conservar “la casa común”, no es de fácil recibo cuando se trata de que los que tienen un alojamiento más precario paguen las consecuencias de que otros tengan una estancia más confortable.
También, hay que tener en cuenta que la preocupación por los problemas ecológicos, sólo existe desde hace pocos años precisamente debido a que el desarrollo ha convertido en escasos los recursos naturales, hasta el límite de amenazar la supervivencia de las condiciones de habilidad del planeta. Si el desarrollo desigual lleva a que la modificación de la naturaleza sólo sea posible dentro de límites cada vez más restringidos, es necesario concluir que el avance de unos cuantos países en el pasado ha servido para expropiar posibilidades de desarrollo a los países que hasta ahora no lo han conseguido. Desde el punto de vista económico, los recursos naturales (como el aire puro, el agua de los manantiales o el mismo paisaje), se consideran un bien cuyo acceso no se encuentra un precio de mercado. Sin embargo es posible que la sociedad deba incurrir en costes elevados en el caso de tales recursos dejen de existir en forma natural. Por ejemplo, en Honduras se verificó que el coste de proveer a la capital de agua potable proveniente de una reserva forestal aledaña era veinte veces inferior al que se debería cubrir en caso de que tal reserva no existiera. El mismo razonamiento, puede trasladarse al coste económico que supondría la destrucción de la selva amazónica, aunque muchas de las consecuencias de ésta sean imprevisibles. Se sabe que los efectos “albedo” e invernadero, traen como consecuencia la alteración de los patrones climáticos globales, que pueden afectar las condiciones de producción en la agricultura de las regiones templadas; esto indudablemente se traducirá en la necesidad de adaptaciones tecnológicas, cambios de cultivos y otros fenómenos económicos cuyo coste de oportunidad es cuantificable. Por otra parte, la destrucción de la selva puede afectar las condiciones de la propia vida humana, a través de la disminución de oxígeno en el aire, o la disminución de las provisiones de agua natural. Al convertirse en escasos, estos bienes pueden ser objeto de un precio y por lo tanto vale la pena preguntarse por la disposición a pagar de los países avanzados para seguir disfrutando de ellos y, por tanto, por su disposición económica para conseguir objetivos ecológicos.
El razonamiento anterior responde a la lógica estricta del mercado; los recursos naturales tienen un precio implícito que corresponde con el coste de oportunidad que resulta de que muchas actividades económicas se vean afectadas negativamente por su posible pérdida o deterioro, y que también corresponde con el valor que otorgamos a seguir disfrutando del aire puro, del paisaje y de las actuales condiciones climáticas.
En los últimos años se han conocido intentos de vincular la “ayuda al desarrollo” con la conservación de la naturaleza en las regiones más pobres. El principal ejemplo a este respecto se encuentra en los acuerdos de canje de deuda externa por naturaleza suscritos por diferentes países y promovidos por organizaciones ecologistas no gubernamentales del mundo desarrollado. A través de este mecanismo, tales organizaciones compran certificados de deuda en los mercados de Hong Kong y Nueva York, que luego son entregados sin ningún pago en dinero al país deudor, a cambio de que este se comprometa en la conservación de una determinada reserva natural. Ejemplos de este caso se encuentran en la creación de la reserva Beni en Bolivia que abarcó 134.000 hectáreas, con lo que se pudo reducir la deuda de aquel país en 650.000 dólares, así como en otros acuerdos de Costa Rica y Ecuador. Las estimaciones más confiables indican que la protección del 10 por ciento de la selva tropical, creando 800 reservas de mil kilómetros cuadrados cada una, se podría conseguir con una transferencia hacia los países en desarrollo cercana a los diez mil millones de dólares.
Por supuesto, frente a las posibilidades de que la conservación de los recursos naturales abran una brecha para recuperar un flujo de ahorro externo, los países del Tercer Mundo deben reflexionar sobre la conveniencia de que los nuevos recursos se carguen a cuenta de una deuda externa que sin lugar a dudas es impagable. En vez de que la coincidencia de los problemas de la deuda y la destrucción de los entornos naturales, sirva para "vender la selva", parece más adecuado que los países avanzados paguen un canon por la conservación de la naturaleza, generándose un flujo de recursos que debería servir para desarrollar los países más pobres.
La solución del problema de la deuda externa y la búsqueda de alternativas a la destrucción de la selva amazónica remiten al problema de encontrar vías alternativas de desarrollo económico del Tercer Mundo. Ambos procesos son una consecuencia directa de la dinámica del subdesarrollo y de las relaciones económicas con el mundo avanzado.
Notas
(1) Cartwright, J. (1989) “Conserving Nature, Decreasing Debt” Third World Quarterly, Abril. Según los últimos datos en 1987 y 1988 se han perdido 125.000 Km2, solo en la Amazonía brasileña.
(2) Según estudios de impacto ambiental, proyectos oficiales de irrigación, adelantados en distintos países africanos, propagan enfermedades endémicas como la Bilarzia y el paludismo, aumentando su incidencia en la población hasta en 20 veces. Sin embargo, los presupuestos para medidas correctoras no se compadecen con la severidad de las consecuencias.
(3) Ejemplos en Wynne, B. (1989) The Toxic Waste Trade. Thrid World Quarterly, Julio.
(4) Ver Dojounarí, M. (1989). “Aspectos Ecológicos del Cultivo de la Coca en el Perú”. Comisión Andina de Juristas. Lima.
(5) Buenaventura, (1986). “Estudio de Campo sobre el Cultivo de la Coca en el Alto Huallaga”. Universidad Nacional Agraria, Lima. Según este trabajo, en 1986 sólo en la cuenca del alto Huallaga llegaron a los ríos amazónicos unos 57 millones de litros de kerosene, 32 millones de litros de ácido sulfúrico 16.000 toneladas métricas de cal viva, 3.200 TM de carburo, 6 millones de acetona y una cantidad semejante de tolveno.