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La vida es la mentira, el teatro la verdad

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La vida es la mentira, el teatro la verdad

Por: Angélica Cervera Aguirre

La Mona siempre es amorosa en el saludo, abraza con cada gesto hacia el otro. Abrir conversaciones con ella es añorar tertulias en la bohemia. Es de esas —pocas— personas que se mantiene al margen del mutuo elogio, de la «sociedad del espectáculo», como lo define Guy Debord. Por el contrario, es precisa y sincera con las palabras. Es real —del retorno de Hal Foster—.

Lucía González conforma el grupo de los once comisionados de la Comisión para el Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la No Repetición, que busca establecer las causas explicativas del conflicto armado del país mediante un proceso de participación amplio de todos los actores vinculados, que permita sentar las bases de una construcción de paz.

Entre sus líneas están la investigación, la cultura y la comunicación, para mostrar esos hallazgos, para contar de otras maneras —diferentes al informe final que se presentará en noviembre— cuáles fueron las razones de nuestra violencia reciente.

Y en ese camino aparecen el Festival de Teatro Comfama San Ignacio (Medellín) y el Festival Internacional de Teatro de Manizales, como lugares donde convergen las necesidades de expresión, de narrarnos, de mirarnos y de incomodarnos. De entender qué sucedió y qué podemos hacer al respecto. Escenarios donde seremos público y protagonistas, donde estas tres entidades se juntan para mostrarnos que la vida es la mentira y el teatro es la verdad.

Cinco actos componen esta alianza que a la vez es una búsqueda. Lucía nos da la dramaturgia.

La cultura como causa, circunstancia y medio

Desde la Comisión nos preguntamos cuáles son los asuntos de la cultura que han hecho que el conflicto armado se haya instalado en Colombia, se haya anclado y desarrollado de manera tan cruenta, y que haya sido tan difícil disolver la guerra, pararla. El correlato de esa primera pregunta o línea de investigación es qué de la cultura les ha permitido a las comunidades, a las personas, a los colectivos y organizaciones oponerse, resistir a esa guerra.

La segunda pregunta es: ¿cuáles han sido los daños que la persistencia de la guerra le ha hecho a la cultura? En el sentido amplio de la palabra, la cultura de las relaciones, los valores, los principios, los modos de estar en un territorio. Esas transformaciones culturales negativas, pero también cómo a pesar de la guerra y en medio de ella el país ha desarrollado instituciones, valores, aprendizajes.

Y la tercera línea es el valor de las prácticas artísticas y culturales en medio del conflicto armado, y cómo han servido para nombrar lo innombrable, hacer visible lo invisible, levantar la voz, fortalecer comunidades e identidades para sanarse. Tantas cosas que ha hecho el arte en medio de esta pervivencia del conflicto armado.

El arte para mirarnos desde afuera y reconocernos dentro

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Las mismas comunidades son las que a través de sus prácticas artísticas y culturales han venido expresando muchas de esas verdades que de otra manera no se pueden narrar, o que de otra manera no se pueden entender, porque no solamente son asuntos racionales, sino que también son asuntos emocionales que atraviesan el cuerpo, atraviesan la cultura, atraviesan el territorio. Son muy elocuentes y serán una de las formas por medio de las cuales queremos cumplir esa promesa de movilizar la sociedad para un cambio.

Este país hace muchos años está comunicándose, contando lo que nos pasa, intentando hacer visible eso que nos es visible para otros sectores del país. Pero nos falta hacer el esfuerzo adicional por pasar de esa dupla de víctima y victimario, y entender cuál es el contexto explicativo de ese conflicto armado que produce a esos victimarios y a esas víctimas.

