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Por ÓSCAR ESPINOSA RESTREPO

Recordar a Estanislao Zuleta: El libre discurrir de la vida

Durante aproximadamente tres décadas, el psicoanalista Oscar Espinosa, acompañó a Zuleta en su aventura por el pensamiento, dentro de un mismo espíritu de tolerancia y debate. Una evocación del maestro, cuestionador del miedo a pensar. Marzo 4, 1990.

Este artículo se publicó en el espectador entre el 1983 y 1999. Ahora lo retomamos en el marco de la exposición el Magazín que fue realizada en alianza entre Comfama y Confiar y Universo Centro.

Recordar a Estanislao Zuleta: El libre discurrir de la vida
Recordar a Estanislao Zuleta: El libre discurrir de la vida

Recordar a Estanislao Zuleta es volver a vivir la vida porque aún lo que se ha vivido antes de conocerlo queda reinterpretado por todo lo que se llegó a compartir con él; para ser su amigo no se podía marchar por una vida paralela sino aceptar el entrecruzamiento continuado de las experiencias existenciales; por consiguiente recordar a Zuleta significa perder todo pudor y mostrar la intimidad a cielo abierto; era de los hombres que no pueden dar la mano sin darse enteros a sí mismos, ni pueden recibir la de ningún personaje amurallado en la privacidad; si alguno de sus amigos pretendía erigir tales murallas pronto era denunciado por una mirada acostumbrada a capturar el sentido de la cotidianidad y aquello que se escamoteaba de la relación de alguna manera reaparecía en las observaciones irónicas que abundaban en la conversación de Estanislao. La amistad con Zuleta tenía siempre la gravedad de un cuestionamiento y la relajante distensión de una carcajada que se llevaba de paso alguno de los prejuicios o vicios del pensamiento, resultado de la ignorancia de la lógica o de una intromisión llana y simple de un fragmento de discurso maternal en nuestra pretendida palabra de adultos pensantes; pretensión ilusoria de profesionales jóvenes apenas destetados del kínder para mayores que suele ser toda universidad, según feliz expresión de Fidel Castro cuando era más el jefe de la oposición crítica que el jefe de gobierno del novel estado cubano fundado por su revolución; recordar esas autocríticas de Fidel es recordar el goce de Estanislao Zuleta con ellas y las largas noches bien rociadas de aguardiente y prolongadas con grandes tazas de café; las vivimos en la pasión del comentario sobre las posibilidades de la revolución cubana como una renovación del socialismo, y cabe destacar que una de las facetas más iluminadas de la personalidad que recordamos es a de haber anticipado en su discurso el discurso de Gorbachov más en lo que tiene de glasnost que de perestroika. 

Evidentemente Estanislao Zuleta no puede dejar de recordarse en esa dimensión de crítico constante, casi alucinado en sus anticipaciones, de la sociedad contemporánea tanto en su revestimiento estatal socialista como en su fundamento estructural capitalista. Sin esa dimensión no sería entendible su tránsito por el mundo, ni la desconfianza que sembró en nosotros, sus amigos, ante las formas establecidas de la VERDAD, con mayúsculas de solemnidad y falsedad. La vida misma de Estanislao, y lo que lograba imprimir en la nuestra, era una encarnación de la crítica a lo existente, el socialismo realmente existente y el capitalismo triunfalmente existente. La crítica era la sustancia de su pensamiento y el condimento de su conversación; en él pensar y conversar eran la misma cosa, la cosa que alimentaba su ser y enriquecía su palabra; sus amigos no podíamos pretender escapar a esa crítica, muchos se convirtieron en sus enemigos debido a ella, porque se oía como algo personal lo que en verdad era impersonal y dirigido al soporte que nuestra manera de vivir, de hablar, de amar o de odiar, prestaba a la ideología dominante. 

Como lo anuncié, sin pudor me pongo de ejemplo: por algunos tics verbales o gestuales y el conocimiento de mis comportamientos sociales, en una ocasión Zuleta me hizo abruptamente el vaticinio de que a los 40 años yo me escaparía de la casa, con gran sorpresa o irritación mía, pues desde los 17 había abandonado el hogar paterno; pero mayor sorpresa he experimentado cuando con un poco más de cuarenta años renuncié a un hogar constituido con una mujer excelente y en el cual, en compañía de mis hijos tenía todas las condiciones para ser feliz; Estanislao había captado que la misma propensión a reproducir modelos de comportamiento materno, despertaba la necesidad de proferir la soledad a la posibilidad de mantener un proyecto familiar de alguna manera rechazado pero no superado; en otras palabras, lo que parecía una impertinencia era la denuncia de uno de los grandes dramas contemporáneos: La contradicción trágica entre matrimonio y realización individual.

Por supuesto que a esta gran capacidad de entrometerse tenía que agregarse todo lo que su voracidad lectora y su colosal memoria ponían al servicio de su mirada y de su escucha para poder concederle tal poder sobre nuestra vida, además que tampoco se ahorraba así mismo gemelas observaciones, lo cual le daba credibilidad, la credibilidad que les concedemos a los grandes novelistas cuando nos cuentan historias inventadas pero ciertas y que sabemos o intuimos paridas de las entrañas mismas de sus existencias; tal vez Estanislao Zuleta era un novelista filósofo que en lugar de escribir sus novelas hacía de su propia vida, de la de sus amigos, por medio de la conversación y las múltiples experiencias compartidas, una obra permanente de divulgación de la problemática humana en la sociedad moderna. 

