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Por JOHN GALÁN CASANOVA

La juventud invisible

El autor de este texto obtuvo el Premio de Poesía Joven convocado por Colcultura. Nacido en Bogotá en 1970, estudió literatura en la Universidad Nacional de Colombia y trabaja en programas de participación y organización juvenil en la ciudad de Medellín.

Este artículo se publicó en el espectador entre el 1983 y 1999. Ahora lo retomamos en el marco de la exposición el Magazín que fue realizada en alianza entre Comfama y Confiar y Universo Centro.

Por JOHN GALÁN CASANOVA
La juventud invisible

Cuando uno se propone recordar qué ha visto acerca de los jóvenes en medios masivos como la prensa y la televisión, advierte que las imágenes que acuden de manera recurrente a la cabeza son la del joven-sonrisa-estúpida de los comerciales y la del joven-amenaza-social de la crónica roja.

Como si lo único que hicieran los jóvenes fuera desempeñar los papeles de malos de la película o de payasos de almacén. Lo más fácil sería inculpar a publicistas y periodistas de esta visión falseada de la juventud. Sólo que así se estaría dejando de lado la responsabilidad que en todo este asunto atañe, primero, a la juventud misma y, segundo, a los medios de expresión cultural. Pues, si los jóvenes del país (los de verdad, los de carne y hueso, de las distintas regiones, pobres, ricos, clase media, estudiantes, trabajadores vacantes) están siendo invisibles a fuerza de ser trivializados y/o estigmatizados por los estereotipos que manejan los medios, tal vez se deba, por una parte, a que los jóvenes mismos no están asumiendo la vocería y representación que les corresponde en aquellos ámbitos en que su condición viene siendo desfigurada, y por otra, a que las artes, entendidas como medios de expresión cultural de una sociedad, tampoco están representando, a través de sus lenguajes, los diversos mundos de vida en que se mueve lo juvenil. 

Considerando lo que ha sucedido durante los últimos años con la juventud y el cine en los Estados Unidos, es posible comprobar en qué medida las obras de varios creadores configuran una visión de conjunto capaz de dar cuenta de la vertiente de caminos que traza la juventud en sus realizaciones de vida. Porque, por ejemplo, antes de películas como Haz lo correcto, de Spike Lee, o Los dueños de la calle, de John Singleton, no contábamos con auténticas referencias de lo que hacían jóvenes negros en las calles norteamericanas. Antes, las referencias recurrentes (sí, recurrentes, pues es a fuerza de repetirse que la falsedad de los estereotipos va cobrando realidad) que teníamos de ellos eran las de los enlatados policíacos que sólo daban chance a los negros de ser informantes o prófugos de la justicia. Solamente con la irrupción de películas como las mencionadas pudimos entrar en contacto con las experiencias de estos jóvenes y percibir sus maneras de amar. Algo similar ocurrió con Menos que cero, que tuvimos oportunidad de ver en el 93 con el título taquillero de Corrupción en Beverly Hills. Esta película nos convenció dramáticamente de que la situación que viven los jóvenes burgueses en Los Angeles dista mucho de la versión maquillada e insulsa de la exitosa serie de T.V. Podrían mencionarse otras películas, pues en realidad son varios y brillantes los cineastas estadounidenses que han decidido fijar su cámara en la perspectiva de lo juvenil. Lo significativo es apreciar que creaciones como estas terminan cumpliendo una función muy importante que consiste en aportar a la gente visiones menos engañosas que aquellas que simplemente responden a los intereses de la publicidad, el entretenimiento o el amarillismo informativo.

Volviendo al tema inicial, el de la juventud colombiana, ¿qué sucede cuando no circula un conjunto de creaciones que sirvan de contrapeso a los estereotipos dominantes? La respuesta es obvia, y ya la hemos referido: en la farsa nacional, los jóvenes fungen de maleantes o de payasos de almacén. Fuera de estos papeles, de no ser ídolos deportivos o algo parecido, los jóvenes simplemente son insignificantes, invisibles. Retomando el caso del cine, entre las pocas películas colombianas que han logrado acceder al público hay una que, justamente, gira en torno a lo juvenil. Rodrigo D - no futuro, de Víctor Gaviria, parte de la situación de jóvenes en sectores populares de Medellín durante la época dura del narcotráfico.

