Estas fueron las palabras de nuestro director David Escobar Arango durante la celebración de los 70 años de Comfama:
¡Buenas tardes!
Los momentos importantes de la vida deben comenzar con la gratitud.
Por eso: gracias…
A ustedes por acompañarnos esta tarde.
A la comunidad de idealistas de Comfama por el trabajo que hacen (y a varias generaciones que antes ocuparon su lugar sembrando esperanza por toda Antioquia).
A nuestro Consejo Directivo, por sus preguntas y su apoyo, por su guía y su convicción.
A Asocajas, nuestro gremio de las Cajas de Compensación Familiar.
A los gobiernos distrital y departamental.
A las empresas que, con sus contribuciones y confianza, hacen posible que TODO esto ocurra.
A los trabajadores, a sus familias y, muy especialmente, a las organizaciones sindicales.
A mi familia, desde luego.
A quienes ya no están, a los pioneros del subsidio familiar, a los creadores de esta historia…
Si uno fuera preciso tendría que dar las gracias muy atrás en el tiempo:
A San Bernardo de Siena que en el siglo XV comenzó a hablar de trabajo y remuneración justa.
A la Alemania de Bismarck que dio origen a lo que hoy llamamos seguridad social.
A la Iglesia Católica, por las encíclicas que desde el siglo XIX dieron agenda intelectual y política al movimiento europeo de la solidaridad.
A los franceses, con León Harmel a la cabeza, que en 1848 creó la primera caja familiar del mundo. Los europeos, con sus ideas de solidaridad, mutualismo y cooperativismo, son nuestros más claros ancestros conceptuales.
A la orden de los jesuitas, creadora de las primeras cajas de compensación en Francia.
Al movimiento obrero latinoamericano, colombiano y antioqueño.
A la ANDI, gremio líder de la creación del Sistema de Compensación Familiar.
A las 45 empresas fundadoras de Comfama.
A la Utran / UTC, central obrera impulsora de Comfama y de la Compensación Familiar
A algunas personas, con nombre propio, que, con sus ideas y trabajo, en los años 50 del siglo pasado, hicieron aparecer esta maravilla:
Antonio Díaz García, UTC.
José Gutiérrez Gómez, ANDI.
El entonces arzobispo de Medellín, Joaquín García.
A varios gobiernos colombianos, desde Mariano Ospina Pérez, la Junta Militar y a todos los que los sucedieron… 16 Gobiernos Nacionales han trabajado con nosotros.
A Jaime Sanín Echeverri, estudioso de la compensación.
Diego Tobón Arbeláez, primer director encargado de Comfama.
Álvaro López, responsable de estudios económicos y cifras para el proyecto.
Alfonso Restrepo Moreno, el primer director.
A los 8 directores que lo siguieron.
Y, muy especialmente, a mi antecesora acá presente, María Inés Restrepo.
A los equipos de trabajo de todas esas administraciones.
Me tomo este tiempo adicional para agradecer porque hoy, particularmente, hay que reconocer la historia y sus forjadores. Así que este no es un saludo protocolario normal… esto es central en este evento de celebración de nuestra historia. Les pido un aplauso bien grande para esta gente, viva o muerta, que nos escuchen, donde quiera que estén.
Comfama es el resultado del trabajo con el corazón, las manos y la inteligencia de generaciones de líderes empresariales y sindicales, de mujeres y hombres que supieron leer el espíritu de los tiempos y construir esperanza en donde muchos solo veían problemas. No se olviden del contexto del año 54. Posguerra mundial, violencia partidista, crisis económica y dictadura militar, nada fácil la época y ningún momento más propicio para la creación de nuevas instituciones. Las organizaciones más sólidas nacen en las crisis más profundas.
