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Entrevista con Ana María Puerta

Ana, hágale que no viene carro

Te invitamos a asomarte unos minutos a la vida de la directora, actriz y marionetista Ana María Puerta, quien se presentó con la obra Cuadro de una Ausencia en el Teatro Comfama, el 27 de marzo, Día del Teatro.

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Ana, hágale que no viene carro
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"Tienes permiso de soñar". Y bien en serio que se tomó Ana María Puerta, también conocida como Ana Marionetas, esta afirmación que siempre le ha dicho su padre cuando la ve con miedo o duda. Desde pequeña ha sido una mujer con ímpetu y hoy se declara una enamorada de la escena, del poder de comunicación de las marionetas, de las posibilidades que ofrece el arte para expresar posturas éticas, y en general del arte: de sus múltiples lenguajes para para crear universos.  

Tal vez una de sus imágenes más claras en su infancia es de ella, a los 4 años, despertando a su mamá a las seis de la mañana para que la acompañara a pintar en una mesita blanca cerca de una ventana en casa. Y aunque en términos formales nadie de su familia se ha dedicado jamás a las artes, sus abuelas tienen una manía por decorarlo todo que también está presente en Ana, y que se ve reflejada en la escenografía de su obra Cuadro de una Ausencia, con la cual se presentó en el Teatro Comfama el 27 de marzo, para celebrar el Día del Teatro.

Sin duda, la frase “me gané la lotería con los papás que me tocó”, es literal en la vida de Ana. Quién imaginaría que dibujar un pino en primero de primeria, detonaría una nota de su profesor en su cuaderno que rezaba, palabras más palabras menos, “su hija es artista, métanla a clase de pintura”. Así fue como desde los 7 años sus papás la inscribieron en Tintoretto, una escuela cerca a la casa de su abuela. Y a los 9 años les dijeron de nuevo: “ya aquí le enseñamos todo lo posible, llévenla a Bellas Artes”. Allí, Ana hizo enterito el programa Plástica Infantil y Juvenil, mientras a la par estudiaba teatro en la escuela de formación del Teatro Popular de Medellín, hasta los 18 años.   

Hizo su carrera en Artes Plásticas antes de ser mayor de edad, y siempre tuvo claro que su lenguaje era el arte: no que quisiera ser artista, sino que era artista. Y es que nada más imaginarse que para de dispersarse en vacaciones agarraba un cuaderno para replicar los dibujos animados en el televisor, o dibujar las hadas y duendes que había en los libros en su casa, deja clara su pasión.  

Qué dolor de cabeza: la carrera tras la carrera 

Llegados los 18 Ana sintió lo que muchos, pero que pocos tienen la fortaleza para contradecirlo. La sociedad tiene una vocecita sutil que nos dice que hay que estudiar el colegio, luego la universidad, subir en LinkedIn el título firmado y así sucesivamente. Una carrera por la carrera que a Ana le traería inseguridades en las que todavía trabaja.

Pero ¿por qué? Si bien pasó a la Universidad Nacional de Colombia a estudiar Artes Plásticas y lo hizo por dos semestres, fue tiempo suficiente para saber que no comulgaba con el lenguaje de la academia donde el concepto es más importante que la forma; para ella siempre ha sido claro lo que quiere decir, es muy concreta, y durante la carrera sintió que la presión por el concepto hacía que la obra distara mucho de su querer.  

Su mayor triunfo en aquellos semestres fue hacer teatro de calle con el grupo CuestionArte, juntándose con amigas y amigos del Sur de la ciudad. Allí pudo poner la pregunta por lo social que siempre había tenido desde niña: “me di cuenta de que con el arte podía hablar de un montón de cosas que tenía adentro y lo disfrutaba un montón. Me enseñó a poner mi ética ahí”. Y aunque el grupo acabó, la esencia quedó como fundamento de su trabajo. Digamos que fue la manera de volver a acercarse al teatro tras varios años sin hacerlo.  

