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Comfama Barrio Pérez, un oasis de vida y goce

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  • Un oasis de vida y goce
  • Línea de tiempo
  • Doña Libia: vecina, usuaria, trabajadora
  • ¿Qué tanto sabes de nuestra sede?
  • Una inmersión desde los sentidos

—Mi cebollita se llama Clara, ¡como yo!—dice sonriendo, orgullosa de lo crecida que está la planta que hace dos semanas sembró en clase. El discurso sobre armonía y cuidado de la naturaleza que acaba de comenzar Clara Isabel, de nueve años, es interrumpido por el aleteo de una mariposa amarilla y morada.  

Ella se distrae. La persigue sin querer atraparla. La persigue a carcajadas. La persigue entendiendo que su vuelo es un momento sublime para el juego mutuo. Y eso, por supuesto, va primero.  

—¡Y ella es la señora Tortuga!—complementa Laura, cargando una cerámica roja que tiene como caparazón un mosaico colorido y diverso. —La señora Tortuga es la guardiana del huerto, pero para nosotros es también una amiga. ¡Mírala! ¡Ella es tan responsable y tierna! 

—¿Qué están haciendo? Yo también quiero explorar—dice a lo lejos Tiago, mientras corre para unirse a la conversación. 

Conoce toda la información sobre la sede Comfama Bello Barrio Pérez

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Clara Isabel, Laura y Tiago son estudiantes del Colegio Comfama de Barrio Pérez. Hace un mes regresaron a clases en el modelo de alternancia y, junto a ellas, los niños y niñas de Preescolar, Primero y Segundo están llenando de vida, de nuevo, la sede entera. 

Durante gran parte de 2020, Comfama Barrio Pérez, que por años mantuvo sus 45.000 metros cuadrados dispuestos para la libertad del tránsito, el ocio y la recreación de los habitantes y vecinos de Bello, cerró sus puertas en coherencia con el cuidado que el momento convocaba.  

Pero poco a poco, en sintonía con la reapertura económica y social, comenzó a habilitar sus espacios —salones multipropósito, zonas húmedas, jardines y canchas— para los asistentes de las clases presenciales de educación continua y, finalmente, para los pequeños aprendices y exploradores del Preescolar y el Colegio.    

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Su árbol emblemático, el Piñón de Oreja de aproximadamente 120 años, les presta de nuevo su sombra amable a ávidos lectores; sus pasillos vuelven a deleitarse con el eco de las melodías de las clases de ballet; el agua de las piscinas abraza a los bebés, jóvenes, adultos y plenarios que se sumergen en ellas para divertirse en movimiento. Hoy, con consciencia, sin afanes y con mucho propósito, la sede está recobrando su sentido: ser habitada. 

Comfama Barrio Pérez es un oasis de oxígeno, risas, familias que aprenden unidas y nuevos amigos. Es un universo contenido en un parque rodeado por los altos edificios que se yerguen con los años y custodiado por las copas de los árboles que sirven de morada para los pájaros viajeros. Es un paraíso en medio de la urbe, una máquina del tiempo en la que pasado, presente y futuro conviven en la posibilidad. 

“¡Todo convida en ti, oh, Bello! Praderas bucólicas, donde la ceiba gigante proyecta sus cimborios; sotos de aguacateros y naranjos, de guayabales y de palmas. Huertos donde el madroño enhiesto y el ciprés luctuoso se alzan entre el follaje del café y de la caña, del maizal y de la yuca; platanales, perseguidos por los pájaros y agitados por los vientos”. - Tomas Carrasquilla, inicios del siglo XX. 

 —Acá hemos rescatado ardillas, zarigüeyas, iguanas, cuis, carboneros y hasta búhos. Una vez un murciélago bebé se cayó de un árbol y llamamos a los veterinarios para ayudarlo, pero la mamá murciélago vino por él y lo recogió. Los animales saben qué hacer, ellos son los maestros y esta es su casa—comenta Eucario Zapata, trabajador de oficios generales, quien conversa con los mandarinos y guayacanes para que crezcan fuertes y bonitos. 

—Es que los mismos animalitos saben que este es un lugar seguro. Aquí no se necesitan atracciones sino apertura, servicios, tranquilidad—le responde, cómplice, Jorge Valencia, líder de la sede. 