Maestro tan sui generis en la articulación de su vida con su enseñanza, no podía proceder de una formación académica profesional; autodidacta, pero no del tipo que satiriza Sartre en La Náusea, sino porque su capacidad de leer y de pensar superaban la escueta y estéril información general que se imparte en escuelas y universidades; el de Sartre en cambio es un sujeto que ha interiorizado tanto el modelo escolar que convierte todo su tiempo en una esponja de información sistematizada por orden alfabético, como en las cartillas, y no por las necesidades del razonamiento. En Zuleta los libros que devoraba eran asociaciones necesarias en el libre discurrir de la vida y su discurso pleno; por eso no los almacenaba, ni los utilizaba como emblemas de prestigio o instrumentos de dominación, tenía que devolver generosamente el contenido asimilado y elaborado por su propio pensamiento, en forma de pláticas, de conferencias, de clases magistrales; sus lecturas se convertían inmediatamente en palabra viva y plena, en enseñanza de todas las horas y todos los espacios, incluyendo las aulas universitarias, pero no excluyente del café, ni siquiera de la cantina; de ahí que lo escogiéramos de nuevo como compañero y guía cuando iniciamos la aventura de difundir el psicoanálisis en la capital del deporte y de la salsa; su palabra sostuvo durante muchos años nuestro esfuerzo; el Centro Psicoanalítico Sigmund Freud, de Cali, valórese como cada quien quiera o pueda valorar sus intenciones y resultados, se justifica plenamente en la historia cultural de la ciudad por todo lo que desde allí y durante cuatro años contados a partir de 1974 difundió sobre la obra de Freud, de Tomas Mann, de los pocos filósofos griegos, de Nietzsche, de Poe, de Dostoyevski, de Musil; en desorden metodológico, si queréis quejaros de algo, con mucho de conferencia y poco de discusión y seminario, si queréis criticar algo más, pero con una honradez intelectual y una generosidad totales; fue una invitación a leer que en cierta manera subvirtió la tradicional espera de un “tetero cultural” (otra de sus expresiones) que caracteriza la élite intelectual provinciana; si se aceptaba o no su invitación no es su culpa; algunos lo hicimos y eso cambió nuestras vidas; otros convirtieron sus conferencias en tetero, pero yo me atrevo a sostener que también eso cambió algunas vidas, porque al fin y al cabo la pasividad no es lo mismo que la anorexia ni la indiferencia, tal vez la hostilidad misma es mejor que la indiferencia, y es posible que la necesidad de refutación o la de escapar a su influencia haya motivado a otros a pensar y por consiguiente a cambiar su vida; un maestro no es necesariamente alguien con quien se está de acuerdo; y eso ha sido también Estanislao, un maestro con el cual para estar de acuerdo, o en desacuerdo, o para apartarse simplemente de él y seguir otro camino, uno se tiene que poner a leer y a pensar por su cuenta.

La mayoría de los libros de Estanislao Zuleta han sido palabra viva, a veces forzadamente convertida en palabra escrita; con mayor o menor fortuna esa conversión logra transmitir su pensamiento; pero todos tienen la virtud de provocación, de torpedear la indiferencia; algunos han tenido una pésima suerte editorial, y sin embargo no hay en ellos tampoco nada baladí, aunque sí muchos errores de todo tipo, comenzando por la transcripción defectuosa de sus palabras, y en medio de esos errores, páginas que son lecciones que nos conmueven por su originalidad, o por la vivacidad polémica, o simplemente porque nos estimulan a contradecirlas debido a que tocan una fibra sensible en nuestra propia vida. 

En este momento de duelo en el cual treinta años de mi vida entran en un profundo, complicado y doloroso proceso de reelaboración por la muerte de quien tanto influyó en ellos, no quiero hacer un afiligranado ensayo crítico sobre su obra, sino solamente recodar: recordar al compañero que, cuando mi propio paso por la atormentada vida política colombiana me condujo a la prisión, no cejó nunca en su solidaridad, ni falló nunca en la visita que nos aportaba con su voz el mundo; recordar el interlocutor de tantos diálogos que permitían pensar ese mundo; recordar el iniciador de tantas lecturas transformadoras; recordar el maestro cuestionador de nuestras presunciones, de nuestras ideas recibidas y por qué no decirlo de nuestras tonterías ideológicas a las cuales nos acogemos cuando nos da miedo pensar; recordar también al que nos irritaba con su ironía, con su intromisión crítica en nuestros hábitos para denunciar los tics, pero sobre todo recordar el ejemplo de quien implacablemente, tal vez más implacablemente de lo que él mismo se imaginaba cuestionaba su propia existencia, tal vez más implacablemente de lo que era conveniente para una buena salud burguesa. Dijimos que su vida no fue paralela, su sombre seguirá nuestros pasos en lo que aún reste de nuestro tránsito por el siglo XX.