A los victimarios los hemos llamado, desde la Comisión, sujetos responsables, que pueden redimirse, no es un victimario en definición esencialista. Un victimario no hay de dónde agarrarlo, un responsable también puede ser padre, miembro de una sociedad, una familia. Aquí queremos ser capaces de poner en el teatro los factores de persistencia, el tipo de democracia que tenemos, la manera en cómo se hace la política, o el narcotráfico, no como esas sagas que vemos en televisión, donde los narcotraficantes son esas figuras de poder, de abuso, pero ¿dónde están los efectos reales del narcotráfico en la sociedad? ¿Cómo se sienten? Ahí tenemos todavía que dar un paso, y el arte es la herramienta.

También vamos a las comunidades, y además de los testimonios y los diálogos sociales, nos presentan obras de teatro, cantos, performances, y esos son otros insumos para la verdad que vienen desde el arte. En el reciente estallido social las canciones fueron fuente de información, así como el grafiti, una manera de leer lo que estaba pasando, esos han sido lenguajes importantes en estos tiempos.

El teatro: la drama y la épica

El estallido social pone en evidencia que hay un nivel de conciencia mucho más alto sobre lo que ha pasado en el país; los barrios populares se levantan a decir que lo intolerable es realmente intolerable y que no están dispuestos a soportarlo. Le están exigiendo al país otros modos: inclusión, equidad, transparencia a un Estado.

Pero, por supuesto, hay sectores que no están interesados en poner la atención en comprender y creo que una buena parte tiene miedo de enfrentarse a esa cruenta realidad porque es dolorosa, conozco gente que dice: «Yo no soy capaz de ver noticieros, yo no quiero amargarme la vida». También hay una indolencia, hay sectores que se empeñan en negarlo, como la disputa de si hay o no conflicto armado, o que los falsos positivos fueron equivocaciones o decisiones sistemáticas. Ahí hay negaciones que tienen que ver con la protección del statu quo de un sector de la población que es bien pequeño.

Estamos hablando de un gran porcentaje que sí es consciente, pero tiene una lectura desde afuera, cuesta mucho trabajo la empatía, ponerse en el lugar de otros, del dolor de los otros, de ese abismo que viven. Y es el arte un medio muy potente para acercar, como nos recuerda el artista Juan Manuel Echavarría, que el arte opera como el escudo de Perseo, como ese espejo, esa mirada oblicua que te permite ver el horror que no podrías ver si fuera el horror real, ver el dolor que no podrías ver si lo estuvieras viendo en la vida real, y que logra conmoverte. Es un acto poético y una especie de protección para llegar con toda esa dureza y esa sensibilidad al corazón.

En la obra de Johan Velandia uno puede decir: mataron a Dylan, mataron a un joven que se iba a graduar. Pero solo cuando uno ve esa representación escénica, que además es tan cargada de símbolos y de fuerza, uno entiende a través de la universalidad del arte, que es Dylan, pero podría ser cualquiera; Dylan es la realidad y a la vez es la metáfora de la vulnerabilidad de un ser humano ante un sistema que es opresor, frente a un sistema que ha criminalizado la protesta social, que no defiende los sectores pobres, que no castiga la violencia ejercida por la fuerza pública de manera ejemplar, de modo que ellos sienten que tienen autorización para hacer lo que quieran.

En encuentros como estos festivales también podemos mirarnos con los otros, mirar cómo otros países han transitado por la guerra y han tramitado su conflicto. Hemos podido ver en el cine y en el teatro muchas cosas que finalmente se convierten en un acervo cultural que nos ayuda a tener más elementos para trascender lo que vivimos, y dejar de mirarnos tan autorreferidamente, eso permite poner esperanza, construir el relato del futuro, de lo que tiene que ser posible, de superar la condena que nos hemos autoimpuesto a la violencia.

Los artistas y su valentía

Hay un nivel de conciencia política superalto en los creadores, y una altura moral que tiene que ver con ser capaz de ponerse en los zapatos del otro, en el dolor del otro, con la urgencia y el compromiso de comunicar una cosa que ese sujeto creador, que ese director sabe que es un imperativo. Hay empatía real y compasión.