—Y la gente sabe eso, ¿cierto? Antes, cuando era época de cosecha, las vecinas madrugaban bien temprano para coger los mangos frescos y jugosos que caían en el suelo. ¡Hacían hasta fila con sus bolsitas listas para entrar de una apenas abríamos a las 8 de la mañana! 

—Claro, es que esta sede es muy especial. Una señora una vez me dijo que en la casa solo tomaban jugo cuando había mangos en Comfama. Eso es apropiación realmente de este mundito abundante, de todos y para todos. Los estudiantes universitarios, por ejemplo, elegían la sede para hacer sus trabajos en equipo y los fines de semana llegaban hasta 5.000 personas a celebrar los cumpleaños y las primeras comuniones en las zonas de pícnic. 

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¿Y la historia de Comfama Barrio Pérez? Los bosques en los que hoy se encuentra la sede han sido testigos de diferentes asentamientos humanos, como la comunidad Niquía y algunas adineradas familias españolas. Para finales de 1800, ese poblado conocido como Hato Viejo conformado por 20 cajas de tejas y tapia y una plaza de mercado, pasó a ser Bello. En ese entonces, el árbol que saluda imponente en la sede Comfama apenas estaba enterrando raíces.  

Un siglo y medio después, una de esas antiguas casonas pasó a ser propiedad del párroco del barrio, José Miguel Agudelo. Dicen los locales que la finca era tan grande que bajaba hasta lo que hoy es Fabricato. Aquí, una línea de tiempo para recorrer la historia de la sede de Comfama Barrio Pérez: 

De finca de un arzobispo a oasis de Bello: historia de Comfama Barrio Pérez

La historia de Barrio Pérez se remonta varios años atrás y, si bien no ha tenido grandes transformaciones, se ha convertido en un sitio de encuentro, conexión y diversión de varias generaciones. ¡Conoce su historia!

  • 1930
  • 1970
  • 1980
  • 2020
Década de 1930Década de 1970Década de 1980Década de 2020
Barrio Pérez

Década de 1930

Situada en el barrio El Carmelo de Bello, se encontraba por aquel entonces la Casa Finca la Antigua, propiedad del Presbítero del barrio José Miguel Agudelo. Según cuentan en el barrio, los feligreses, a través de donaciones, le dieron al presbítero el enorme predio que contaba con piscina, amplias zonas verdes y un gran monumento a la virgen. Al parecer, el presbítero decidió remodelar el predio en la década de 1930.

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Década de 1970

Después del fallecimiento de su esposo, doña Libia se desplazó en 1978 a Bello a vivir con su hermana. Buscando generar ingresos, decidió comenzar a vender comestibles a los visitantes de la finca, fue así como se instaló en la entrada ofreciendo empanadas y morcilla. Según cuenta doña Libia, por ese entonces el sector donde estaba ubicada la finca era completamente rural y, entre vecinos de la zona, corría la leyenda de que en el predio existían entierros de aborígenes. 

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Década de 1980

Para 1983, Pedro Nel Ochoa vendió el predio a Comfama, desde ese año funciona allí la unidad de servicios. En 1985 la casa fue restaurada, se realizaron construcciones aledañas al estilo arquitectónico de la antigua edificación. Desde sus inicios, Comfama de Barrio Pérez ha prestado servicios de educación continua y recreación al público.   "La casa tiene patio central rodeado de corredores. Se construyó en tapia, techos de madera y teja de barro. Las recientes construcciones son de ladrillo. Las barandas, puertas y ventanas son de madera. Se destaca la vegetación y los jardines, especialmente la Ceiba, plantada a principios del siglo XX.”

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Década de 2020

Después de explorar alrededor de 40 modelos educativos de diferentes países, con el fin de encontrar experiencias innovadoras, en 2020 se abrieron las puertas de nuestro primer Colegio Comfama en Barrio Pérez. Nuestro modelo educativo parte de las experiencias que los niños viven en cada etapa de su desarrollo. Es un laboratorio de aprendizaje donde los pequeños comparten para resolver retos y crear proyectos, al tiempo que llevan un proceso de aprendizaje autónomo con vivencias presenciales y digitales. 

