El cielo sobre Berlín es una película alemana de 1987 que me hace pensar en el juglar antioqueño Óscar Manuel Zuluaga Uribe. Él, al igual que Bruno Ganz, camina por las calles del barrio Aranjuez –anteriormente llamado Berlín– observando la humanidad, reflexionando sobre la injusticia y soñando un mundo diferente.
Cuando le pregunté dónde nació me contestó con tres estrofas de El Canto del Antioqueño, de Epifanio Mejía:


En su trabajo han influido los dramaturgos Gilberto Martínez, Edilberto Gómez, Jairo Aníbal Niño, Enrique Buenaventura, Santiago García y el alemán Bertolt Brecht, de quien cita El pequeño organon para el teatro y Poemas y canciones. También menciona la influencia del polaco Jerzy Grotowski, autor del texto Hacia un teatro pobre, que lo llevó a replantear el uso de vestuario, escenografía, maquillaje, sonido y luces, para en cambio buscar un espíritu creativo y libre, constante y profundo, y así brindarle otra experiencia al espectador. Para Óscar la juglaría genera libertad.





Su magia se puede apreciar en la Casa Encantada del Arlequín y los Juglares, un colectivo que Óscar fundó junto a sus amigos Jorge Mario Álvarez y Humberto Múnera en 1972. Allí, su compañera de vida y lucha, Adriana Diosa, controla minuciosamente los trabajos de elaboración de títeres marotes, trajes y escenografía para cada montaje. Ellos trabajan el verso, el drama, la comedia, los cantares y el performance, una expresión poética, plástica y política que busca impactar en el espacio público. Para ello, literalmente, se le atraviesan al paso a los caminantes, los incomodan y los hacen ser parte de un acto que busca decirles que algo no está bien. En Óscar hay un principio moral y ético que lo rige:












Cada que pueden -y pueden muchas veces-, Óscar y Adriana salen muy temprano en la mañana a caminar los senderos del Jardín Botánico de Medellín. Allí hacen estiramiento y saludan a los animalitos, como el viejo gato pardo del puente de madera que atraviesa el bosque tropical, o el martín pescador que cae como una lanza sobre el lago para atrapar algún alevino, o las iguanas que Óscar señala como si se tratara de viejas amigas que se alegra de ver todavía en el barrio. Este ritual matutino es la renovación de un voto de amor y de esperanza, de compromiso para seguir adelante con una lucha que no la ha vencido el tiempo transformador y urbano, ni los desarrollos tecnológicos, ni la inhumana humanidad.





