En el barrio Santander, en un sector de callejones llamado Los Ranchos, Raquel se reúne con los niños del lugar a leer, a jugar y a crear historias. Allí, y durante cuatro horas, ella los transporta a lugares donde la vida es plena, tranquila y sin violencia.



Raquel llegó al barrio Santander en 2003 con sus padres y hermanos, con quienes viajó por varios lugares del país buscando nuevas oportunidades de aprendizajes y experiencias que les permitieran expresarse y compartir su particular forma de vida, basada en aprendizajes autodidactas. Fue precisamente en esos viajes en los que aprendió todo lo necesario; no asistió a escuelas, pero se dio cuenta de que por medio del arte, de la libre creación, del diálogo y de compartir en familia y con amigos se obtiene todo lo necesario para ser amoroso con el ambiente y respetuoso de la diferencia.
Desde que llegó al barrio, Raquel ha estado trabajando con los vecinos, enseñándoles lo que sabe, compartiendo su voz, su música, sus habilidades manuales, su conocimiento sobre ebanistería. Comparte su conocimiento en una labor desinteresada, voluntaria y amorosa, que hace junto su hija —a quien educa de la misma forma—, a colegas y a la Corporación Casa de la Cultura del Barrio Santander, de la cual es cofundadora. Desde allí, Raquel dedica largas horas a construir un país más amable, más responsable y con menos violencia en los hogares.



Raquel trabaja en un pequeño espacio que la Casa de la Cultura de Santander tomó en comodato para llevar a cabo el proyecto Biblioteca KDK en la Calle. Cuando entro la veo leyendo con niños y es palpable la sutileza con la que todos allí se relacionan, además del amor que ella les entrega de manera desinteresada y voluntaria, porque su remuneración son los dibujos que los niños hacen. Ellos la rodean y la escuchan embebidos mientras les lee despacio un cuento que trata sobre un niño y un zorro, y tararea algunas notas como silbándoles el camino por donde van los protagonistas. Después los niños toman sus lápices y dibujan al zorro de la historia, tal como se lo imaginan y lo sienten. Entonces Raquel va a la máquina caladora y siluetea la figura que cada niño dibujó. Y así les entrega una mini escultura del zorro, un juguete de madera que los acompañará en el trayecto hacia sus casas y que les recordará que en ocho días podrán volver, para leerles otro cuento, y para hacerles una colección de amigos de madera que los llevarán a crear historias, imaginar, soñar otros mundos, ser libres y confiar en ellos mismos.







