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Por CARLOS DUQUE

Beatriz González: Escarbando el gusto colombiano

Beatriz González tiene la incómoda virtud de hacernos sentir colombianos. Su obra tiene el poder de desnudarnos para descubrir que el fondo de nuestros “tics” y disfraces culturales, todos tenemos algo de “corronchos”, “charros” y “lobos”. Porque no hay nada más típicamente colombiano que la obsesión por el buen gusto; esa extraña enfermedad que nos vuelve ajenos a nuestras raíces a medida que nos hacemos más cultos. Beatriz es una especie de socióloga del gusto colombiano; nos observa y escudriña como cualquier científico con sus ratones de laboratorio. Detrás de la apariencia ingenua y espontánea de su obra hay una rigurosa labor de investigación. No hay nada más calculado y cuidadosamente preparado que el arte de Beatriz González; Mayo 22, 1983.

Este artículo se publicó en el espectador entre el 1983 y 1999. Ahora lo retomamos en el marco de la exposición el Magazín que fue realizada en alianza entre Comfama y Confiar y Universo Centro.

Beatriz González: Escarbando el gusto colombiano
Beatriz González: Escarbando el gusto colombiano
  • ¿Cuál es la diferencia entre el Pop, lo cursi y la pintura de Beatriz González?

Esas clasificaciones con las que me relaciona la gente no tienen que ver conmigo. Esas son palabras fáciles que se aprende la gente para definir mi obra. El arte viene por muchas corrientes. Mi obra puede tener una semejanza con el Pop norteamericano, en el sentido que se busca lo masivo, lo popular. Pero sobre esas cosas yo siempre he sido intuitiva; a mí me gustaban las latas de avena antes de aparecer en el Pop. Me fascinaba el aviso para el dolor de garganta… eso no significa que mi obra sea Pop o simplemente cursi; porque a mí me gustan también los atardeceres, y los atardeceres no son cursis. Mi obra es mucho más intuitiva… tiene que ver con la sensibilidad general, con el ambiente. Mi inclinación por los colores fuertes puede venir del ambiente santandereano, de sus casas, de la misma agresividad de la gente. Pero por otra parte considero que tengo una tendencia obligada hacia el refinamiento… pero lo complicado es que a uno lo clasifiquen así, con una flecha. A mí realmente no me fastidia que me digan pop o cursi.

  • ¿Lo que usted hace es arte popular para gente “culta?

Realmente no creo que se trate de arte para gente culta, porque hay un gran problema con la llamada gente ‘culta’…, creo que lo que busco con mi obra es agredir esos conceptos, es parte de mi temperamento porque soy tímida, y la salida que tenemos los tímidos es la agresión; deseo con cada obra hacer un escándalo.

  • ¿Podríamos decir entonces, que la irreverencia es parte de su fórmula artística?

Yo creo que uno no tiene fórmula. Porque uno no sabe exactamente cómo va a cocinar el cuadro… hay cosas que aparecen cuando se está haciendo el cuadro, cosas que uno ni siquiera comprende en ese momento. En cada obra que termino hay una sorpresa, y si la irreverencia es un elemento que no falta en mi obra no es porque se trate de una fórmula sino que es parte de mi manera de ser.

  • ¿Es su técnica “deliberadamente torpe”, como la definió algún crítico?

Ese fue Rubiano.  Pero en realidad, esa definición es mía. Yo pintaba muy bien en cuanto a técnica, a oficio. Era virtuosa, me gustaban las buenas pinceladas, el buen color. Hay un momento en que renuncio a todo esto y quiero hacer las cosas mal, quiero que la gente sienta que están mal hechas, y ese fue uno de mis mayores goces, quitarme todo ese lastre de refinamiento que tenía…

  • ¿Quiere decir eso que su pintura es antiacadémica?

Totalmente. Porque la academia sí que es una fórmula. Sin embargo yo hago cosas que sólo notan los pintores, algunas pinceladas que por ejemplo Roda reconocería. Son como dedicatorias, como recuerdos de lo que fue el oficio, un lenguaje secreto.

