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Diana, la mujer que ama como el amor ama

Aquí el resultado de una entrevista con la actriz de teatro, directora, escritora y profesora de literatura, Diana Acosta Rippe. Esperamos que su amor por las letras les llene de emoción, como a nosotros.

Claustro > Diana Acosta Rippe > Entrevista

Fernando Pessoa dijo:

Amo como el amor ama. No conozco otra razón para amar que amarte. ¿Qué quieres que te diga además de que te amo, si lo que quiero decirte es que te amo?

Esta no fue una entrevista sobre el amor, pero pudo.  

Hay vidas que se parten en dos y hay momentos que parten en dos la vida.  Así le pasó a la literata Diana Acosta Rippe cuando conoció al escritor Fernando Pessoa a los 14 años: fue en medio de la oscuridad de un teatro en Bogotá, cuando sacó un cuaderno y comenzó a escribir sin parar los diálogos de la actriz Esther Celis en la obra de teatro La Hora del Diablo. Y desde entonces, todos los caminos de su vida la han destinado perdidamente hacia Pessoa y se puede decir, por tanto, que lo suyo con el susodicho es sobre todo una historia de amor y sobre el amor en sus tantos, tantos, tantos: “Amor por su plurivocidad, sus múltiples heterónimos, su forma de hacer teatro y poesía al mismo tiempo”. 

Ella, después de leerle nunca pudo volver a pensar el amor, la vida o las preguntas que atañen a un ser humano, de la misma forma. Ni siquiera bañarse o dormir lo pudo hacer igual. Y se nota. Cuando Diana piensa en su vida, en la vida, las palabras de Pessoa la sobrepasan, frases completas de María en El Primer Fausto salen espontáneas: “No hay razón para amarte más que amarte”.  

Ya en una adolescencia tardía, a los 16 años Diana hizo match con Dante Alighieri inicialmente por La Divina Comedia. En sus memorias de infancia siempre se leía —regalo eterno que legó su padre—, pero fue solo hasta esa edad que la empezó a leer y asegura no haber parado nunca de hacerlo. Inclusive, no tiene claro si alguna vez la leyó completa, “porque es un texto que hace que uno vaya, se devuelva y se replantee. Me cambió. Es un texto fundamental para entender tantos amores que nos entretejen; no en vano es una obra que ha ensamblado prácticamente las ideas que tenemos del bien y del mal, a veces tan importante en nuestra concepción como la misma biblia”.  

Estos dos autores significan para ella la certeza de “cómo descendemos y vamos hasta el infierno por quien amamos, como Orfeo va por Eurídice, Eneas va por su padre, Dante va por Beatriz, Fausto va por María y, cómo es una decisión salir de ese descenso, o no”. Certeza que ha marcado un hilo conductor en sus apuestas de vida.  

Sobre las dudas, esas del alma 

Diana es ella en sus múltiples formas: actriz, directora de teatro, literata y escritora, profesora de literatura y certificada en la enseñanza de idiomas como el inglés y francés. Junto a su esposo, Nicolás Muñoz Díaz, actor y director de teatro, también profesor de literatura e inglés, fundaron Fantasmágora Teatro, desde donde han intentado buscar respuestas o compartir sospechas respecto a las preguntas que nos atraviesan como seres humanos: el tiempo, la muerte, la soledad, el olvido, la tristeza, la alegría y muchas más, las que nos cuestionan como amantes, como aprendices, como seres que padecen o disfrutan la vida.  

Claustro > Fantasmágora Teatro

En esa búsqueda, dos clásicos han sido un pilar para Diana; y cuando habla de clásicos es enfática que es reduccionista remitirnos exclusivamente a los clásicos europeos, de la tragedia griega o romana; en sus obras, son pilares para en entendimiento del espíritu humano, otros clásicos de culturas alrededor del mundo como el Popol Vuh, el Rabinal Achí o la leyenda de Yuruparí.  

De ahí que en su vida combine la dirección y montaje de tragedias griegas, adaptaciones de textos latinos, sánscritos y mesoamericanos, con obras contemporáneas: “Para mí la Metamorfosis de Ovidio o Electra de Sófocles, sirven para comprender, por ejemplo, la pérdida de un ser querido o la decisión de afrontar todo el infierno y el dolor con tal de encontrar la felicidad o hacer respetar al ser amado”. Y en algunos de los poemas u obras que ha escrito para teatro, ha tratado de ser lo más honesta posible en intentar responder a esas preguntas.  

Sobre la formación de públicos 

Podemos formarnos como comunidad pensando que ese otro ser humano que está ahí tiene tantas preguntas como yo y que podemos buscar respuestas juntos.

Fantasmágora tiene un componente pedagógico fuerte, declarado así. No es de extrañarnos que fuera fundado por dos docentes. Desde el arte y la educación buscan, en síntesis, tocar al público con la mayor ternura posible, tratar de ser puentes con esos personajes, esas historias, esas palabras o gestos que son salvavidas.  