La recepción que tuvo esta película —en todo el país se terminó identificando a los jóvenes de Medellín como eventuales sicarios— demuestra que, ante la escasez de obras que aporten elementos de identificación de la juventud, esta se ve reducida a los referentes que las pocas obras existentes puedan brindar. No se trata de demeritar a Rodrigo-D; lo que se pretende subrayar es que una golondrina resulta insuficiente para conformar una visión de conjunto sobre una realidad tan diversa como las de los jóvenes colombianos. (1)

Con la literatura sucede algo semejante. No se conoce un conjunto de obras donde aparezcan visiones de mundo propias de los jóvenes, cosa que sí ha ocurrido, y vuelvo al ejemplo inicial, en la literatura norteamericana donde a través de narradores como Salinger, Kerouac, Wolfe, Bellow entre otros, puede rastrearse una historia lo suficientemente rica de la juventud norteamericana entre los 50 y los 60. (2)

Aquí no. De ahí el culto exagerado que se rinde a lo poco que circula: Gonzalo Arango, Andrés Caicedo (caleños como Umberto Valverde y Germán Cuervo siguieron la pista de Caicedo; el porteño Oscar Collazos y el cartagenero Roberto Burgos hicieron lo propio en sus primeros cuentos; pero estas obras son casi imposibles de conseguir). Últimamente han sido periodistas como Silvia Duzán —cuyo asesinato dejó trunca una serie de crónicas sobre el tema— o Alonso Salazar quienes han escrito sobre los jóvenes del país. De suerte que lo poco que tenemos para leer a los jóvenes se resume en la candidez de Gonzalo, la depresión de Caicedo o, más recientemente, el No nacimos pa' semilla de Alonso Salazar (3). Tal escasez de obras, independientemente de su valía individual, permite entrever, desde el ámbito particular de la literatura, la escasez de referentes que existen para identificar los jóvenes colombianos. A nuestro modo de ver, esto constituye un factor generador de violencia entre los jóvenes y el resto de la sociedad. Genera intolerancia de parte de la sociedad que no alcanza a ver en el joven otra cosa que el consumista dócil o el delincuente en potencia. Y, producto de esa falta de reconocimiento, genera en los jóvenes ensimismamientos y/o actitudes hostiles y contestatarias.

Tal como lo hemos planteado, tanto los artistas como los mismos jóvenes podrían tomar cartas en el asunto. Para los artistas podría ser una oportunidad de exploración válida. Y si para los artistas esto se presenta como una simple posibilidad, para los jóvenes podría decirse que se presenta como una oportunidad imperiosa de reconocimiento. De los resultados que puede reportar una empresa de este tipo tenemos como ejemplo a los escritores y cineastas que han contribuido a construir desde distintas épocas, el perfil de la juventud norteamericana. Sobra decir que el valor de sus obras no se agota en el mero hecho de ser testimonio de una generación en una época y un lugar determinados. Sus jóvenes libran los conflictos que podría librar cualquiera: sus tratos con la familia, con las instituciones educativas, políticas, religiosas; sus maneras de amar, de mentir, de morir o vivir; allí reside su universalidad. 

Además, no hay que olvidar la visión peculiar del mundo que es dada a los jóvenes. Ángeles expulsados de una infancia que pudo haber sido infierno o paraíso, tienen mucho que decir antes de entrar a devengar de la generalmente sospechosa razón de los adultos.

Notas

  1. De todos modos resulta desproporcionado exigirle cuentas a algo tan exiguo como el cine colombiano. A la televisión sí, por supuesto, pero quedaría en deuda. Nada más soso que un joven en nuestra pantalla. En la memoria sólo se salvan series como Décimo grado, que dirigió Alfredo Tappan, Los Victorinos, de Carlos Duplat o Espérame al final, de Pepe Sánchez (nunca vimos un proyecto de este último anunciado con el nombre de Sonata).

  2. Menciono una obra de cada uno de estos autores, respectivamente, El guardián entre el centeno; Los vagabundos del Dharma; La banda de la casa de la bomba y otras crónicas de la era pop; Las aventuras de Augie March.

  3. Dos novelas premiadas y publicadas en el 92 parecen anunciar un interés por este tema: Opio en las nubes de Rafael Chaparro Madiedo y Un beso de Dick, de Fernando Molano.