  • Si sacáramos su obra de los museos y las galerías para trasladarla a las tiendas y cafetines, ¿tendría el mismo impacto?

Creo que sí. No veo mucha diferencia entre el cuadro que cuelga en la pared blanca de una galería y el que está en la mitad de una serie de productos, de elementos cotidianos. La gente, a su nivel, se cuestionaría las mismas cosas, lo asimilaría a su manera…

  • Usted es una apasionada de la historia del arte. Sin embargo, se burla en su obra de esa historia… ¿Cómo es eso?

A mí me gusta estudiar no solo la historia del arte. Me gusta la geografía, la literatura, la filosofía. Soy una apasionada del estudio en general. Pero lo que me interesa realmente estudiar es el fenómeno cultural de los países subdesarrollados como el nuestro. La Monalisa no es la misma vista en París por un francés, que trasladada acá, por más perfecto que sea el medio de comunicación. Hay algo en al ambiente que altera los valores. A mí no me interesa acabar con la historia del arte, sino mostrar en qué sentido se transforman los valores. Es una trasposición, una transmutación que sucede y que uno alcanza a percibir.

  • Esa transmutación sucede en el caso de la Monalisa, o de grandes obras de la pintura universal. ¿Pero qué sucede con los temas colombianos de los cuales se alimenta básicamente su obra?

El tema colombiano es otra cosa. Yo tengo dos caminos: uno que es el tema de los grandes pintores universales como Vermeer, Velázquez, Monet, Gauguin…, y otro que es el tema colombiano que generalmente lo trabajo en técnica de serigrafía, grabado, esmaltes. Tengo un archivo de prensa que es famoso, grandísimo. Poseo álbumes completos de fotos y noticias colombianas recortadas de los periódicos y clasificadas por temas. Cuando tomo una de esas noticias la elaboro de una manera muy distinta a cuando trabajo en un tema europeo. Para los temas colombianos me documentos en los periódicos y para los europeos en las enciclopedias, pero las enciclopedias ya me aburren, me gustaron en una época. Ahora trabajo casi todo el tiempo sobre noticias locales.

  • ¿Qué interés particular encuentra en las fotos de los periódicos colombianos?

En primer lugar me interesan los planos grises que tienen las fotos de los periódicos, las alteraciones e irregularidades que sufren al ser impresas, me fascina el gris. Yo recorto las noticias más bobas del mundo, no tanto porque me interesa la noticia en sí, sino por el gris de la foto. En segundo lugar, me interesa mucho todo lo que representa la cultura colombiana a través de la prensa. Todas esas cosas tan tremendas pero al mismo tiempo tan aclaratorias respecto de lo que es el colombiano. Es lo que llamo la alegría del subdesarrollo.

  • ¿Alegría del subdesarrollo?

Esa fue una frase feliz mía. ¿Uste no piensa eso?

  • Es buenísima, pero me parece importante aclararla, porque suena un poco a que en este país de ciegos usted es el tuerto…

La frase fue un hallazgo en un momento de mi obra. Yo estaba trabajando en noticias de crímenes, en esas cosas de violencia que aparecen en los periódicos, y a pesar de que todo parecía tan trágico, yo sentía que en el fondo de mí había un deseo y una alegría de hacer eso. En lugar de pensar que todo lo que representa nuestra realidad nos debe deprimir, hay algo en el fondo muy alegre. Porque piense usted que en este país subdesarrollado, o en vías de desarrollo como dicen, a pesar de la miseria, de la cruda realidad, la gente vive contenta. Sentí en un momento que todo lo que estaba haciendo era justo, descubrí que hay algo bello en el fondo de estas cosas horribles.

  • ¿Hace usted pintura colombiana?

¡No, no, no, nunca! Yo creo que el arte es universal y que eso de la pintura colombiana son tonterías. Creo que lo que más daño le ha hecho al arte colombiano fue tratar de ser colombianista. Uno debe trata de ser universal, lo demás viene por añadidura…

  • Hablemos del público colombiano frente a su obra.