Tras retirarse de la Nacho y experimentar una nube de confusión sobre lo que seguía para la vida, Andrés, su amigo del alma, de luchas y goces, le preguntó: ¿qué es lo que te ha hecho más feliz hasta ahora, qué recuerdos te hacen más feliz? Y Ana tuvo la certeza de que era teatro, viviéndolo o haciéndolo, pero teatro; en las artes plásticas se sentía muy cómoda, la escritura le era natural porque siempre estuvo rodeada de la palabra, pero el teatro la retaba.  

Entonces empezó una carrera de forma autodidacta y se comprometió con la exploración del lenguaje de las artes y de la representatividad, carrera en la cual sus amigos fueron vitales:

“Yo soy una persona muy colectiva y a mí la red me ha sostenido siempre, teníamos espacio donde escribíamos, leíamos, incluso hasta la fiesta terminaba leyendo siempre sobre algo que estábamos investigando”.  

De esas tragas bonitas: las marionetas 

En esa época convulsa, de mucho estudio autodidacta, podría decirse que la salvaron las marionetas. Resulta que un día cuando Ana le ayudaba a su amigo Andrés a hacer un títere para una obra del grupo Frontera Indómita, conoció a un parcero que le presentó a la marionetista Natacha Belova y no pudo evitar preguntarse cómo era posible que llevara 19 años sin conocer semejante talento: marionetas a escala humana, híbridas y realistas. Fue flechazo.  

Justamente Natacha estaba recibiendo postulaciones para un taller que daría en Chile. Ana sabía que era difícil quedar, pero puso en marcha la frase de su papá y se atrevió a soñar; hizo su primer portafolio con todo lo realizado hasta entonces y aunque no quedó de una, si era la primera en la lista de espera. Así que un domingo, luego de tremendo trasnocho, abrió su tablet roja y se encontró con un mail que decía que tenía el cupo. Cuando llegó a Chile todo fluyó:

“Siento que cuando estoy en el lugar que debo estar, la vida es super parchada conmigo, es como que me dice ‘hágale que no viene carro’”. 

Ahí comprendió que la marioneta es una metáfora de las artes: de la nada, de unos materiales, de repente surge algo y eso es lo que hace el arte, sobre todo el arte representativo. Tiene un poder de comunicación muy fuerte.  Y en ese primer acercamiento su mente se expandió. Al terminar ese taller la profe la invitó a un taller ya de tres meses al siguiente año. Y esa fue su mayor especialización: fueron todos los días de la semana y aprendió sobre creación de espectáculos, guion, dramaturgia, todo puesto en la marioneta.  

“Me enamoré de la fuerza de la escena, no solo el poder de la marioneta sino del poder de poner una pregunta, una pulsión, un Ímpetu en la escena y como la escena se vuelve un universo”. 

La ausencia puede ser un cuadro 

Sobre su faceta como directora, vale decir que ya en 2017 su amigo Mateo, actual escenógrafo en Teatro Encuentro, le propuso hacer un grupito de teatro de trabajo social en la Universidad de Antioquia, grupo Teatro 7, donde tuvo su primera experiencia formal escribiendo y dirigiendo hasta el 2020; momento crucial porque la formó en lo humano de la dirección y comenzó su vida profesional más en serio, incluso hacían activismo en las manifestaciones de la ciudad.  

Por eso, cuando llegó la oportunidad de ser directora de su gran hija -Cuadro de una Ausencia-, Ana le prometió al universo que, si se ganaba la convocatoria con la Alcaldía de Envigado para hacer realidad esa obra, se retaría de nuevo como directora. Y aunque siempre creyó que su carrera sería como actriz, esta se convirtió en una experiencia reveladora, en la que hoy día es guionista, directora, directora artística y hasta sonidista. 

Para ese momento Ana ya llevaba cerca de cinco años estudiando todo lo posible relacionado con el teatro en Bogotá, siendo en el Petra una de sus escuelas más importantes y donde conoció a su gran maestra: Victoria Hernández. A veces viajaba el sábado por la mañana y se devolvía en la noche. Aprendió y disfrutó muchísimo esta época, aunque intuye que tal vez en un punto se le volvió obsesión estudiar porque creía que fortaleciendo sus habilidades técnicas podría respaldar su obra. Ahora, ya con otro lente y sobre todo luego de estrenar Cuadro, tiene claro que lo que sostiene una obra en el tiempo es:

“La conexión de sistemas nerviosos en afecto. Y tú solo logras eso cuando el equipo se siente cuidado y seguro en la creación”. 