¿Por qué es importante reflexionar sobre la historia? Juan Luis Mejía habla de la importancia de conocer la Historia (con H mayúscula) para encontrar nuestro espacio en el cosmos y en el universo. Una sociedad sin entendimiento de la Historia es una sociedad sin memoria y, por ende, una sociedad sin futuro. Dice Juan Luis: “… es como un árbol, puede ser alto y frondoso, pero si no tiene raíces, cualquier viento lo derriba. Un ser humano sin raíces es una brizna de hierba a la deriva”.
Algunos usan la popular frase de que quien no conoce su historia está condenado a repetirla, lo cual aplica muy bien para comprender, por ejemplo, cómo fue que una sociedad entró en guerra, para no volver a vivir ese horror. O cómo fracasó una empresa, para que no suceda de nuevo. La Historia nos ayuda a no repetir errores, nos abre espacio para cometer unos nuevos, algo que es esencial para el aprendizaje.
La Historia es necesaria, también, para comprender un poco mejor las complejidades del mundo, con sus problemas más resistentes y sus seres humanos, más complejos todavía. Al leer y conversar sobre la historia podremos evidenciar sus ciclos, sus ires y venires, sus altas y sus bajas. Saber de Historia nos ofrece perspectiva, nos torna sensatos y pacientes.
¿Pero qué tal pensar en la Historia como fuente de inspiración y aliento?
Quizá en nuestra historia estén ya los símbolos que necesitamos para responder a los retos actuales. Tal vez en los actos de los héroes del pasado estén los valores que debemos invocar hoy, para salir de nuestros más insolubles problemas. ¿Será que en el pasado están, ocultas entre unos matorrales, las pistas de nuestro futuro?
Cuando hablamos, no siempre somos conscientes del poder que tiene cada sílaba y cada frase: nuestras palabras construyen realidades. Mi mamá, acá presente, cuando yo, pensando en la brega que me daba algún tema escolar, previo a un examen del colegio, le dije: “Voy a perder el examen”, me respondió: “Así será” … entonces yo le peleé, ¿no está pues una mamá para animar a su hijo? y me dijo: “Entonces no lo digas”… Gracias por esa lección, Tiz, Beatriz Elena. Ahora comprendo que hay frases que son inútiles porque no nos agregan ningún valor, o incluso lo destruyen.
¿No creen que la Historia puede a trabajar para nosotros? Irene Vallejo escribió alguna vez que “Lo mejor de nuestro mundo nace de las rebeldías del pasado”. Como nuestras palabras nos definen, hablemos, ya no de la Historia, con mayúscula, sino de las historias y relatos que contamos sobre nuestro pasado, las historias que nos definen el presente y nos señalan el camino del mañana. Preguntas como… ¿Cómo se creó esa empresa?, ¿de dónde viene ese refrán?, ¿quiénes y cómo inventaron ese aparato?, ¿quiénes y por qué se explicó ese problema?, ¿quiénes retaron el statu quo y generaron ese cambio social?
Es que la Historia no es simplemente una cronología de eventos o una secuencia de hechos. Mariano Sigman nos recuerda que somos las historias que nos contamos. En El poder de las palabras lo explica muy bien: “¿Por qué algunos recuerdos son tan difíciles de olvidar?”, se pregunta. “Los recuerdos se pierden cuando se desenganchan del aparato de la evocación”, explica, pero “los momentos más emotivos suelen generar memorias de elefante”, escribió por ahí. Los más sólidos y significativos recuerdos son historias que generan emoción, que tienen, como nos enseñaban en el colegio, introducción, nudo, desenlace y, desde luego, héroes y heroínas.
Pero no todo es épico, no todos son héroes. Hay tragedias y hay villanos. Es cierto que hay verdades terribles en la Historia de Colombia, por eso no les propongo esta tarde una historia de caramelo o un cuento de hadas. No se trata de negar ni los muertos ni la exclusión ni la destrucción ambiental ni la pobreza o los dolores de una sociedad como la colombiana. Es necesario reconocer todo esto como parte de nuestra memoria, con respeto, empatía y profundidad.