Para empezar, encuentro más sabiduría, más flexibilidad en un público como el de Medellín que en el de Bogotá. El espectador bogotano es muy ignorante, no quiere aparecer como de mal gusto, anda buscando un status dentro del buen gusto, pero no en el sentido de vivir bien, sino que asume una posición que lo coloque como gente de buen gusto. Esa actitud de rechazo al mal gusto, esa elegancia fingida del bogotano le impide el acceso a muchas vías del arte, inclusive, a vías tan claras y tan nítidas como Picasso. Uno encuentra cantidad de bogotanos ‘cultos’ que dicen: ‘yo a Picasso no lo he podido aceptar’, y si uno piensa que esa gente todavía no ha logrado entender una estética tan clara y extraordinaria como la de Picasso, menos va a lograr entender y aceptar una obra como la mía.

  • ¿Tiene su obra entonces, algo que ver con el “mal gusto”?

Yo no diría que con el mal gusto, sino con el gusto en general de la gente. A mí me ha interesado siempre el gusto: qué cuelga la gente en sus casas, por qué lo hace, cuáles son las razones que mueven a una persona a escoger determinado cuadro, determinado vestido o carro. Eso me intriga. Por eso los materiales que utilizo son generalmente falsos, bronces y mármoles falsos, maderas falsas, cosas que den apariencias, que tengan que ver con el gusto.

  • ¿De ahí surgen las diferentes técnicas que utiliza Beatriz González?

Sí. Inclusive el mismo material me dicta el tema. Un día comprendí eso que ya está tan repetido por Picasso y por Matisse de que el estilo no existe, que el estilo es una forma de volverse aburrido. Para mí cada cuadro debo hacerlo en una técnica distinta. Cada exposición debe ser diferente, es un pedido interno que me hago; no me puedo repetir. Yo creo que el artista se repite cuando tiene un compromiso con el público, cuando cree que al público hay que ayudarle para que lo comprensa y decirle entonces que así pinta Obregón y así debe ser siempre, porque si él hace una pincelada diferente el público ya se pierde.

  • En la exposición que actualmente presenta en la Galería Garcés Velásquez, vemos una nueva sorpresa técnica en su obra: el afiche mural en papel periódico. ¿Cómo llegó a interesarse en ese tema?

Yo vivo en el centro de Bogotá, camino y me muevo por el centro. Estoy rodeada siempre de afiches rojos y negros, azules y verdes. En un momento determinado tomo todo esto y lo elaboro, lo adopto como material. Me fascinan todos esos marquitos que tienen los afiches callejeros, todo lo que representa la imprenta, la tipografía el almidón. Es la estética de la tinta tipográfica y el almidón de yuca. Uno está rodeado de todo eso. Yo lo tomo y lo elaboro, hago con los afiches algo propio, y en eso me gusta ser tradicionalista, porque si yo fuera artista conceptual compraba los afiches tal como están en la calle y luego los pegaba en una galería, pero siento que debo hacer con el material algo propio, que es el hacerlo, el elaborarlo, imprimirlo, ver cómo es que lo meten en una prensa de esas.

  • ¿Alguna autocrítica de Beatriz González?

Sí, yo creo que por estar trabajando en muchas cosas, no he destinado el tiempo que debo a la pintura. Tengo demasiadas actividades que me han quitado tiempo para desarrollar mejor cada una de las facetas de la obra que me he planteado en estos últimos años. Actividades como la del MAM, la investigación sobre el arte colombiano del siglo XIX que estoy haciendo y que me fascina, en fin, todo esto me toma mucho tiempo…

  • ¿Arte colombiano del siglo XIX… ¿De dónde surgió esa inquietud?

Para poder entender el arte colombiano del siglo XX. Yo creo que la historia del arte colombiano del siglo XIX está toda por hacer. Ha habido gente muy buena trabajando en eso, como Gabriel Giraldo, pero no hay unas ideas claras respecto de lo que fue, a lo que sucedió. Porque aquí entramos con un siglo de rechazo a la academia. La gente del siglo pasado no mandaba a sus hijos a educarse a Europa, a estudiar arte. Aquí no existen las grandes colecciones ni las pinturas de gran formato como en Argentina, en Venezuela, en Cuba o en Méjico. Ese fenómeno me interesa.