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Hay Festival Jericó 2024

Las ideas que se expanden y florecen en las veredas de Jericó

Sobre la experiencia de 185 niños, niñas y jóvenes de la Institución Educativa Rural San Francisco de Asís. En la versión de 2024 del festival se cumplen cinco años llegando a la sede de la vereda Palocabildo de esta institución y se habita por primera vez con libros, conversaciones y música la sede de la vereda Estrella Nueva.

Cabecera_Estudiantes de la Institución Educativa Rural San Francisco de Asís (Estrella Nueva)
Las ideas que se expanden y florecen en las veredas de Jericó
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Las miradas cómplices, las carcajadas desprevenidas, las preguntas que invitan a la reflexión, los cuerpos por los que se cuela la música y un paisaje montañoso que se asoma por cada rincón de la Institución Educativa Rural San Francisco de Asís, son las señales que desde hace cinco años anuncian el inicio del Hay Festival Jericó, un día antes de la programación central en los alrededores del parque principal de este municipio, sobresaliente por la cultura que se respira en sus calles patrimoniales y llenas de color. La sede de la vereda Palocabildo de esta Institución Educativa, a 40 minutos aproximadamente en chivero del casco urbano, se ha dejado cautivar año tras año por la música, los libros, las ideas y el cine. Los protagonistas han sido cientos de niños, niñas, jóvenes, docentes, padres y madres de familia para quienes la experiencia de toda una mañana se convierte en un encuentro inolvidable.

En 2024, la anfitriona en Palocabildo, como todos los años, fue la docente Ana Patricia Vélez, una mujer incansable en la gestión de oportunidades para sus estudiantes. La jornada inició a las nueve de la mañana con talleres en una biblioteca móvil cargada de historias y con la presencia de Velia Vidal, escritora y gestora cultural colombiana, quien a partir de su experiencia con la cultura inspiró a un grupo de 25 niños y niñas a narrar su propio lugar en el mundo, ese que habitan y los habita. También, ocho artistas de KIPARÁ retumbaron con su música en el corazón de los locales, quienes exploraron el movimiento, estimularon sus sentidos, conectaron con la cosmogonía indígena y reconocieron la naturaleza y la diversidad colombiana. En esa jornada, una idea se instaló en la mente de alguno de los 110 asistentes en total que inauguraron una nueva versión de este festival para imaginar el mundo.

Experiencias en la vereda Palocabildo

Un festival que recorre nuevos caminos

Motivada por la experiencia de Ana Patricia, la docente Adriana Peláez apoyó la llegada del Hay Festival Jericó a otra sede de la Institución Educativa Rural San Francisco de Asís. Se trata de la sede Presbítero Alfredo González, en la vereda Estrella Nueva, a 20 minutos aproximadamente del casco urbano. A la par del encuentro en Palocabildo, en esta vereda 75 niños, niñas y adolescentes disfrutaban por primera vez de las historias y el arte del festival. Esta sede fue entregada a la comunidad el 28 de diciembre de 2023, gracias a una gestión de la Fundación Fraternidad Medellín, la Fundación Berta Martínez y la Gobernación de Antioquia, por lo que la presencia del festival se convirtió en una especie de ritual de inauguración para que los libros y la cultura habiten sus instalaciones y marquen el camino.

Este ritual empezó entonces con lecturas en la voz de dos promotores de lectura de la Biblioteca Móvil de Comfama que despertaron palabras inquietas y manos creativas en los asistentes. Paralelo a estos talleres de lectura, en una de las aulas de clase 25 jóvenes de grado noveno, décimo y once conocían y veían por primera vez a Pilar Lozano, periodista y escritora colombiana. La idea de este taller teórico y práctico fue entender que escribir y fantasear no es un oficio reservado para pocos y que a través de lecturas cortas, juegos y anécdotas de la propia vida todos podemos escribir historias. Pilar inició el encuentro hablando de su propia vida y de cómo llegó a convertirse primero en periodista y luego en escritora; habló de la curiosidad que desde niña se le escapa en preguntas que no puede contener, de los viajes en los que descubrió las historias de un país invisible y de la mala ortografía y la letra fea que casi la llevan a desistir de su propósito literario.

Experiencias en la vereda Estrella Nueva

Pilar les dejó a los jóvenes una sentencia indispensable para lanzarse a escribir: vencer los miedos y la idea de que no tengo nada que contar. Inspirados por estas palabras, los chicos y las chicas evocaron ideas, personas, recuerdos, anécdotas, dolores y alegrías de sus propias vidas que llevaron luego al papel, primero en forma de frases cortas y luego, deteniéndose en los detalles, en párrafos más contundentes que los sorprendieron incluso a ellos mismos. Al final, con la satisfacción de haber logrado un suceso que parecía imposible y que comenzó con expresiones como “no me gusta escribir” o “la lectura es aburrida”, los jóvenes alojaron en sus mentes una experiencia divertida y memorable en compañía de Pilar Lozano.

La jornada siguió con la magia de la música, el baile y el canto. La Corporación Mangle crea estrategias artísticas y pedagógicas que dignifican la vida de niños, niñas y jóvenes; en esta oportunidad con los 75 estudiantes de la vereda Estrella Nueva promovieron un encuentro entre culturas para descubrir la esencia del bullerengue, un baile cantado proveniente del Caribe colombiano. En una intervención inicial casi teatral, Diego Ortiz, integrante de Mangle, empezó a contar una historia en la cancha del colegio, con dos de los estudiantes como protagonistas, en la que un hombre deseaba conquistar a una mujer y ella, sin mucho entusiasmo, le propone tres difíciles misiones: cantar como un ave, bajar un coco del árbol más alto y guardar el mar en el bolsillo.

La comunidad se distribuyó en pequeños grupos para vivir tres experiencias lideradas por los seis integrantes de Mangle: una en la que entendían el ritmo de la percusión, otra en la que el cuerpo fluía con la armonía de emotivos cantos, y una más en la que aprendían a construir un guache, un instrumento musical de origen indígena, con cartulina, cartón y granos de maíz. Luego de pasar por cada una de las estaciones, todos los estudiantes se reunieron nuevamente para disfrutar de un concierto al que los pies y las palmas inquietas no pudieron resistirse. Al final, los 75 niños, niñas y jóvenes salieron hacia sus casas, bañadas por el sol que se alza en medio de las montañas, tarareando cantos como si fueran aves, moviendo los cuerpos como si estuvieran trepando el árbol más alto y haciendo sonar un instrumento que parecía llevar el mar adentro.

Por: Jineth Escobar