Doña Libia: vecina, usuaria, trabajadora

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—Imagínese que yo llegué cuando prácticamente no había nada, no había ni parqueaderos. Este era un camino de bestia, de mula y herradura. Monte, todo era monte. Resulta y acontece que justo aquí arriba era la finca del padre Agudelo y la gente venía a pedirle frutas o a visitarlo en la casona. Por allá en el 70 empecé a traer dulcecitos y empanadas para venderles a las personas en el camino.  

Cuando Comfama consiguió el lote, la novelería de la gente era mucha. Decían que qué tan bueno, que iba a haber de todo: piscinas, canchas, clases de inglés. Y vea, tal cual. Aunque me atrevería a decir que incluso mejor, que nadie se imaginó que esto iba a ser así tan bello. 

Me acuerdo del día de la inauguración. La fila llegaba hasta por allá abajo. Tenían que atajar a la gente para que se organizara porque todo el mundo quería entrar. La clientela, entonces, aumentó. La gente me empezó a pedir frutica. Yo no tenía con qué comprarme una piña ni sabía para qué era eso, entonces hacía unos bolis y me paraba arriba en ese palo grande, en el árbol de cien años, a ofrecerlos. 

Un día Comfama me dijo que podía coger manguitos de los que crecían en la sede. Pude recolectar una docena, me acuerdo. Me traje un nocherito que tenía en la casa para partirlos y eso fue un éxito. Al otro día con ese dinero me compré dos docenas en la minorista, después tres, y así.  

Pero hubo un momento muy especial que me cambió la vida. La señora doña Carmen, de Comfama, me mandó a decir con el vigilante que iba a haber una maratón, que me surtiera. ¿Una mara-qué? Yo ni sabía qué significaba eso. Él me dijo que era una cosa de carreras y me aconsejó comprar no sé cuántos bultos de piña, papaya y sandía. ¡Qué susto, yo pensaba que yo nunca iba a vender todo eso! 

Con miedo me fui a mercarlos y al otro día llegué juiciosa a las tres de la mañana a arreglar el puesto con el nochero. ¡Cómo le parece que me acomodaron en la mitad del parqueadero con una mesa grande y tendida, viendo que allá llegaba la maratón! Me dijeron “Libia, ya tiene la fruta y la mesa, ahora ¡a trabajar!”. 

Y eso hice todo el día, ¡feliz, feliz, contenta! En ese entonces, era como el 82, el billete más grande era de 5.000. Me acuerdo porque había de esos cuando me puse a contar por la noche lo que había ganado. ¡Con ese día de trabajo pude comprar la cuota inicial de un terrenito que hace rato me soñaba para mí y para los hijos! Me hubiera gustado que me tomaran una foto trabajando en la maratón, pero bueno, igual yo de eso me acuerdo todos los días.  

A los seis meses ya tenía casa. ¡Construí una casa con trabajo gracias a Comfama! Yo hoy en día lo que tengo, y lo digo muy orgullosamente, es por las oportunidades de Comfama. Ya ahí comencé a crecer aún más, como Bello. En la sede abrieron unas matrículas para que la gente estudiara, entonces antes de que saliera el sol yo ya estaba acá con una velita prendida y con tintico para ofrecerles a los que se inscribían en todos esos cursos. 

Un día dije, ¿y por qué yo no me meto también? Y me metí a estudiar panadería, taller de carnes, culinaria y hasta inglés con Comfama. Es que de hecho un tiempo fui trabajadora estregando los baños, pero luego seguí con mi emprendimiento de frutas. Mejor dicho, yo he tenido todo que ver: vecina, estudiante, usuaria y trabajadora. ¡Y ahora contadora de historias! 

Yo he aprendido mucho. Uf, claro. Sobre todo a cuidar la vida y el trabajo. Por eso ahora con tanta cosa mi propósito primordial es que mis productos y mi servicio estén en las mejores condiciones. Me capacité en bioseguridad y hábitos de limpieza. Uno tiene que estar a la altura de las situaciones, ¿no? Eso es lo bonito. Que siempre vienen retos y por allá, si uno mira atento, se da cuenta de que llegan con oportunidades. 

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¿Cuánto sabes de nuestra sede?

Una inmersión desde los sentidos