Sin embargo, nuestro invitado señala en su libro un poder que tenemos como seres humanos y una oportunidad inmensa que se deriva de él. “Podemos moldear la historia que nos contamos”, dice Mariano. Cada que accedemos a un recuerdo lo editamos un poco. En Comfama siempre decimos, inspirados en Humberto Maturana: “somos lo que conversamos”. Las empresas son lo que conversan, las familias son lo que conversan… Además, como ante el mismo hecho pueden surgir varias historias, hay que elegir cuál de ellas contamos; somos: “arquitectos de nuestra propia memoria”, en palabras de Mariano. Esa es la gran oportunidad, al moldear la historia y diseñar nuestra memoria, cambiamos para siempre nuestro mundo.
Las sociedades más avanzadas son excelentes forjadoras de su propio relato. No ocultan ni eluden las responsabilidades ni los dolores del colonialismo, el racismo, la violencia, el machismo o la guerra. Lo que hacen, cuando lo hacen correctamente, es recordar el pasado más duro atado a aquellos relatos que les ayudaron a superarlo. Se cuenta el racismo al lado de la historia de quienes han luchado contra él. Se relata la guerra al mismo tiempo que se cuentan las historias de los héroes que salvan vidas y de los líderes capaces de ponerle fin. Se cuenta el terror, pero también la belleza, se ejemplifica con la maldad, pero se inspira con la bondad.
Si moldeamos nuestra historia, sin decirnos una sola mentira, pero contándonos las gestas heroicas y las tareas titánicas que la acompañaron, no solo seremos más justos, sino que tendremos una identidad más realista, más balanceada (no todo puede ser malo), y podremos usar esos relatos como un mapa hacia un futuro más brillante.
Kurt Vonnegut escribió: “Estamos continuamente saltando desde acantilados y tratando de sacar las alas mientras caemos”. Estamos en uno de estos momentos. Esas alas, si existen, son las historias de lo mejor que podemos ser, de lo que ya hemos sido en las horas más oscuras.
Miren, por ejemplo, cómo hemos decidido en Comfama contar nuestra historia… (aún en los momentos difíciles):
En vez de contar que casi nos quebramos con los súper mercados Comfama, contamos que nos transformamos, se los entregamos a un mejor dueño y usamos los recursos para primera infancia, vivienda y educación.
En vez de solamente contar que como EPS sufrimos un deterioro de casi la mitad de nuestro patrimonio, contamos que protegimos heroicamente la salud de cientos de miles de antioqueños vulnerables y luego ayudamos a fundar Savia Salud.
En lugar de aceptar el cuento de que el campo sería siempre pobre y violento, contamos que llegamos a las regiones y las empresas nos retribuyeron con su confianza. Hoy Comfama Regiones es equivalente a la caja de compensación familiar número 20 de Colombia y atendemos en las zonas rurales de Antioquia a más de medio millón de personas.
Nos negamos a ver el miedo o el odio en la migración venezolana, la vimos como oportunidad para abrazar y crecer. Dijimos, con orgullo: “Venezolano rima con hermano”. Y comenzamos a conseguirles trabajo a los migrantes, que nos han traído riqueza y diversidad.
En lugar de reforzar la historia de que la salud es insostenible, contamos que, durante muchos años, Comfama y EPS Sura (que ojalá no se vaya nunca, aún tenemos esperanza) crearon un modelo que, desde el cuidado, entregó resultados y salud en servicio, con sostenibilidad financiera. La reforma a la salud ya estaba hecha… aún tenemos tiempo para verlo.
La pandemia dolió, pero ahí nuestra historia fue siempre de esperanza: el momento para salvar más de 700 vidas y entregar más de $ 200 mil millones en subsidios de desempleo que protegieron a las familias de la pobreza y el hambre.
En lugar de creernos el cuento de que la educación técnica sería siempre de menor categoría, convertimos a Cesde en una gesta que pasó de 8 mil a más de 80 mil estudiantes en cuatro años, de la mano de las empresas más productivas de nuestra región.