En los talleres que dictan, por ejemplo, el de “Dante y Pessoa, dos descensos en la poesía dramática”, Diana quisiera que otros puedan sentir lo que ella sintió cuando conoció a estos autores: “que puedan conmoverse con textos que están al alcance de todos y que, a veces, pasamos la vida sin saber que están esas palabras ahí para esos gritos que damos por no comprender la existencia, y la poesía tiene una forma para ayudar a encontrarnos en la vorágine de la vida”. 

En su concepto, las conexiones que hace el público con las distintas formas de arte, como con la literatura o el teatro, dependen mucho de las búsquedas personales y de los momentos vitales; está convencida, por tanto, de que todas las personas están la capacidad de conectar con alguna de ellas, en alguna de sus formas.  

Aquí la clave, más allá de la pregunta que tiene el actor, la directora, el autor de la obra, es sobre todo preguntarse qué es lo que mueve a la gente: “la posibilidad de la formación de públicos está en la pregunta por lo que nos une y nos atraviesa, cuáles son las violencias, las bellezas, las distintas formas de paz que nos entretejen como grupos continentales; de preguntarnos: cuál es esa verdad que necesita ser dicha, cuál es la belleza que necesita ser vista”. Remata afirmando que quizá no conectamos con el arte porque es posible que en ocasiones no haya una pregunta por el otro en el mismo, se convierte en un arte que aísla al público, en lugar de vincularle.  

El teatro es la conjugación de muchas formas de arte y también de muchas búsquedas. Por ende, para Diana se debe ir al teatro a pensar, no es posible -ni deseable- salir del teatro sin que algo haya cambiado en uno. El teatro debería ser un constante ponerse al servicio de los otros, por llegar a otras vidas sin violencia, sobre todo en una especie y con una historia de país tan golpeada. Es, “un templo donde uno por un ratito deja de ser uno mismo, pone su ego al lado y deja su presencia, para dejar a otros existir”. Es adrede que las tragedias hicieran catarsis al preguntarse: “qué de lo que yo viví puede evitar que tú lo vivas también”. 

De monólogos y otras locuras 

“Ser o estar, no ser o no estar, he ahí la cuestión”. Es la frase más icónica de uno los monólogos más conocidos en la historia, dicho por Hamlet de la obra de teatro Hamlet, Príncipe de Dinamarca. Como lo explica Diana los seres humanos estamos en un permanente diálogo con nosotros mismos, como en la ducha o antes de dormir; mono –logos, hace referencia a una lógica, y es una opción dentro del teatro en que se tiene la posibilidad de hacer que un personaje ponga en el exterior preguntas propias en relación con el mundo, en las cuales, quizá, otro ser humano se pueda sentir reflejado. 

De hecho, Diana es la actriz en dos monólogos que hacen parte del Décimo Encuentro de Monólogos Kamikazez en Escena y que abordan preguntas transversales a los humanos: La Muñeca Nocturna, en donde Esperanza (personaje quizá ficticio, quizá real), una prostituta de los bajos fondos de la Bogotá de los años 80 va contando situaciones que le han ocurrido en la vida: su helado favorito, su poema favorito, si duerme o si le gusta el ruido, cuenta, por ejemplo, cómo ha encontrado la belleza en la literatura, en refranes, en canciones. El otro monólogo es Tándem Beckett: Pasos & Mecedora, un monólogo que habla del temor a envejecer y a repetir las cosas, al temor que despierta ese deterioro que lo hacer bordear a uno con la locura.  

Para ella, lo fascinante del monólogo es que abre la posibilidad de ver al ser humano detrás del rol cotidiano, de personificar esas dudas existenciales. Explica Diana que, por ejemplo, que, en los monólogos de Hamlet, se ve cómo busca el abismo todo el tiempo para tratar de encontrarse con el fantasma de su padre; y en el caso de los monólogos del Fausto de Pessoa es claro cómo cumple con el “pacto fáustico” que dice que antes de los 15 años el ser humano busca descender y conocer lo más sórdido de sí mismo, para luego tomar la decisión de hacer anábasis (que en griego significa “subida, expedición hacia el interior”), o no.  

Después de conocer a Pessoa y Dante, para Diana los monólogos y cualquier otra forma de arte son quizá una posibilidad de mostrar cómo se baja al infierno y se lucha o no por subir al paraíso de tantas formas en esta vida. Puede ser incluso que su búsqueda sea aún más profunda, al tratar en sus monólogos, en cualquiera sea la obra de su universo creativo donde es actriz, directora, autora, de ficcionarse a sí misma o partes de su ser, como personaje de su obra, de dejarnos siempre la pregunta cuando se cierra el telón: qué tanto de Esperanza hay en Diana, qué tanto de Tandem Beckett hay en ella.