Cuadro de una Ausencia se ha convertido pues, en la constatación de que “en el teatro entramos en un pacto con el público, los compañeros y la misma escena, con el cual creamos vida”. Allí puso preguntas del alma fruto de variadas investigaciones que ella o sus amigos habían realizado, por ejemplo, sobre las Madres de la Esperanza o del Departamento de Seguridad y Control en 1984, etc. 

Y más allá de los aplausos del público, de las noticias en la prensa de que era “una promesa del teatro”, Ana tenía claro que su graduación solo sería posible si su abuela entendía lo que ella quería decir con la obra. ¿Y saben qué dijo la abuela? “Yo vi una obra sobre unas señoras que pierden los hijos por la violencia, pero la obra no es de la violencia, es de la familia”. Y entonces Ana se graduó. Quien la haya visto sabe por qué.  

La nutrición en el arte no es mera metáfora 

En el camino de montar Cuadro con Teatro Encuentro, Ana comprendió que, si su oficio es ocuparse de la vida creativa del ser humano, lo primero que debe hacer es crear un mundo en el cual ella quiera estar, así sea ese donde está creando la obra. Porque en un planeta con guerras, hambre, pobreza, crisis climática, maldad, etc., su mayor alegría es que, pese al cansancio que supone, una actriz de su grupo se levante con ganas de ensayar un domingo porque tiene claridad de que es un espacio donde se siente cuidada, tranquila de estar viva, donde se nutre.   

Y se refiere a nutrirse en pleno, no solo metafóricamente: “de verdad debes preocuparte porque tu actor se alimente, que reciba económicamente una retribución. Estamos acostumbrados a que todo se lo entregamos a las artes, sobre todo en el teatro hay unas premisas de que hay que sufrir, desgarrarse el cuerpo y enfermarte.

"Debemos lograr que la experiencia creativa se parezca mucho más a un espacio de nutrición y sanación, que a uno de sufrimiento y sacrificio”. 

Por eso, le es claro que para que una obra sobreviva en el tiempo es necesario que sea fruto de un proceso que fue vital y radiante en sí mismo. 

En su concepto, se ha romantizado la valentía en la mujer. No comprende “por qué hay que pararse tan duro en el mundo, coger todos los poderes, preparar ademanes físicos y hablar de cierta forma si solo tuviéramos que pararnos como hacen los hombres”. Sin embargo, en su sentido de realidad también está convencida de que:

"La estructura patriarcal hay que moverla moviéndonos también nosotras, hay que colectivizarnos, escucharnos, apoyarnos, mostrarnos el trabajo, porque siempre el espacio público ha sido entregado al hombre”.

Pone el ejemplo de la comedia, dice que hay que apoyar al máximo a las payasas de la ciudad porque a las mujeres se les ha vetado de la risa, porque es pública y deforma.  

Según Ana venimos de unas escuelas del teatro con lógicas ligadas a las creencias judeocristianas, al capitalismo y al patriarcado. El teatro no se escapa de los gestos estructurales que nos subyacen. De ahí que ella siempre se pregunte:

"Cómo logramos feminizar la creación, reivindicar esas características y valores que han sido subyugados e impopulares porque se han entendido como femeninos: el cuidado, la escucha, la intuición o el silencio. Y todo aquel o aquella que esté facilitando un espacio de creación artística, debe tener en cuenta el cuidado por el otro". 

Ciertamente su apuesta por el cuidado en las artes es una postura política, también en su estilo de dirección pone siempre la pregunta ética: “si yo creo que el mundo debería ser distinto, entonces debo lograr que eso se vea reflejado en la manera de habitar el espacio”. Desafortunadamente aclara que generar esa postura en medio de un gremio mayoritariamente poblado por hombres, no es fácil: “no solo porque nos sintamos inseguras de tanta exposición, sino porque es difícil ser escuchadas, reconocidas, porque también ocurre el maltrato”.