Algunos nos decían que la educación es imposible de cambiar… y ahí vamos, paso a paso, con Cosmo Schools, jalonando unos colegios que son, ante todo, un movimiento para inspirar a los demás colegios y maestros de todo Colombia. La semana pasada tuvimos mil maestros, de nuestro país y extranjeros, aprendiendo con nosotros en el congreso internacional de Deeper Learning, una red con los colegios más innovadores del mundo.
¿Qué tal hacer algo, en este mismo sentido y, urgentemente, recobrar el relato épico de nuestras empresas y empresarios? Retomemos, por ejemplo, el relato de las empresas de Antioquia como organizaciones sociales con alto nivel de sofisticación y un inmenso compromiso social. Recordemos que nuestras empresas:
Importaron a Colombia el modelo de la sociedad anónima abierta.
Atajaron una dictadura y han sido un pilar de la democracia colombiana.
Fundaron a Comfama en 1954, además universidades, museos, teatros como este, colegios y muchas otras organizaciones solidarias.
Sus líderes han participado de la creación de valor público por décadas, desde diferentes espacios.
Aunque hay muchas cosas para mejorar y replantear, acá hablamos de nuestro pasado con orgullo porque aprendimos a ver sus historias exitosas y sus héroes admirables. Nuestra psique colectiva emergió, probablemente, de esa capacidad de narrarnos en clave de avance y progreso, empoderados, y no en clave de odio, dolor y fragilidad.
Volvamos a hablar de cómo en esta tierra convertimos el trabajo en un valor cuando en toda la América colonial española era un antivalor. Celebremos cómo ganamos aquella vieja “lucha contra los elementos”: hablemos de cómo construimos vías, túneles y ferrocarriles. Estudiemos la formación de las empresas que nos construyen, cada día, oportunidades para expandir nuestra clase media. Recordemos cómo vencimos el narcotráfico. Celebremos nuestro arte, nuestros libros, nuestras canciones. Miremos atrás y pensemos en las instituciones que creamos (cultura, educación, salud…), abracemos nuestras victorias, siempre parciales e incompletas, pero definitivamente nuestras, y, sin negar los dolores del camino, sintamos un nuevo orgullo por nuestra historia, inacabada y, de cierta manera, también épica.
Si la historia se puede moldear y cambia cada que la visitamos y la contamos, como dice Mariano Sigman, contemos la nuestra de esta manera. Algunos criticarán, el posibilismo y el optimismo casi siempre son ridiculizados, pero recordemos que esta es la única postura fértil. Nosotros estamos para sembrar, como lo hicieron los pioneros de la compensación familiar hace 70 años.
Desde esta entidad que fue creada con alma grande y espíritu emergente, pensando que se podía manejar desde un escritorio prestado en la ANDI y que hoy tiene más 8000 trabajadores y administra recursos para el bienestar de 4,5 millones de antioqueños, les queremos decir esta noche:
Del relato que contemos y de sus formas emergerán nuestras más potentes iniciativas; serán estas y nuestros líderes quienes escriban lo que sigue. En nuestras manos está que sea una historia de grandeza y no de pequeñez, de posibilidad y no de miedo, de belleza y no de fealdad, de bondad y no de injusticia.
Finalmente, una reflexión: ¿Qué historia quiere contar cada uno para su propia vida? ¿Qué historia quieren contar de sus empresas, de su región, de su país? Con una comunidad indígena colombiana aprendimos que las palabras son acciones. Pensemos, entonces, que las palabras que elegimos para contar nuestra historia y exaltar a nuestros héroes son acciones fecundas que construyen futuro, semillas de árboles cuyo fruto alguien, algún día, lejano en el tiempo, compartirá y celebrará con su familia, como nosotros hacemos hoy con esta institución tan amada, nuestra Comfama: una pieza esencial del alma antioqueña.