Creo que los grandes artistas son los que están relacionados con los asuntos esenciales de su época y hacen de eso una tarea histórica. Que están dotados de un coraje y un compromiso con el país que los pone en esa línea, donde no están haciendo una cosa para sí mismos o por entretener, están desarrollando propuestas que transformen, movilicen, conmuevan a una sociedad. Y por eso merecen todo el reconocimiento y todo el respeto, todo.

El reconocimiento de estos grandes directores y dramaturgos es también una alianza con ellos, hacerlos parte de esta tarea de la verdad que es nuestro aporte a la paz. Que sientan que están trabajando por ello.

Esos artistas que emergen de las comunidades y han producido unas puestas en escena que son mezclas de teatro, arte y alabaos, cosas muy bellas. Cada uno tiene una historia que contar y una forma. Lo que nos hace falta como país es aprender a leer en el arte, lo que nos están diciendo, porque nos estamos perdiendo de algo que es muy potente, todavía creemos que el arte es un divertimento. Por ejemplo, si nosotros leyéramos el hiphop, estaríamos entendiendo qué pasa en los barrios populares urbanos de este país.

Si fuéramos capaces de leer de mejor manera lo que nos están diciendo esos chicos, tendríamos un país más pertinente, pero el arte no logra ser un lugar de conocimiento todavía, y hay que convertirlo en eso.

Festivales: conexión entre el público y el legado

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Este año abrimos la línea del legado, lo que nosotros tenemos que dejarle al país, y que de eso se encargará más adelante el Centro Internacional para la Justicia Transicional. Ese legado está compuesto de la narrativa, los aprendizajes hechos en este transcurso de tiempo, y las recomendaciones del informe final de la Comisión que tenemos que dejar instalar en la sociedad, entendiendo que el informe final y este trabajo no es un asunto para el Gobierno ni para el Estado solamente, sino para el conjunto de la sociedad.

Si uno no sabe, no entiende y no apropia exactamente qué es lo que nos ha pasado este tiempo, es muy difícil encontrar las razones y los asuntos a transformar. Desde ahí estamos pensando en herramientas para comunicar esa narrativa, ese legado. Por eso nos hemos unido a unas propuestas del orden nacional, como lo es el Festival Internacional de Teatro de Manizales y el Festival de Teatro Comfama San Ignacio, porque sabemos que ahí hay una plataforma que es potente, que llega a otros públicos a los que seguramente no seríamos capaces de llegar; que no les interesa el tema duro de la guerra, pero que a través del arte pueden llegar a él, que no están buscando contenidos propiamente del conflicto y sus soluciones, pero que pueden entrar por ahí.

La Comisión tiene claro que el informe final no es un relato de un montón de verdades, la información estará agrupada en factores de persistencia del conflicto armado que son históricos, que los hemos visto muy poco porque nos habíamos quedado en un análisis muy limitado. Este país ha hecho la memoria que ningún otro país había hecho antes de una Comisión de la Verdad, eso hay que decirlo, tenemos ahí un saber muy grande, pero el relato ha estado muy en clave de víctima y victimario.

Cuando analizamos los factores de persistencia tenemos que entender los contextos explicativos, irnos a la manera en que los Estados se despliegan en el territorio, al modo en que la democracia se ha desarrollado, o si hay o no democracia en este país, los modelos económicos en la manera de hacer política. Eso va a un asunto que en el fondo es el que promueve, habilita, anima o no la guerra. No es que haya unos malos que matan a unos buenos, como decía el finado ministro de Defensa. Los factores de persistencia nos indican dónde están los daños, las dificultades, dónde están los anclajes de la guerra, y a partir de ellos vamos a construir las recomendaciones que tenemos que dejarle al país. Ahí es donde el escenario, los artistas, el teatro en este caso, nos ayudará en ese relato.

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¡Disfruta del Festival de Teatro San Ignacio!

Una semana para conectarte con el arte mientras dejas volar tu imaginación en un espacio lleno de cultura